ELKHART LAKE / KIEL, Wisconsin.- Los últimos seis meses en la vida de José han transcurrido entre el galpón donde él y treinta compañeros ordeñan 2,000 vacas a diario, la casa que alquila frente a la lechería junto a media docena de obreros y el Walmart Supercenter a 14 millas de allí, donde dos veces por mes deja entero su salario. Más de la mitad del dinero lo envía a México: a su familia y al coyote que lo trajo esta vez a Estados Unidos. Lo demás se le va en comida, agua y cocacola.
Miedo al país de Trump: tres historias de inmigrantes hispanos en los campos de Wisconsin
El racismo y el temor a la deportación cobra fuerza en uno de los estados que le dio el triunfo a Donald Trump y donde la mano de obra de miles de hispanos sostiene la mayor industria local, la del queso.

“Solo camino al trabajo y cuando vamos a depositar o comprar voy con alguien que tenga licencia para que nos lleve a la tienda. No conocemos mucho aquí y no vamos más lejos por la policía, por eso no salimos. Mejor nos estamos aquí en la casa, de la casa al trabajo. Y no le abrimos a cualquier persona porque no conocemos”, dice José mientras prepara la carne frita de la cena.
Durante doce años José ha trabajado por temporadas en Estados Unidos. De jornalero, obrero, ordeñador, en granjas de Ohio, Tenessee, Florida y Wisconsin, sin permiso oficial para hacerlo. Se queda un año o dos y regresa con su familia que, con excepción de un hijo que trabaja en Madison, vive toda en Córdoba, Veracruz. Sus treinta compañeros del ordeño están en la misma situación: son de México y Nicaragua y no tienen documentos para trabajar. Y el gobierno de Estados Unidos lo sabe y no termina de hallarle una solución al problema.
“Y ahí estamos, esperando a ver cuándo somos sorprendidos por las leyes, si llega a venir migración o algún policía. (A Donald Trump) lo venimos escuchando con que va a sacar a todos los latinos y sentimos miedo de no sentirnos seguros aquí. Estamos con un miedo de que nos vayan a agarrar y nos lleven a nuestro país”, dice José.

El 51,2% de la mano de obra empleada por la industria lechera de Estados Unidos es inmigrante, según lo refleja una encuesta realizada en agosto de 2015 por la Federación Nacional de Productores de Leche (NMPF, por sus siglas en inglés) entre mil granjas de todo el país. El estudio no discrimina cuántos de ellos cuentan con documentos que les permitan permanecer legalmente en el país. Pero sí señala que más del 70% de estas granjas teme ser objeto de auditorías o redadas por parte de las autoridades migratorias.
A diferencia de los migrantes que sirven al sector de la agricultura, los extranjeros sin documentos en la industria lechera no pueden optar por una visa H-2A, que se otorga a trabajadores temporales, porque se les necesita en el ordeño los 365 días del año.
Ningún blanco estadounidense o inmigrante con residencia legal suele postularse a la plaza de ordeñador, que requiere 12 horas de trabajo bañado en bosta y orín de vaca, entre cinco y seis días a la semana, por 11.54 dólares la hora. Ni aunque la paga sea mejor de la que recibe un cajero (9.83 dólares por hora) o un trabajador de alguna cadena de comida rápida (9.13 dólares la hora).
Por eso, una representación de la Asociación de Empresas Lácteas (DBA, por sus siglas en inglés) acudió a Washington en julio de 2015 para pedir una reforma urgente a las leyes de migración. Y cuando el candidato Donald Trump visitó los campos de Wisconsin en vísperas de las primarias republicanas, los lecheros insistieron: sin mano de obra migrante, no hay leche y sin leche, se vendría abajo la industria del estado, la del queso.

