Fue la burguesía chilena la que instauró los cacerolazos como una bulliciosa forma de protesta, pero es en la dictadura de Augusto Pinochet que la clase obrera lo consolida como un poderoso instrumento de manifestación, replicado en varios países de América Latina, el último de ellos Venezuela.
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En las últimas dos noches en Venezuela, las cacerolas han sonado fuerte en rechazo al cerrado triunfo de Nicolás Maduro frente al candidato opositor Henrique Capriles en las elecciones del domingo.
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La forma de protesta se remonta a poco más de cuatro décadas, cuando al repicar de cacerolas o sartenes vacíos, las mujeres de clase alta chilena demostraban su descontento contra el gobierno del socialista Salvador Allende (1970-1973) y el desabastecimiento de productos que se vivía en esa época.
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Siempre al caer la noche, en los barrios más acomodados de Santiago, convocadas de boca en boca, mujeres y niños salían a los balcones de sus departamentos y a los jardines de sus casas para hacer sonar con fuerza las cacerolas.
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Fue la demostración más sonora de la fuerte polarización social que se vivía en Chile en esa época y que derivó en el golpe de Estado que el 11 de septiembre de 1973 acabó con el gobierno de Allende e instaló la dictadura de Augusto Pinochet.
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Luego de casi una década de silencio obligado, en los años más cruentos de represión, los sectores populares chilenos se apropiaron de esta forma de protesta, ante el temor a salir a las calles.
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La primera gran manifestación contra la dictadura fue el 11 de mayo de 1983, convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre, liderada en esa época por el joven dirigente sindical Rodolfo Seguel.
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"Nosotros habíamos convocado a un paro nacional, pero como la dictadura militarizó todos los yacimientos y teníamos información de que iba a haber una gran matanza, preferimos no hacer un paro y decidimos transformarlo en protesta, haciendo sonar las ollas", recuerda Seguel a la AFP.
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Amparados en la noche, en la complicidad de sus patios, muchos chilenos comenzaron a demostrar su descontento contra la dictadura y una grave crisis económica, en un constante repicar de cacerolas que se extendía hasta la madrugada en todo el país.
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"El ruido era una cosa que enfermaba a cualquiera. Con el paso del tiempo, las protestas fueron aumentando en contenido y la gente fue arriesgándose cada vez más", agrega Seguel, que en democracia fue diputado por el partido Demócrata Cristiano y hoy está virtualmente retirado de la vida pública.
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A la par que crecían las protestas fue también aumentando la represión. En la jornada más sangrienta murieron más de 50 personas a manos de la policía o militares que Pinochet sacó a las calles, en el inicio del fin de su cruento régimen que dejó más de tres mil víctimas.
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Restaurada la democracia en Chile, en 1990, los chilenos guardaron sus cacerolas abolladas en sus cocinas hasta que en 2011, convocados esta vez por estudiantes, ahora a través de las redes sociales y no de voz en voz como en la dictadura, volvieron a hacer sonar sus ollas.
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Si antes protestaban por acabar con la dictadura de Pinochet, ahora los convocaba apoyar el reclamo de una educación pública, gratuita y de calidad, sin el temor de antaño y en un ambiente de fiesta.
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En varias plazas públicas, familias completas se reunieron por varias noches para hacer ruido. A las cacerolas se sumó el retumbar de tambores, bocinas y botes metálicos de basura en apoyo de las demandas de los estudiantes, que se mantienen hasta hoy.
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Antes, en Argentina, los cacerolazos fueron el símbolo de las protestas durante la crisis económica de 2001 y 2002. Las primeras manifestaciones surgieron casi espontáneamente a través de los cacerolazos en los barrios que luego se trasladaron al centro de la ciudad.
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En México, se empezó a citar a cacerolear hace menos de un año, en octubre, en el marco de la protesta organizada en Ciudad de México por el movimiento juvenil #yosoy132 como parte de una jornada mundial convocada por los llamados "indignados" del 15-M español y el Ocuppy Wall Street.