Por Daniel Morcate, miembro de la unidad política de Noticias Univision
Soy de los que creen que los problemas políticos requieren soluciones políticas. Y profesionales de la política que las propongan y ejecuten. Pero en estos primeros meses de la contienda presidencial muchos norteamericanos evidentemente no piensan como yo.
Son aquellos que, al menos en las encuestas, les están dando apoyo y aliento a los “outsiders”, los forasteros o advenedizos a nuestra política nacional. Contrario a lo que muchos creen, el fenómeno de los outsiders tiene arraigo en Estados Unidos.
En la lucha por la Casa Blanca invariablemente surgen algunos. Recordemos a Ross Perot, Ralph Nader, Herman Cain. En esta ocasión, sin embargo, están dominando la contienda por la nominación republicana, en la que tres outsiders, Donald Trump, Bernie Carson y Carly Fiorina, acaparan desde hace tiempo más del 50 por ciento de la intención del voto.
Del lado demócrata se suele tildar de outsider a Bernie Sanders, quien solo lo es a medias, porque a contracorriente de la ideología de los dos grandes partidos se proclama socialista. Pero la realidad es que Sanders ha sido un político de carrera casi desde la cuna. Aspiró al Senado por primera vez en 1972. En los ochenta fue alcalde de Burlington, Vermont. Y desde los 90 se instaló en el Congreso primero como representante y luego como senador.
De modo que el actual fenómeno de los outsiders es fundamentalmente republicano y conservador. En gran medida se deriva de lo que en la década de los 1990 se llamó “the syndrome of the angry young man” o el síndrome del joven cabreado porque la constante afluencia migratoria, el avance del laicismo y el progreso social y político de las minorías étnicas y las mujeres le estaban cambiando al país, tanto, que se le estaba volviendo irreconocible.
Ese joven iracundo e inconforme devino hoy hombre maduro. Y ya no solo culpa a los políticos liberales por los cambios radicales de la sociedad norteamericana –y por su correspondiente pérdida de poder e influencia en ella– sino también a los líderes de su propio partido conservador, por haberlos permitido.
De ahí que el grueso del respaldo que reciben los “outsiders” republicanos se componga precisamente de hombres blancos no hispanos, como los que también votaron en masa por Mitt Romney en 2012.
¿Cómo se explica entonces que este sector relativamente homogéneo del electorado, compuesto principalmente de hombres blancos no hispanos, respalde con ahínco a un outsider afroamericano como Carson y a una mujer outsider como Fiorina? Porque en su fuero interno muchos de estos electores no se sienten racistas ni machistas, sino simplemente conservadores que sueñan con preservar o recuperar valores que a su juicio hicieron a Estados Unidos excepcional y grande.
Y disfrutan como críos la posibilidad de restregarles en la cara a los políticos y medios liberales que cuentan con afroamericanos como Carson o con mujeres como Fiorina para llevar a cabo sus planes de futuro como regreso al pasado de la nación. La popularidad de Carson entre los conservadores comienza con su raza. La de Fiorina, con su condición de mujer.