A todos ellos Trump les prometió un programa de visas temporales para sus trabajadores que “funcionaría maravillosamente”, pero no les habló de detener su plan deportaciones. Y los lecheros de esta zona del país votaron a su favor, basados en la fe.
“Él pondrá en marcha un plan que permitirá a los inmigrantes hispanos venir a trabajar. Yo realmente siento eso”, dice Jim, el dueño de la granja que emplea a José, que tras abstenerse en varias elecciones decidió votar por el magnate neoyorquino “para mantener a Hillary Clinton alejada de la Casa Blanca”.
José no sabe cómo votó el jefe, pero intuye de manera equivocada que no pudo haberlo hecho por Trump.
“El que era candidato hoy es ya presidente y se le oye a hablar muy feo de nosotros. Y aquí en este estado hay mucho trabajador mexicano y todos trabajan en ranchos así como de ganado. Si no hubiera trabajadores, el rancho quiebra, porque somos puros latinos los que estamos trabajando ahí”, razona José.
“Yo le diría a Donald Trump que tuviera un poco de compasión por la gente que viene a trabajar porque muchos no vienen a hacer otra cosa más que producir. Que no deporte a la gente como dijo en su campaña, que nos deje trabajar aquí”, le pide al presidente electo.
El miedo va a la escuela
El acoso estuvo siempre allí. Lo padecieron todos los hijos de Sabina Villa-Rivera, una de las primeras mexicanas en mudarse hace quince años a la pequeña ciudad agrícola de Kiel, asentada entre los condados Calumet y Manitowa de Wisconsin, donde los hispanos representan apenas un 3% de la población. Pero desde que Donald Trump tuvo la ocurrencia del muro fronterizo durante la campaña electoral, todo fue peor.
“El día después de las elecciones mi hijo Sebastián llegó llorando a la casa y me dijo: ‘Ya no me hagas volver a la escuela. Otra vez ese niño estúpido me gritó: Build the wall. Go back to Mexico, nobody wants you (Construyan el muro. Regresa a México, nadie te quiere)’”, cuenta Villa-Rivera, madre de cuatro chicos, tres de ellos nacidos como ella en Guanajuato, México.
"Mi padre me está enseñando a matar mexicanos.Serás mi primer target", dijo un niño al hijo de Sabina Villa de 10a. pic.twitter.com/0c75Nn5JTk
— Maye Primera (@mayepri) November 15, 2016
El mismo estudiante amenazó hace dos años a Sebastián con esta frase: “Mi padre me está enseñando a matar mexicanos y tú serás mi primer target”. Y ahora, cuando cada día le grita todos los slogans de campaña de Trump en la escuela, lo hace extendiendo el índice y encogiendo los demás dedos: disparándole como si su mano fuera una pistola.
“El niño que le dijo lo de la pistola empeoró cuando Trump se lanzó para presidente y ahora (el acoso) es a diario. Cuando hablé con la directora le dije: ¿qué quieren que pase? ¿que otro niño se suicide para que hagan caso”, se queja Sabina y relata que hace dos años un adolescente víctima de bullying en la secundaria se quitó la vida de un disparo.
Dos días después de las elecciones, el 10 de noviembre, un policía visitó a la escuela a petición de la directora para hablar con Sebastián y el niño que lo amenaza, y pidió que volvieran a llamarle en caso de cualquier eventualidad. Los niños estudian ahora en aulas separadas.

Villa-Rivera es una de las pocas mexicanas que trabaja en el emporio fabricante de quesos Sargento de Wisconsin, la única trabajadora extranjera a quien la empresa, en 60 años de operaciones, le ha entregado una carta de recomendación para su trámite de ciudadanía.
“A pesar de todo, este es un lugar pacífico, donde se pueden criar los hijos sin problemas. ¿Mudarnos a otro lugar? No, mis hijos no se quieren ir”.
Quesadillas para trumpistas
María es una dreamer de 28 años que prepara quesadillas con vista al estacionamiento en un restaurante de comida rápida mexicana a orillas de la autopista I-90, que comunica la ciudad de Chicago con el norte de Wisconsin.
“Miro los carros que tienen los stickers de Trump y es un poco incómodo ver que la persona se baja y llega aquí y uno tenerle que sonreír y preguntarle: ‘¿Qué desea?’. El día de las elecciones pasó un cliente y dijo: Más vale que salgan a votar, porque si no votan vamos a ganar y van a tener que salir todos de aquí. Uno tiene que poner cara dura y sonreír, pero es incómodo”, dice María.
El 8N un cliente blanco llegó a este rest mexicano de Wisconsin diciendo:"Voten porque si ganamos los vamos a sacar" pic.twitter.com/sCLoEWXQX6
— Maye Primera (@mayepri) November 15, 2016
Ella nació en Michoacán y llegó a Estados Unidos con su familia cuando tenía un año. Sus padres apenas se hicieron residentes en mayo pasado. De sus dos hermanos, solo uno puede votar y lo hizo por Hillary Clinton.
La idea de volver la perturba. Viene de una comunidad de granjeros, dominada actualmente por el narcotráfico, donde las letrinas fueron sustituidas por baños hace apenas cinco años.
“Tenemos miedo de regresar. Mi español tal vez se escucha bien aquí, pero llego a México y ya saben que soy de Estados Unidos. Y eso es algo que hace alertas para que te secuestren o te hagan otra cosa. Es intimidante la idea de regresar a tu país, un país que no conozco”, dice María.










