La pandemia de coronavirus ha sido, tal vez, el flagelo que más cerca ha estado de arruinar las tradicionalmente largas y alegres navidades de Puerto Rico. Familias enteras recluidas. Negocios cerrados. Playas semi desiertas. Toque de queda. Ley seca los fines de semana. Turismo limitado. Todo conspira para que los puertorriqueños no se reconozcan en esta época en la que históricamente han festejado como si no hubiera un mañana, poniendo en pausa los sinsabores característicos de una isla con grandes aspiraciones y recursos modestos. Un país con “sueños más grandes que su geografía”, como alguna vez dijera la poetisa sangermeña, Elsa Tió.
Navidades con pandemia en Puerto Rico
"A diferencia de la metrópoli estadounidense, la necedad y la demagogia de los políticos no está matando de covid a los puertorriqueños. Aquí nadie muere por su penepé, popular o independentista favorito, como sucede en Estados Unidos donde, lamentablemente, muchas personas se han enfermado y hasta muerto por hacerle caso a la desinformación y el negacionismo de sus republicanos favoritos".


La pandemia ha zurrado, pero no ha doblegado a Puerto Rico. Como tampoco logró hacerlo María, la catastrófica. En 10 meses de guerra viral, se han contagiado 111,000 puertorriqueños, de una población de 3,400,000. Más de 1,500 han perecido. Y en estos momentos 391 se encuentran ingresados en hospitales por el mal.
Pero la isla combate la covid-19 sin tregua, basándose en las pautas que van impartiendo los expertos médicos y con mayor coherencia y disciplina de la que he visto en comunidades de Estados Unidos. Es una de las razones por las que mi familia y yo nos arriesgamos a tomar un avión y venir a la isla, mientras aguardamos nuestro turno para recibir la ansiada vacuna.
Desde que estalló la pandemia, la mayoría de los puertorriqueños ha optado por el respeto solemne a la vida propia y a la ajena. Una auténtica novedad americana. En tiendas, restaurantes y mercados se someten a los pequeños rigores que exige la ocasión: uso de mascarilla, lavado de manos con desinfectantes, toma de temperatura, filas con distanciamiento social. Muchos muestran su lealtad a sus restaurantes favoritos comprando comida para llevar o ingiriéndola en los autos. Y a pesar del golpe económico que sufren, los comercios mayoritariamente acatan las estrictas reglas del juego sanitario, incluyendo el aceptar en su interior solo un 30 % de parroquianos. Los casos excepcionales de comerciantes reacios se ventilan estruendosamente en los medios. Pero confirman la regla.
A diferencia de la metrópoli estadounidense, la necedad y la demagogia de los políticos no está matando de covid a los puertorriqueños. Aquí nadie muere por su penepé, popular o independentista favorito, como sucede en Estados Unidos donde, lamentablemente, muchas personas se han enfermado y hasta muerto por hacerle caso a la desinformación y el negacionismo de sus republicanos favoritos.
Entre liberales y conservadores puertorriqueños ha surgido un consenso de que el virus es sumamente contagioso, mata o puede causar daños duraderos a la salud. Este entendimiento, desde luego, no ha evitado las desavenencias sobre cómo responder al mal. Pero sí ha encauzado el debate público por los caminos de la racionalidad y el pragmatismo.
La pandemia, sin embargo, ha frenado la recuperación física y económica de Puerto Rico tras el azote de los huracanes Irma y María. La tasa de desempleo se mantiene por encima del 7 %, casi la misma de 2019. Y sería peor si reflejara a los puertorriqueños que han desistido de buscar empleo o a los que han ido a buscarlo a Estados Unidos.
El índice de pobreza supera el 40 %. Y en seis municipios oscila entre el 60% y el 64 %, según datos de la Oficina Nacional del Censo de EEUU. De ahí la importancia de que los políticos de Washington mantengan su atención en la isla. El plan de ayuda federal por el coronavirus, que finalmente firmó bajo presión el presidente Trump, aliviará el hambre de muchos isleños gracias a una partida de $600 millones destinados al programa nacional de nutrición.
Tras el paso arrasador de María, Puerto Rico demostró su enorme capacidad de resistencia. No será diferente con la pandemia. Los desastres colectivos tienden a unir a los puertorriqueños en una causa común: la de la supervivencia basada en la solidaridad y la autogestión. Esta vez deberán prevenir el colapso del sistema sanitario de la isla, el cual ya habían diezmado María y el éxodo de profesionales del renglón.
La catástrofe de María puso de manifiesto la fragilidad y la incompetencia de buena parte de la burocracia estatal de Puerto Rico. Pero despertó la creatividad de ciudadanos que respondieron con toda suerte de iniciativas privadas para reparar daños, reactivar la economía, proteger el medio ambiente y devolverle la confianza en sí misma a la población. Entonces y ahora Puerto Rico recibió ayuda crucial de Estados Unidos. La misma dinámica hará falta para que se recupere de la plaga medieval. Y para que a la isla regresen las navidades más largas y alegres del mundo.
Nota : La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.







