¿Sumirse o sumarse? Así nos golpean las palabras...

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Pedro levanta la vista y, en ese momento, pasa una morocha al trote con una musculosa pegada al cuerpo por la transpiración. Le chifla y le dice: "Qué linda que estás, eh". Él sonríe; ella no. 

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Pero esta vez no se calla. Cansada de que le digan que no es para tanto, le contesta firme y segura: "Señor, ¿sabe lo que significa sentir miedo? ¿Caminar mirando por sobre el hombro a cada paso? ¿No estar segura ni en el barrio de mi infancia, donde me crié y trabajo? Señor, ¿sabe cómo me hace sentir su “piropo”? Aterrada".

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Para la Real Academia Española, el piropo es "un dicho breve con que se pondera alguna cualidad de alguien, especialmente la belleza de una mujer". Esta palabra viene del latín pyrōpus y significa aleación de cobre y oro de color rojo brillante, es decir, una piedra preciosa de color rubí.

Una versión de la historia dice que los griegos, que no tenían dinero para los rubíes, le regalaban palabras a sus amantes. La tradición, según parece, se pasó de generación en generación y cultura y cultura. 

A diferencia de la creencia popular o de la definición académica, las mujeres no nos sentimos bellas cuando un desconocido opina sobre nuestro cuerpo por la calle. Nos intimida, invade nuestra privacidad, nos llena de miedo y de ira. El supuesto piropo de Pedro no define a Candela ni la identifica.  NO es un halago, es acoso callejero.

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¿Qué palabras sí nos definen?

Para los libros de historia, salvo alguna que otra reina, hereje o bruja quemada en la hoguera somos la nada misma, un estorbo, un mal necesario para procrear, la pata chueca de la sociedad. Muchas religiones religiones y culturas nos enmudecieron, nos redujeron, nos minimizaron.

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Las musulmanas con sus velos, las chinas con sus pies enfrascados en zapatos de cerámica, las afganas apedreadas, las mujeres de los pueblos originarios violadas por los españoles. Ellas quisieron ser pero no las dejaron. Como a Micaela Ortega, Guadalupe Medina y Milagros Torres (y tantas otras más) no las dejaron ser. 

La historia inventada por los hombres más machos sigue sin describirnos. Entonces, descubrimos que si ellos podían usar las palabras contra nosotras, nosotras también podíamos usarlas a favor nuestro. No en su contra, a nuestro favor. No por más violencia, en busca de igualdad, respeto y paz.

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El 3 de junio pasado marchamos otra vez con la consigna # NiUnaMenos #VivasNosQueremos al hombro, bajo una bandera que era invisible pero estaba llena de sonidos, de gritos ahogados, de gemidos forzados, de golpes injustificables y palabras punzantes para que la justicia, que es ciega, se diera por aludida.

Salimos a la calle y gritamos que no queremos más Pedros. 

Nos impulsaron las ganas de progresar, de cambiar el lugar que nos fue impuesto, el deseo de rebelarnos, de liberarnos del peso de nuestra historia, de redefinirnos. Les gritamos a ellos por la violencia física y los femicidios pero también por el acoso callejero.

Gritamos porque las palabras importan, lastiman, destruyen vidas y construyen terror. Porque el lenguaje está lleno de sentido, de sospechas, de amenzas que conducen actos. Alzamos la voz alto bien alto. Tan alto que hoy, a un año de la primera marcha, siguen resonando aquellas palabras en el (in)consciente colectivo del pueblo argentino. 

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El cuento La noche/1 del escritor uruguayo Eduardo Galeano dice: "No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta".¿Cuántos hombres poderosos nos tienen atravesadas en su garganta y en la agenda pública? ¿Cuántas mujeres machistas no entienden nuestra lucha o justifican a sus agresores por ignorancia?

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Ahora que hablan de nosotras, nuestro trabajo es explicarles qué decir, cómo decirlo y cómo queremos que nos definan. Es el momento de enseñarles el valor y la fuerza de las palabras a ellas que lo ignoran y siguen sumisas, a ellos que lo ignoran para no hacerse cargo, a los que quieran sumarse. ¡ Denunciemos el acoso callejero juntos!

Pedro ahora piensa dos veces antes de hablar, y como él otros tantos. Todavía quedan Manueles y Pablos, por eso, seguiremos gritando hasta que ellos aprendan que las palabras también duelen.

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