El agua atrajo siempre a los navegantes, a los audaces para quienes surcar las suaves ondas del estuario del Río de la Plata en Argentina es un desafío constante, casi un rito. Navegar es sentirse poderoso al conjuro del agua, del oleaje y del tiempo. Los que se inician en esta emoción que es la pasión por la náutica, la conservarán de por vida y se entregarán a ella para siempre.
Las costas náuticas de la ciudad de Buenos Aires


Paisaje cristalino
Son muchos los clubes náuticos que se alinean a lo largo de la costa porteña, hacia el Norte y hacia el Sur de ella. Velas blancas y también multicolores se hinchan al viento en cuanta oportunidad tenga un fanático de este maravilloso deporte de huir de sus ocupaciones cotidianas. Fines de semana largos, escapadas repentinas, regatas, largas travesías, cruces hacia las orillas con arena del país vecino, Uruguay, toda ocasión y pretexto son aprovechados para calmar el ansia de navegar.

No asustan ni el mal tiempo, ni los vientos traidores del sudeste ni los mosquitos; quien no disponga de un velero abordará un crucero, una lancha con motor fuera de borda, una moto de agua, una tabla de windsurf, un bote de goma o un simple chichorro. Los que prefieren el remo sacarán sus kayaks o alquilarán botes o canoas. En los clubes la agitación se percibe desde temprano; los navegantes son madrugadores: bolsos con vituallas, sombreros típicos blancos o azules, pantalones a media pierna o hasta la rodilla, zapatillas con suela de goma y a bordo.
Años de historia
Buenos Aires estuvo unida al río desde su misma fundación, toda la comunicación por tierra con otras colonias dependía de extenuantes viajes en carreta o a caballo; el barco, en cambio, acercaba a la cultura europea, a los misterios de Brasil y a las fuentes del Río Paraná: por agua llegaban los libros, los personajes importantes, las historias y la moda.

El deporte náutico cobró un importante auge tras la fundación, en 1882, del Yacht Club Argentino, uno de los más antiguos del país, cuya primera sede fuera un barco (más precisamente un cúter), el Nemo, propiedad del primer presidente de la entidad. En 1911 le otorgan su primer fondeadero, en la Dársena Norte del puerto.
Personalidades diversas han sido miembros, entre ellos el Premio Nobel Dr. Federico Leloir y el navegante solitario Vito Dumas, quien cruzara el océano en un velero de ocho metros, el Lehg, en 1932, realizando una travesía de 4.500 millas sin escalas. Muchos más clubes náuticos y marinas pueblan la costa, los hay en Olivos, en Tigre, en Vicente López, en San Fernando y en San Isidro, todos de fácil acceso y aguardando a los turistas que, alejados de su hogar, extrañen esa pasión por el agua y la navegación que se lleva en la sangre.
¿Han visitado las costas náuticas de la ciudad de Buenos Aires? ¿Les gustaría conocerlas?







