Un desfile de ataúdes con personas vivas: la insólita tradición que celebran en un pequeño pueblo (fotos)
Un peculiar ‘funeral’ de vivos se realiza en el pequeño pueblo de Nieves, en el noroeste de España desde hace varios siglos: “la procesión de las mortajas”. La multitudinaria tradición se remonta a las cruzadas medievales.
Una peculiar procesión, donde algunas personas voluntariamente se meten en ataúdes como un ofrenda a una santa católica, se realiza desde la edad media cerca de la ciudad de Nieves, en Galicia, España. Conocida como la “procesión de las mortajas”, es una de las tradiciones más antiguas y extrañas del mundo.
Miguel Riopa/AFP/Getty Images
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Los voluntarios entran a los ataúdes como una ofrenda a Santa Marta, conocida en la religión católica como “la santa de la resurrección”. Los cajones abiertos son el centro del insólito y multitudinario ‘funeral’ de vivos, y recorren las calles del pequeño pueblo Marta de Ribarteme, al noreste de España.
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Acompañados de cantos religiosos, cinco penitentes de esta población de 4,000 habitantes son transportados para agradecer a Santa Marta el haber salvado a un ser querido o para pedirle que lo haga. Algunos llevan el rostro oculto por un abanico o un sombrero, para protegerse de las cámaras y del inclemente calor. María Rodríguez, una de las voluntarias, pasó tres cuartos de hora acostada en un ataúd para agradecer a la santa haber salvado a su perro con cáncer
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"Fue una cosa espontánea" el haberse unido a la celebración, explicó a la agencia AFP la jubilada de 69 años, que descubrió esta tradición en los medios. "Eso no te lo piensas, eso te sale del alma y del corazón cuando quieres a alguien", explica la señora, residente en Vigo, la principal ciudad de la región.
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Modesto Gómez, un restaurador de 70 años que asiste a la procesión desde que era niño, afirma que no hay nada de siniestro en esta fiesta, aún cuando el permanecer en el ataúd puede ser exigente física y mentalmente. "Esto es un culto a la vida. Personas que en momentos difíciles se han ofrecido a un sacrificio muy importante, que es meterse en un ataúd", dijo.
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"Para mí, es lo más grande", opina María del Carmen González, nativa de Nieves, donde cada 29 de julio se realiza esta procesión. Este año la siguió junto a su hija Aida, descalza y con un sudario blanco cubriendo sus hombros.
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El año próximo, María del Carmen quiere que un ataúd sea portado para agradecer a la santa que su marido sobrevivió a una neumonía, y otro para pedir por su nieta que tiene "varios problemas", confiesa discretamente. Si dependiera de ella, iría ella misma dentro del ataúd, pero su familia tiene temor de que pueda pasarle algo por el calor.
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La solemne procesión, que pone punto final a nueve días de fiesta pasa junto a puestos donde se vende cerveza y un castillo inflable para niños con la forma del personaje de caricaturas Bob Esponja. ¿De dónde viene esta tradición? Nadie lo sabe.
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Según un libro sobre el desfile editado localmente, la procesión de los ataúdes podría remontarse a las Cruzadas medievales. Los guerreros de la zona habrían descubierto en La Provenza francesa el culto a Santa Marta, que según la tradición cristiana vio resucitar a su hermano Lázaro tras pedírselo a Jesús.
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A su regreso a Galicia, le habrían agradecido a la santa el haberles salvado la vida, ocupando sus propios ataúdes, felices de usarlos en vida. Según el sociólogo Carlos Hernández, quien prepara una tesis sobre la procesión, en el pasado la personas adquirían su ataúd en vida, cuando tenían los medios o un miembro de su familia se encontraba mal de salud.
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Y cuando los enfermos sobrevivían, "como tenían el ataúd en casa, lo donaban a la parroquia" para ser usado por los más necesitados. Pero no se sabe en qué momento comenzaron a acostarse en ellos. "En el fondo es eso: es la afrenta de mirar a la muerte, de mirar al mal, para que la que salga vencedora de la fiesta sea la vida", interpreta el sociólogo.