La New York Philarmonic explora los límites de la música, la filosofía y la divinidad con obras de Bernstein y Strauss

El espectáculo, que se repitió el 8, 10, 11 y 13 de febrero en el David Geffen Hall del Lincoln Center en Nueva York, fue también el espacio para el regreso al podio del director de orquesta finlandés Santtu-Matias Rouvali y el debut en este escenario de la violinista estadounidense Esther Yoo.

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Lioman Lima, desde Nueva York
Santtu-Matias Rouvali leads the New York Philharmonic performing Bernstein Serenade (after Plato's Symposium) with soloist Esther Yoo and
Santtu-Matias Rouvali leads the New York Philharmonic performing Bernstein Serenade (after Plato's Symposium) with soloist Esther Yoo and
Imagen ©2024 Chris Lee


Cierta vez, hablando de un vals de Strauss, Leonard Bernstein recordaba cómo la música del gran compositor alemán nos dejaba “hipnotizados por el encanto elástico de su fraseo, el tono provocativo de su ritmo, esas pequeñas vacilaciones y pausas, esos ritmos desmayantes y el impulso irresistible de su pulso”.

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Fueron, algo poco común, dos clásicos que convivieron en lugares distintos del orbe. Pero cuando Richard Strauss visitó por primera vez Estados Unidos y condujo la New York Philarmonic, en 1904, aún faltaban 14 años para que Bernstein naciera. Cuando Bernstein asumió la dirección de la Filarmónica, en 1958, hacía 9 que Strauss había muerto de neumonía en el poblado de Garmisch-Partenkirchen.

No fueron compositores con mucho en común, al menos estilísticamente hablando. Se ha hablado, sin embargo, de cómo ambos apostaron por la riqueza de la orquestación, la complejidad armónica de sus piezas y el uso de un cromatismo casi identitario. Pero un reciente programa de la New York Philarmonic exploró también una conexión musical que iba mucho más allá de lo que hasta ahora se ha escrito: las lecturas musicales de obras filosóficas que, de una forma u otra, han dejado una marca en los compositores.

El programa que incluyó Serenata basada en el «Banquete» de Platón (Bernstein) y Una sinfonía alpina (de Strauss, y basado en El Anticristo, de Nietzsche) estableció un diálogo entre dos compositores que, de una forma u otra, marcaron el destino de la música en el siglo XX.

El espectáculo, que se repitió el 8, 10, 11 y 13 de febrero en el David Geffen Hall del Lincoln Center en Nueva York, fue también el espacio para el regreso al podio del director de orquesta finlandés Santtu-Matias Rouvali y el debut en este escenario de la violinista estadounidense Esther Yoo (29). Rouvali, como ha hecho en otras ocasiones, explotó otra vez al máximo el increíble potencial de la New York Philarmonic, sobre todo en la pieza de Strauss, que supo crear momentos de increíble impacto y recrear en instrumentos el potencial devastador y sublime de la naturaleza, de la contemplación de la belleza y los misterios y las sensaciones que pueda encontrar el ser humano en los espacios que habita o que descubre.

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Rouvali, con solo 38 años, ha mostrado frente a la New York Philarmonic unas cualidades únicas como director, con un acento peculiar y una manera de conducción en la que la libertad de la orquesta juega con su supervisión como director.

Yoo, si bien no logró deslumbrar, ejecutó el violín en la Serenata de Bernstein con corrección y refrenado ímpetu. Aunque por momentos parecía demasiado tensa, logró liberarse y tocar con mayor naturalidad el encore, para el que ejecutó Souvenirs d’Amérique, de Henri Vieuxtemps. En Serenata, el momento de mayor brillo, tanto de la violinista como de la orquesta, estuvo al final, principalmente “ Sócrates: Alcibíades”, en la que un dúo entre Yoo y el violonchelista principal Carter Brey dio un acento dramático, colorido y tonal.

Sin embargo, fue el viaje alpino de Strauss, que comienza al amanecer y termina después de la puesta de Sol, tormenta de por medio, el momento más logrado del concierto del pasado domingo. El inusual uso de instrumentos que hace Strauss (desde una máquina de vientos hasta un Heckel, un instrumento de la familia del oboe, pero más grande y con un sonido más pesado y penetrante) permitieron no solo recordar el genio de Strauss, sino las infinitas posibilidades de la música.

Fue sin dudas un performance de alto nivel, un espectáculo de calidad que logró transportar a la audiencia a espacios únicos, a sentidos y sensaciones que solo la mejor música puede llevar.