La principal estrategia de campaña del presidente Trump consiste en pintar a su rival demócrata, Joe Biden, como una figura manipulable que conduciría a Estados Unidos hacia la violencia urbana, el socialismo o el comunismo. Es una suprema ironía no solo porque se trata de una burda deformación de la realidad, también porque, quien ha dado pasos inequívocos hacia el autoritarismo durante casi cuatro años de gobierno es Trump; y porque como candidato a la reelección, no oculta sus intenciones de mover al país hacia alguna forma de fascismo, un régimen de ideología difusa basado en el ultranacionalismo, la alianza con dictaduras, la exclusión y persecución de las minorías, la represión y la merma de las libertades individuales.
¿Guía Trump a EEUU hacia el fascismo?
"Los dictadores y aspirantes a dictadores suelen ser psicólogos retorcidos de las masas populares. Trump lo es. Explota sin escrúpulos el miedo cerval que sienten muchos blancos no hispanos a la sociedad liberal que tiene como objetivo garantizarles los mismos derechos y oportunidades a las minorías étnicas y religiosas".


Los dictadores y aspirantes a dictadores suelen ser psicólogos retorcidos de las masas populares. Trump lo es. Explota sin escrúpulos el miedo cerval que sienten muchos blancos no hispanos a la sociedad liberal que tiene como objetivo garantizarles los mismos derechos y oportunidades a las minorías étnicas y religiosas. Con idéntico cinismo explota los comprensibles temores que sienten centenares de miles de cubanos y venezolanos refugiados del totalitarismo – entre los que me cuento - a cualquier veleidad en Washington hacia los regímenes de los que escaparon.
Por eso, la llamada “base” de poder de Trump la integran, fundamentalmente, blancos que se autoproclaman evangélicos y se comen el cuento de que la sociedad liberal les está privando de su religión. Y otros blancos acaso menos religiosos que resienten los cambios raciales y culturales del país, especialmente la presidencia durante ocho años de un negro y el avance de los hispanos que en poco tiempo se han convertido en la minoría más grande y pujante. Los hispanos lo han logrado, en parte, gracias a la inmigración de países vecinos. De ahí que los blancos trumpistas aplaudan con los ojos cerrados todas sus medidas antinmigrantes, no importa cuán abusivas o contraproducentes sean éstas.
Los ciudadanos temerosos y resentidos están dispuestos a seguir a cualquier caudillo como Trump que aplaque sus inseguridades y les prometa venganza. El caudillo los complace porque es uno más de ellos. Juntos se han adueñado de uno de los dos grandes partidos políticos del país. Juntos rechazan las reglas del juego democrático. Juntos niegan la legitimidad de sus rivales políticos. Juntos toleran y alientan la violencia de las fuerzas de “la ley y el orden” y de paramilitares contra sus críticos y otros ciudadanos que discrepan de ellos. Y juntos se afanan en recortar las libertades civiles, las alianzas con los tradicionales amigos democráticos de Estados Unidos y, en general, los valores de la democracia que habían convertido al país en un ejemplo para el mundo.
Estados Unidos no ha descendido todavía al fascismo, como se sugiere en algunos medios y redes sociales. Pero corre un peligro real de caer en él si Trump es reelecto. Muchas de sus acciones parecen ensayos con ese fin, si consideramos al fascismo como lo define la exsecretaria de estado, Madelein Albright, en su reciente best-seller Fascism: A Warning, es decir, no exactamente como una ideología sino como “un proceso para tomar el poder y quedarse con él”.
Al tradicional estilo fascista, Trump promueve a facinerosos armados que “cuidan las calles” de estados y ciudades gobernados por sus rivales demócratas; desacredita de forma sistemática las elecciones de noviembre; sugiere con creciente insistencia en que permanecerá en el poder más allá de los ocho años que autoriza la constitución; persigue y usa a los inmigrantes como chivos expiatorios; ataca a la prensa y fomenta la violencia contra periodistas, habiéndole incluso pedido al Departamento de Justicia que los encarcele, según revela John Bolton en sus memorias The Room Where It Happened; y la semana pasada anunció la creación de “una comisión para apoyar la enseñanza patriótica”, aspiración inequívocamente fascista cuyo verdadero objetivo es limpiar la historia de esclavismo, racismo y desigualdades del país que los liberales se afanan en mitigar y superar. Trump prohibió ya las referencias y discusiones sobre racismo en las agencias federales.
Durante las recientes elecciones primarias, el partido demócrata y sus votantes dieron un clásico ejemplo de lo que se debe hacer para impedir que un demagogo llegue al poder en Estados Unidos: por amplia mayoría frenaron al senador populista Bernie Sanders y coronaron a un candidato moderado y centrista, Joe Biden. Lo mismo ha sucedido varias veces a lo largo de la historia de Estados Unidos, razón por la cual el país no había padecido dictadores.
En cambio, los republicanos perdieron la oportunidad de frenar a tiempo a su demagogo en 2016 y ahora en 2020. Más bien han sucumbido a sus peligrosos cantos de sirena y justificado sus abusos de poder, colocando al país al borde de alguna modalidad de fascismo. Era una perspectiva inimaginable para quienes se han formado en Estados Unidos y para quienes en él nos refugiamos luego de escapar de tiranías. Pero ya no lo es. Podría depender fundamentalmente de las elecciones que tendrán lugar el tres de noviembre, si es que en ellas Trump y sus secuaces juegan limpio y aceptan los resultados.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







