Este es el lugar más colorido de Cuba

En algún lugar del Caribe, un antiguo pueblo utilizado como epicentro de la industria azucarera aún conserva el color de sus fachadas, los coches antiguos serpenteando entre las calles y las palmeras inclinadas sobre los tejados erosionados.

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Adentrémonos en la ciudad que mejor resume la historia del colonialismo español:  Trinidad.

La memoria de los colores

En mitad de la costa sur de Cuba, Hernán Cortés comenzó a reclutar hombres para la expedición que alcanzaría Yucatán en 1518. Lo haría en una de las casas de Diego Velázquez de Cuéllar, conquistador de Cuba en nombre de la Corona Española y fundador de diversos asentamientos entre los que se encontraba la Villa de la Santísima Trinidad, un pueblo que quinientos años después continuaría siendo motivo de visita para cualquier turista que visita la isla cubana.

Con una población de 73 mil habitantes, Trinidad es un pueblo de casitas pintadas entre cuyos colores figuran el azul y el amarillo como principales tonalidades. Amarillo como el de la Iglesia y Convento de San Francisco, una construcción que sobresale de entre los tejados y vigila los patios traseros en los que crecen palmeras, esas famosas "casas de la música" en cuyas puertas un local toca la trompeta o una Plaza Mayor que sigue acogiendo sesiones nocturnas de salsa para lugareños y turistas.

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La arquitectura de Trinidad bebe de los tiempos de la arquitectura colonial española, algo que puede apreciarse en el museo al aire libre que encontramos en la Playa Mayor. Sin embargo, sería en los siglos XVII y XIX cuando los mejores carpinteros europeos aportarían sus conocimiento para dotar de nuevas estancias y mobiliarios de madera a la isla favorita del viejo continente.

El arte mudejar también puede apreciarse en las balaustradas y ventanas que emulan los diseños de la celosía, mientras que un sistema de adoquines recubre las calles que antaño pisaran ricos aristócratas occidentales y sus legiones de esclavos. 

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Y es que hace doscientos años, mucho antes de aquel 1898 en el que España perdió Cuba, Trinidad era el principal epicentro azucarero del Caribe. Prueba de ello es el cercano Valle de los Ingenios, escenario designado como Patrimonio de la Unesco en 1988 junto con Trinidad, y en cuyas llanuras quedan salpicadas las muchas trituradoras de caña de azúcar que pasaron a mejor vida para ceder el terreno a una industria tabacalera que, junto al turismo, representa la principal fuente de ingresos de la zona.

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No lejos, la senda que siguieron antiguos visitantes nos lleva entre páramos subtropicales y palmerales hasta alcanzar Playa Ancón, paraíso azul para los amantes del buceo y el snorkel.

El broche de oro para una visita que resume quinientos años de historia. 

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Trinidad, el lugar más colorido del Caribe es un pueblo fundado a principios del siglo XVI en los albores de la conquista de México. Desde entonces, este punto estratégico salpicado en medio del trópico ha recogido las influencias de muchos conquistadores, retenido las melodías de sus cantantes y conservado parte de un encanto que la convierten en una de las paradas más esenciales a nuestro paso por la isla del mojito, los habanos y el Che. 

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