Surgido en los años 80, el llamado movimiento slow viene para cambiar el concepto de los viajes, eliminar el dinamismo y estrés de las rutas organizadas, la visita superflua de un destino o el mal uso que los turistas hacen de un determinado lugar. El primo lejano del ecoturismo se está convirtiendo en toda una tendencia durante los últimos años, pero antes vamos a ver en qué consiste el movimiento slow.
Movimiento slow: vacaciones para tomar el control de tu tiempo

A paso de caracol
Durante los últimos años, numerosos movimientos del turismo han evolucionado para proveer al viajero de una experiencia más auténtica y sostenible. Ahí tenemos el ecoturismo, más enfocado a lugares tropicales y áreas protegidas, el turismo activo, el cual permite una mayor inmersión cultural y social con el destino y, finalmente, el emergente turismo slow.
Este movimiento se nutre de los siguientes conceptos: tiempo, lentitud, (anti) contaminación, autenticidad, sostenibilidad y, como producto de todos los anteriores, la emoción. Con estas palabras el turismo slow trata de hacer que el turista controle su tiempo mediante el control de un destino en todas sus vertientes y en mayor profundidad.
Y es que, cuando solemos viajar, parece que debamos visitar las decenas de atracciones turísticas de un destino en tres días, saltar de pueblo en pueblo sin apenas detenernos a saborear su gastronomía y sustituirlo por un menú de comida rápida, utilizar diversos transportes violando cualquier tipo de oportunidad de contemplar en vez de visitar un destino. No nos disponemos a disfrutar de un único lugar hasta sus propias entrañas, y eso es lo que propone el turismo slow.
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Disfrutar, conocer y degustar sin prisa
Si bien durante el siglo XXI se han impulsado diversos proyectos de turismo slow en Italia, Eslovenia o Estados Unidos, hoy día contamos con un plantel de lugares, especialmente pueblos, en los que el principal objetivo es disfrutar de un destino, a ser posible pequeño, y sumergirnos en su gastronomía, adaptarnos a sus locales, comprar productos artesanos que fomenten la identidad cultural de un enclave, practicar actividad tales como el birdwatching, la fotografía turística, el senderismo por las montañas vecinas, recorridos en canoa y un largo etcétera.
La comida es otro importante aspecto del movimiento slow, debiendo rechazar los menús de comida rápida para introducirnos en las bodegas locales y saborear un buen vino con devoción, sentarnos a la mesa de un restaurante típico e incluso conocer los viñedos, granjas y arados donde crecen los productos.
Básicamente, el movimiento slow consiste en la total inmersión del turista en un destino limitado en el que pueda desarrollar una vivencia como un local más, saboreando, acariciando y experimentando todas las sensaciones que ofrece el lugar, respetando el medio ambiente, privándose del transporte a ser posible y fusionarse con el medio en lugar de visitarlo de un modo superficial como séptima escala de un viaje a modo de liebre.
Como bien inspira el caracol utilizado como arma publicitaria paro este movimiento, el turismo slow incita a disfrutar de la vida y sus diversos espacios tranquilamente, con alma. Participar en actividades locales, entablar conversación con la propietaria de esa posada, sentarnos junto al río a leer, montar a caballo... congelar el tiempo y el espacio para sacarle el mayor provecho posible.
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El movimiento slow es una incipiente tendencia turística que comienza por enclaves reducidos y, en ocasiones, habilitados para tal fin. Pueblos y pequeñas ciudades que ofrecen un plantel de posibilidades para atraer al turista demasiado dinámico y veloz, detener el tiempo y permitir que el viaje, al igual que la comida, el trabajo o las relaciones, se viva desde una perspectiva sosegada, casi meditativa, enfocada a una mejor calidad que cantidad.







