Uno de nuestros redactores nos cuenta sus experiencias en Marruecos

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Hoy me dirijo a ustedes en primera persona para relatar mis experiencias en uno de los destinos más exóticos del mundo: Marruecos, tierra de bazares, palmeras y dunas que convendrá surcar a lomos de un camello, una montura tan incómoda como apasionante. Sí, así es Marruecos, un país de contradicciones, un auténtico desafío para los sentidos en el que destacan ciudades como Marrakech o Essaouira, principales enclaves visitados hace dos años. Ahí va esta crónica de experiencias y consejos en Marruecos que, espero, te impulsen a escaparte en avión (la alfombra mágica aún se nos resiste) durante los próximos meses.

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Un vendedor de velas

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Si en la India nos "retuvieron" durante la primera noche, aquella en que llegamos a Marrakech no estuvo exenta de cierto episodio dramático que, horas después, se nos antojó incluso anecdótico. Nos cruzamos con un comerciante de velas que nos convenció para tomar unas cervezas en un hotel cercano; un tipo curioso cuanto menos, quizás demasiado simpático. Poco después comprobamos que quería vendernos marihuana y sacarnos unos cuantos dirhams. Finalmente, terminamos dándole veinte y volviendo al hotel que, por cierto, fue un riad totalmente recomendable (y económico). ¿Moraleja?: Controla tus primeros impulsos por entablar lazos con los locales.

En un bazar...

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Los bazares (o zouks) constituyen la principal atracción de Marruecos y, como tal, al día siguiente nos sumergimos en el bazar de Marrakech, encerrado en la Medina de la ciudad, la zona donde siempre se encuentran más comerciantes experimentados y amantes del regateo, por lo que conseguir un pantalón a precio competente no es difícil. En el bazar de Marrakech las estrechas calles huelen a especias, el bullicio es continuo y los colores de las babuchas o los faroles inundan los muchos rincones del complejo. Un espectáculo cuyo dinamismo nos indujo, en algún momento, a retirarnos para tomar un delicioso té moruno mientras alguien, no muy lejos, hace bailar a una cobra con el sonido de su flauta.

Pequeños paraísos

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Los jardines de Marrakech se dividen, principalmente, entre tres: La Palmeraie, un solar colmado de palmeras que, quizás, sea el menos atractivo; el Jardín Majorelle, situado en la parte moderna de la ciudad y compuesto por especies de árboles y plantas de los cinco continentes que inundan los pabellones de colores, aportando ese toque a caballo entre lo chic y lo exótico y, por ultimo, el Jardín de la Menara, situado a cinco minutos en autobús al oeste de la medina. Un espacio franqueada por olivos y palmeras en torno a una alberca que refleja el pabellón restaurado en el siglo XIX como residencia vacacional del sultán Abd ar Rahman ibn Hicham. ¡Ah! Y como telón de fondo, las montañas nevadas del Atlas. Una maravilla. 

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Memorias de arena

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Finalmente, llegó ese esperado momento en todo viaje a Marruecos, de viajar al Sáhara, en concreto a Zagora, la particular puerta del desierto marroquí. De camino viajamos en un jeep que quedó averiado en un pueblo del Atlas, rodeados de cabras y locales curiosos. Posteriormente comimos un rico cous cous en Ouarzazate, ciudad famosa por sus curiosos edificios de arquitectura bereber y su condición de estudio cinematográfico nacional hasta que, finalmente, unos simpáticos bereberes vinieron a recogernos en camellos. Poco después tomamos rica harira (sopa de harina típica marroquí) bajo una de las carpas del campamento y nos sentamos en torno a una hoguera con otras nómadas que habían terminado recalando en este perdido lugar cuyo mejor regalo es un cielo estrellado y esa arena fría en la que sumergir los pies durante ciertos momentos de reflexión.

Un pueblo azul y blanco

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Essaouira fue el último destino de nuestra travesía. Está situado a 3 horas en autobús de Marrakech, junto a un Atlántico salpicado por las cometas de kitesurf, un deporte propicio a practicar en este enclave. Essaouira es un pueblecito artístico de casas blancas y pórticos azules, en cuyo puerto los comerciantes abren sus terrazas donde degustar marisco local, los cafés albergan grupos de música étnica y las gaviotas surcan los cielos aún a medianoche. Además, los bazares son mucho más relajados e importan artículos procedentes del resto del continente africano. Nos hospedamos en un youth hostel, ideal para bolsillos ajustados y turistas a los que no les importe compartir cachimba y reflexiones con otros viajeros. 

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Estas experiencias y consejos para viajar a Marruecos componen mi travesía a través país magrebí, si bien, como muchas veces suelo confesar, las experiencias y momentos son tantos que no cabrían en un sólo artículo. Los marroquíes son anfitriones simpáticos y honestos aunque, en ocasiones, pequen de ser algo cargantes, especialmente en las Medinas, donde resumen cualquier respuesta a un "ven, ven" encaminado a vender algún artículo. Exceptuando este punto, Marruecos es un país seguro, lleno de contrastes y entornos propicios en los que perderse, reflexionar y exponer al máximo exponente el arte de viajar. 

نتلقاو o, mejor dicho, ¡hasta pronto!