Emplazada en medio de una amplia meseta en el valle de México a 2286 metros sobre el nivel del mar, Teotihuacán abarca 23,5 kilómetros cuadrados, convirtiéndose en uno de los centros de culto más impresionantes de la cultura azteca.
Teotihuacán: el lugar de los que siguen el camino de los dioses


Esta mística ciudad está dominada por la gigantesca Pirámide del Sol, construida en el primer siglo de nuestra era, que mide 225 metros de largo por 70 de alto y fue realizada en su totalidad con ladrillos cocidos al sol. Los arqueólogos descubrieron por azar que a unos seis metros por debajo de ella hay una caverna natural de casi cien metros, la cual fue usada (antes y después de la construcción de la pirámide) como centro sagrado de culto.
Un placer para la vista
La Pirámide de la Luna es un edificio similar, construido hacia la segunda mitad del siglo II y de menor tamaño, con una base de 145 metros por lado. A partir de ella, hacia el sur, se extiende la Avenida de los Muertos, de más de tres kilómetros de longitud. En realidad es un conjunto de patios abiertos, de 145 metros de ancho cada uno y con pequeñas plataformas.

La avenida atraviesa la Ciudadela, un gran recinto cuadrado de 640 metros en cuyo lado oriental se alza el Templo de Quetzalcóatl, una pirámide escalonada de seis plantas. En ella hay tallas muy vistosas como la Serpiente de Fuego y la Serpiente Emplumada. Se desconoce quiénes fueron sus constructores, pues cuando los aztecas la descubrieron ya llevaba varios siglos de abandono.
Quienes construyeron esas tallas dejaron muestras imperecederas de su arte, como las máscaras de piedra realizadas en basalto negro o verde y en jade, con brillantes ojos de obsidiana (que obtenían de los volcanes que rodeaban el valle); o las cerámicas cilíndricas con tres pies y motivos decorados que recuerdan mucho a los de la civilización china. Incluso exportaban sus creaciones pues se han hallado muestras de ello en casi todo México.

Pasado de leyenda
En el período que se extiende entre los años 150 y 600 de nuestra era, Teotihuacán se hallaba en el cenit de su poderío. Su población ascendía a los 200.000 habitantes, lo que la convertía en aquel entonces en la sexta ciudad más poblada del planeta.
Las agujas y punzones de hueso que se han encontrado demuestran que confeccionaban sus propias prendas de vestir y, a pesar de que no se encontró ninguno, se adivina que podrían tener libros, puesto que conocían la escritura. Su escritura aún no ha sido descifrada; pero sí su sistema numérico, que se valía de rayas y puntos como los de la cultura Olmeca.
Su dieta alimenticia no tenía nada que envidiarle a la nuestra: comían corzos, conejos, pavos, patos, gansos, pescado, maíz, legumbres, calabazas, tomates y aguacates, entre otras cosas.

Hacia el año 700 fueron invadidos por pueblos del Norte, los cuales permanecieron en la ciudad cerca de 200 años, pero ya el antiguo esplendor que combinaba un alto grado de cohesión social con una extraordinaria sensibilidad artística no pudo recuperarse. Sólo queda de este gran pueblo sus espectaculares ruinas.
¿Has visitado Teotihuacán? ¿Cuál de las obras de arte es tu favorita?







