¿Es el público brasileño el más cruel en la historia olímpica?

Hablar de "historia olímpica" suena pretencioso, sobre todo cuando tenemos en cuenta que no se trata de un evento que lleve decenas ni cientos de años, sino miles. Sin embargo, desde que se instauraron los llamados "Juegos Olímpicos modernos" o desde que el mundo deportivo tiene memoria, parecemos nunca haber visto un público tan cruel, apasionado y chovinista.

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En lo que va de Río 2016, literalmente hemos visto de todo en las gradas: peleas, burlas, cánticos a favor (y hasta en contra) de los deportistas brasileños y también llamados de atención entre los propios "torcedores". Nada que no hayamos visto antes en un estadio de fútbol... y precisamente allí está el problema.

La gota que rebalsó el vaso la tuvimos con Renaud Lavillenie, un atleta francés que tuvo la mala suerte de enfrentarse a una estrella local en busca de la medalla de oro. Su duelo en salto con pértiga frente a  Thiago Braz da Silva derivó en gritos y abucheos del público carioca, que no solo desestabilizaron emocionalmente al francés sino que lo obligaron a demostrar su repudio.

En la decena de competiciones de atletismo que existen, las rivalidades entre atletas o países rara vez pasan a mayores y, si lo hacen, es poca la importancia mediática que se les da. En un Juego Olímpico, y en la situación que vive el pueblo brasileño, todo es muy diferente.

Cuando ni perder es suficiente

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Tanto para Lavillenie como para algunos atletas y altos ejecutivos del Comité Olímpico Internacional que se expresaron al respecto, "abuchear a un atleta va intrínsecamente en contra del propio espíritu olímpico y el deporte como tal". Lavillenie, que atinó a mostrar su pulgar hacia abajo en reprobación, todavía no sabía que lo peor estaba por venir...

Terminada la competencia, Thiago Braz da Silva conquistó el oro e hizo delirar al público. Pero minutos más tarde, en la ceremonia de entrega de medallas, el público continuaba su duelo personal con abucheo, silbatina e insultos.

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Fue impactante ver a un atleta recibir su medalla llorando. Fue impactante ver que el público, lejos de reconocer el mérito que supone siquiera estar en el podio olímpico, se preocupó más por amedrentar a quien en su legítimo derecho, compitió por el máximo premio que puede tener un atleta.

Con el único "pecado", reitero, de enfrentar a la estrella local.

El espíritu futbolero vs el espíritu olímpico

En el fútbol importan más los colores. Y para un pueblo extremadamente futbolero y tan golpeado socialmente, esos minutos de desahogo y felicidad justificaban toda actitud. Pero ¿es eso excusa realmente?

En declaraciones posteriores, Lavillenie dijo haberse sentido realmente mal con un "público de mierda" en contra al que "no le ha hecho nada". Sin embargo, tuvo el infortunio de en la misma frase hacer una comparación poco feliz, en la que dijo haberse sentido como Jesse Owens, el atleta negro que fue discriminado en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936.

Frase de la que tuvo que arrepentirse públicamente.

El problema, tal vez, es que ya hacía mucho tiempo no se realizaban unos Juegos Olímpicos en una sede tan convulsionada política y socialmente, o una sede que no perteneciera al llamado "primer mundo". Londres, Beijing, Atenas, Sydney, Atlanta, Barcelona, Seúl, Los Ángeles... Tendríamos que remontarnos a Moscú 1980 para encontrar un caso similar, con la Unión Soviética y el famoso boicot.

Sosteniéndose de una esperanza

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Hoy en día, millones de brasileños ven en el deporte olímpico una esperanza, que se alimenta de frustraciones de todo tipo, incluso deportivas. No importa si se trata de fútbol, levantamiento de pesas, natación o hockey; cualquier evento que enfrentaba a Brasil y Argentina terminaba en gritos para un lado o para otro, que no tardó en pasar a mayores.

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El tercer día de competición, en el partido de tenis entre Juan Martín Del Potro y el portugués Joao Souza, dos espectadores se tomaron a golpes de puño porque la gente estaba más pendiente de la rivalidad entre argentinos y brasileños que de lo que sucedía en la cancha. Tampoco está bien, nobleza obliga, escuchar el famoso "Brasil, decime qué se siente" cada vez que un equipo o deportista argentino estaba compitiendo.

Eso, sumado al fracaso que tuvieron los brasileños en su propio Mundial de 2014, ayuda a explicar por qué viven así estos Juegos Olímpicos, y por qué esta visión de las cosas es tan poco compatible con lo que estamos acostumbrados a ver en este tipo de eventos cuando suceden en Estados Unidos, Europa o Asia.

La cultura olímpica en Latinoamérica

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Los países latinoamericanos no tenemos, en la gran mayoría, una "cultura olímpica", y prestamos atención a estos "deportes menores" únicamente una vez cada 4 años, cuando una eventual medalla le otorga sus 15 segundos de fama a quienes se rompieron el lomo para llegar al podio. Mientras se entrenan, nadie se acuerda de ellos; cuando los vemos en la TV, les exigimos como si nuestra vida dependiera de ello.

Seguramente, y aunque no sea bueno generalizar, la mayoría de quienes abuchearon o insultaron a Renaud Lavillenie ni siquiera son seguidores del salto con pértiga, y solo veían en él a un hombre con los colores de Francia, que competía contra otro hombre con los colores de Brasil. Seguramente, y aunque no sea bueno generalizar, la mayoría de quienes abuchearon o insultaron a Renaud Lavillenie no podrían reconocerlo a él o a Thiago Braz da SIlva si los cruzaran hoy por la calle. Mientras en algunos deportes la propia educación hace respetar las reglas (en varios de ellos el silencio es fundamental, por ejemplo), la masividad de estos Juegos Olímpicos hace que muchos curiosos o "hinchas del país" den la nota por su falta de costumbre, apareciendo con bombos y trompetas ante la mirada incrédula de los deportistas. Esa misma falta de educación, es la que hace que en lugar de alentar a un atleta para que de su mejor esfuerzo, nos haga insultar al rival para desmotivarlo.

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Quiérase o no, incluso varios atletas brasileños han mostrado su molestia con "el público futbolero", y han declarado que no les gustaría que esa gente sea parte de sus deportes. Que se burlen de Neymar tras una mala actuación no es nada nuevo (por más que no sea lo correcto) y la triste costumbre nos lleva a justificarlo, pero burlarse de  Joanna Maranhão, nadadora que presentó denuncia policial por las amenazas misóginas que recibió de sus propios compatriotas, resulta muchísimo más chocante.

Hoy en día, el fútbol es un deporte violento y totalmente desvirtuado en las gradas, con muertos y heridos que han alejado al público que esperaba disfrutar de un espectáculo en pos de delincuentes que defienden "sus colores" totalmente alcoholizados o drogados, o gente que se deja llevar por la pasión como si el estadio de fútbol fuese un mundo paralelo y sin reglas. Lamentablemente, en estos casos solemos emparejar hacia abajo, y en lugar de extender el espíritu olímpico también al fútbol, solo podemos resignarnos a que las barras bravas, lentamente están llegando a otras disciplinas.