El destello del faro de Punta Brava (1876) se refleja en las aguas del Río de la Plata en una noche fría en la austral capital de Uruguay, país con una costa tan cargada de trampas que se debieron levantar 12 de estas torres para señalizarla.
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La accidentada costa uruguaya -con 378 kilómetros sobre el Río de la Plata y 220 sobre el Océano Atlántico- ha sido una celada tanto para los intrépidos navegantes de los tiempos del descubrimiento como de los del GPS.
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Esta costa tiene, por lo general, un clima variable que a menudo azota con fuertes vientos y repentinas tormentas, lo que dificulta aún más su navegación.
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El suboficial Julio César González, de 42 años, farero de la torre del Cerro de Montevideo, estima que pese a la tecnología, "los faros hoy cumplen la misma función que antes: siguen siendo un punto de referencia".
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Se cree que hay entre mil y dos mil buques hundidos en las costas uruguayas.
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La historia de los faros comenzó en 1799, cuando debido a las enórmes pérdidas que generaban los naufragios, la corona española decidió construir en faro Cerro de Montevideo.
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Este faro fue uno de los primeros en construirse en América, y fue inaugurado en 1802.
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El aislamiento de estas torres, producto del avance tecnológico, afectó a un farero que operaba el faro de La Panela, inaugurado en 1915 sobre una base de hormigón en medio del Río de la Plata, frente a la costa oeste de Montevideo, para señalizar unas rocas bajo la superficie.
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Antes de su automatización, en 1951, La Panela era operada por tres fareros que vivían indecibles penurias en medio del ancho río.
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El faro más al oeste de la costa uruguaya está en la Isla de Farallón, frente a la bahía de Colonia (180 kilómetros al oeste de Montevideo).
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Hay que "mantener la mente ocupada", dice a la AFP el cabo primero Álvaro Fajardo, de 29 años, uno de los dos fareros de la Isla de Flores, 17 kilómetros frente a la costa este de Montevideo, que cambian turnos cada 14 días.
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"Me gusta este trabajo por la tranquilidad, por el paisaje", dice Fajardo, quien además de mantener junto con un ayudante el faro limpio, pintado y en funcionamiento, en sus ratos libres lee, cocina, pesca y hace ejercicio.
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El faro de la Isla de Flores es un referente para los navegantes desde su inauguración, en 1928, tras más de cuatro décadas de intrigas políticas y diplomáticas por la rivalidad entre los puertos de Montevideo y Buenos Aires.
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Tanta fue la disputa, que su construcción se concretó durante hasta el dominio luso-brasileño entre 1917 y 1928.
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Tras muchos naufragios en la zona, en 1881 se inauguró el faro de Cabo Polonio, un área protegida rodeada de dunas que despliega peligrosas restingas y con tres islas -La Rasa, La Encantada, y el Islote- habitadas por lobos marinos.
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Unos 50 kilómetros al oeste se levanta el faro del Cabo Santa María, en La Paloma, inaugurado en 1874, tras la conmoción que causó el naufragio del buque francés 'Lise Amelie', en 1868. El faro de José Ignacio, otros 40 kilómetros más al oeste, fue inaugurado en 1877 tras varios hundimientos, entre ellos el del barco inglés 'Liffey', en 1874.
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Donde termina el Río de la Plata y empieza el Océano Atlántico, se erige el faro de Punta del Este -allí naufragó el 'HMS Aganmenon', de Lord Nelson, en 1809-, inaugurado en 1860 y trasladado desde la Isla de Lobos. Esa isla a 14 kilómetros de Punta del Este, rodeada de arrecifes rocosos y hogar de la mayor reserva de lobos marinos de Sudamérica, fue causante de más de 60 naufragios entre 1876 y 1905, por lo que en 1906 se instaló allí un nuevo faro que se precia de ser el más alto de América del Sur.