El antes y después del coronavirus: ni tú ni yo somos los mismos

"Nada parece tener lógica cuando en unos estados, y en medio mundo, unos se encierran, y en otros los gobernadores claman porque la gente salga a la calle, vaya a la iglesia, entre a los restaurantes".

Caminar por las calles ya no es igual.
Caminar por las calles ya no es igual.
Imagen Justin Setterfield/Getty Images

Ahora al salir a correr por Coral Gables, cada tanto se ve una ambulancia parqueada frente a una casa. ¿Quién será? ¿Cuántos años tendrá? ¿Sobrevivirá? Observas la mirada de los rescatistas, que en tu imaginación rezan por estar bien protegidos y que no los contagien, porque no sean ellos los próximos.

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Con el coronavirus el paisaje de Coral Gables sigue siendo el mismo de los cien mil y tantos árboles cuyas raíces desnivelan las veredas y algunos tienen abrazada una enredadera que les da un toque de cuadro renacentista. Pero no son los mismos árboles de Coral Gables, ahora que sales a correr con el coronavirus en el ambiente y, a muchos más pies de los que exige el distanciamiento social, ves a una persona con la que te vas a encontrar de frente, y sabes que tú y ella calculan: ¿cruza él o cruzo yo? Hasta que uno se decide primero.

La única ventaja es que ya no tienes que simular que no le temes al perro viejo que un señor canoso lleva de la cadena. Te pasas a la otra acera porque la ley te lo obliga, no por sus colmillos.

No son los mismos árboles de Coral Gables porque tú no eres el mismo, aunque quisieras serlo, y te preguntas si será como Cristo. El tiempo partido en Antes y Después del Coronavirus, aunque te digas que las hojas y las ramas, y la brisa que las agita, son iguales a las del día antes de que todo empezara, cuando llegó el miedo.

Te vuelves un experto en cifras. Cuántos casos de coronavirus en Florida, en Miami-Dade, en Broward, en Coconut Grove, en Hialeah, en Coral Gables, en los Estados Unidos. Cuántas pruebas. Y en estadísticas. ¿Qué edad tenían los muertos? ¿Eran hombres o mujeres? ¿Sufrían de algo o estaban sanos? Y en angustia. ¿Y los niños? ¿Y las mujeres embarazadas? ¿Y mi mamá? ¿Y mi papá? ¿Y mi abuela?

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También te vuelves experto en términos como aplanar la curva, respiradores artificiales, distanciamiento social y unidad de cuidados intensivos.

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Pero sigues corriendo bajo la sombra de los árboles, escuchando en los audífonos una música que tampoco es la misma y ahora utilizas para huir de las noticias y la imagen de una fosa común en Nueva York, donde podrías estar tú, apilado entre los ataúdes, sólo como todos los muertos, y seguramente identificado con un número.

Cuando todo empezó y el superintendente de las escuelas públicas de Miami-Dade comprendió que había que cerrar y seguir con el plan de la educación online, dejó en el aire otra cifra que, de no ser por el coronavirus, debería erizarnos los pelos: el 74 por ciento de los niños de Miami-Dade viven en la pobreza. Las escuelas debían seguir abiertas para que ellos pudieran buscar alimentos, porque esos niños de Miami-Dade, si no van al colegio, no comen.

O la cifra de los cientos de miles de personas intentando registrarse en la página web de quienes necesitan del seguro por desempleo, y que les den esa garantía que está dispuesta porque se supone que incluyen en el pago de sus impuestos. Pero no pueden. Van a hacer filas, quién sabe con cuántos contagiados con coronavirus, en uno de los sitios dispuestos en Hialeah o en las bibliotecas públicas del condado, para que les entreguen un formulario impreso, porque el sitio web, que de paso tuvo un costo de 66 millones de dólares, colapsó. Y nadie recibe nada. Mientras el gobierno les pide que se queden en su casa.

Los cheques del plan de estímulo ya le han llegado a muchos, aunque millones siguen esperando. Seguro les llegarán, sin embargo, otros que trabajan duro en el país más millonario de la Tierra saben que no van a recibir nada, o que será, tal vez, Después del Coronavirus.

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A alguien cercano le hicieron una prueba hace poco. Se la pidieron para poder regresar al trabajo. No tenía síntomas, pero andaba con la temperatura unos grados más alta que todos los días. En una semana le dan los resultados. ¿Y si se contagia en Publix entre el tiempo que se la hizo y el que le contestan que es negativa?

Nada parece tener ya lógica en el país más millonario del planeta, a la hora de enfrentar una pandemia. Los estados compiten por los respiradores artificiales hasta que elevan el precio a tal punto que sería una estafa comprarlos, pero igual llega don gobierno federal y se los lleva todos. Nada parece tener lógica cuando en unos estados, y en medio mundo, unos se encierran, y en otros los gobernadores claman porque la gente salga a la calle, vaya a la iglesia, entre a los restaurantes.

Pero insistes en la música, en distraerte, en no pensar en ti o en algún ser querido acostado en una camilla, más sólo de lo que lo has estado en toda tu vida, más solo de lo que quizá vas a estarlo nunca si sobrevives, con un tubo metido entre la tráquea y unos doctores y enfermeras con guantes y máscaras y protectores (los que los consiguen) intentando mantenerte con vida, y regresarte a casa sano.

Y de repente, tras la música que no consigue distraerte, escuchas el ritmo distante de tus pasos mientras las luces de otra ambulancia colorean las paredes de otra casa. Disminuyes la velocidad, pero no paras porque ahora también correr es huir. Huir de los árboles que ya no son los mismos, aunque allí duerman los mismos pájaros que anidan entre sus ramas y los mismos lagartos con ojos de sabios tristes te observen desde sus ranuras. Y huir de esa noche que cae tan sola en el encierro, tan pura, en un cielo transparente que refleja en los luceros la agonía de la muerte.

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Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.