Ante los numerosos ejemplos que la historia nos ofrece, nadie puede dudar de que el arte es un arma que dispara ideología y propaganda. No hay más que pensar en la censura que muchos regímenes perpetraron, como el caso del «arte degenerado» en la Alemania nazi, para entender el poder transformador del arte en una sociedad.
¿La CIA usó el arte para ganar la Guerra Fría?

La Guerra Fría, en la que EE. UU. y la URSS se disputaban un lugar como potencia mundial en diversos ámbitos, alcanzó uno de sus puntos cúlmines con la carrera espacial y la llegada del hombre a la luna. Sin embargo, una batalla que EE. UU. también ganó en secreto fue otra, y la libró en el terreno de las artes visuales.
El comienzo de una incógnita
Por muchos años el mundo del arte vio extrañado cómo los artistas del expresionismo abstracto (como Jackson Pollock, Willem de Kooning o Mark Rothko) salieron en poco tiempo de las duras condiciones económicas que enfrentaban y se consolidaron como artistas a nivel internacional. Muchos afirman que esto se debió a un período de madurez estética (y nadie está poniendo en tela de juicio la genialidad de estos pintores), pero, como el suceso coincidió con el inicio de la Guerra Fría, muchos dicen que esto tuvo que ver con un financiamiento de la CIA con fines propagandísticos, y ciertamente hay motivos para pensar que así fue.

El rumor, finalmente, se confirmó de primera mano por Donald Jameson, exagente de la CIA, en una entrevista con The Independent en 1995. Quien antes fuera un agente de la agencia estadounidense, además, explicó los motivos: «Se podía ver que el expresionismo abstracto era el tipo de arte que hacía que el realismo socialista pareciera todavía más rígido, afectado, y más confinado dentro de sí de lo que era».
El arte de la libertad
Si lo pensamos un poco, el accionar de la CIA tuvo mucho sentido. ¿Qué es el expresionismo abstracto sino el arte de la libertad? Una exteriorización libre de la subjetividad del artista que nos dice que EE. UU. es un país democrático con libertad de pensamiento.
Pero financiar el arte contemporáneo también servía otros propósitos: le permitió a la potencia norteamericana desplazar el centro artístico del mundo occidental de París a Nueva York. Luego de la Primera Guerra Mundial, EE. UU. había consolidado su poderío económico; ahora le faltaba conseguir dominar el arte y la cultura.

Mecenas en tiempos de guerra
Quizás el apogeo de este episodio fue la exposición The New American Painting, que visitó las grandes metrópolis europeas entre 1958 y 1959. Por supuesto, una muestra itinerante de tales dimensiones requería mucho dinero, y su financiamiento provino de una de las familias más ricas del país norteamericano (sí, los Rockefeller).
Fue justamente Nelson Rockefeller, hijo de la fundadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York ( MoMA) y por ese entonces su director, quien financió muchas exposiciones y actividades que impulsaron el expresionismo abstracto. Y, claro, el director de lo que él llamaba « mummy's museum» («el museo de mamá») mantenía un estrecho vínculo con la CIA y los grupos de poder. Por otro lado, Rockefeller adquirió la obra Autumn Rhythm de Jackson Pollock poco después de la muerte del artista, por una suma sin precedentes para la época: 30 mil dólares.
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En todos los frentes
Pero la batalla ideológica de la CIA no se restringió al terreno de las artes visuales: era parte de una maquinaria propagandística mucho mayor que influía o controlaba algunos medios de comunicación. Un ejemplo de esto es la revista Encounter. En 1967, el New York Times pudo demostrar que esta publicación liberal y anticomunista había sido indirectamente financiada por la CIA.
Se dice que la técnica de la agencia estatal fue de « correa larga» («long leash»), en el sentido de que, como en el caso de Encounter, su participación fue siempre distante e indirecta. Por eso mismo, sería un error asumir que los artistas involucrados estaban al corriente de esta estrategia y defendían los intereses de la agencia estatal. Es más: muchos de ellos eran acusados de comunistas o se autodefinían como anarquistas. Y allí radica la genialidad de la estrategia: tomó figuras intelectuales periféricas que más se podían asociar al comunismo que al liberalismo y las convirtió en el símbolo de la libertad estadounidense.
Si en algo nos puede hacer reflexionar este episodio es en el poder simbólico que el arte tiene en las sociedades humanas y su capacidad para cambiar el rumbo de la historia, al mismo tiempo que nos demuestra que una sociedad se define, en gran medida, por el lugar que le da a sus artistas.
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