5 claves para entender la “guerra contra las drogas” llevada a cabo por el presidente de Filipinas

Desde que Rodrigo Duterte se convirtió en el nuevo presidente de Filipinas, el 30 de junio de este año, casi 2 mil personas han sido asesinadas por policías o ciudadanos involucrados en la "guerra contra las drogas". Así bautizó Duterte a la pieza central de su campaña política: una guerra sangrienta que terminaría de una vez por todas con el crimen y la corrupción ligados al negocio de las drogas.

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Rodrigo Duterte, el castigador y su herramienta preferida: el asesinato de criminales

La campaña de Duterte se basó fuertemente en su reputación de "hombre duro". Apodado "The Punisher" (El Castigador) por la revista Time, Duterte fue intendente de Davao, la tercera ciudad más poblada de Filipinas, durante 22 años. Durante su mandato, liderado por su creencia en los beneficios de una erradicación violenta de los delincuentes, el crimen bajó considerablemente, pero se estima que más de 1000 personas fueron asesinadas sin ningún tipo de proceso jurídico.

La popularidad de Duterte, que hasta cuenta con el apoyo de nada más y nada menos que el boxeador Manny Pacquiao, le permitió ganar las elecciones cómodamente. En un país en el que el 25% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, no es sorprendente que el 39% de la población haya votado por el candidato más enérgico y el que prometía un verdadero cambio.

En su campaña presidencial, Duterte prometió que mataría a 100 mil criminales en sus primeros seis meses. Para los traficantes de drogas, el mensaje fue más directo aún: "No destruyan mi país, porque voy a matarlos". Una vez presidente, su modus operandi es simple: promete proteger y recompensar a aquellos ciudadanos y policías que maten traficantes, diciéndoles que "es su deber" llevar a cabo tales acciones por el bien del país. 

Así se desatan las guerras.

Ser sicario tiene sus beneficios... y sus riesgos

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Aunque el oficio de sicario existía en Filipinas (como en todos los países) desde mucho antes que la llegada de Duterte al poder, en los últimos meses la cantidad de sicarios ha aumentado y sus misiones también. En este artículo de la BBC se relata la historia de María (nombre falso), una sicaria que vive en un barrio pobre de Manila, la capital del país, con su esposo, también involucrado en el lucrativo negocio del asesinato a sueldo. Antes de adoptar esta ocupación, ninguno de los dos había tenido un ingreso estable.

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Actualmente, ganan 20 mil pesos filipinos ( 430 dólares, 385 euros) por cada asesinato, dinero que es repartido generalmente entre tres personas. En comparación con los ingresos filipinos promedio, esto es una fortuna.

Pero, según relata María, el precio a pagar es caro. El miedo a ser asesinada por familiares o cercanos de sus víctimas junto con la obligación de permanecer en el oficio (su jefe, un oficial de policía, le dejó bien claro que aquellos que renuncien a su trabajo serán también asesinados), hacen que lamente haber confiado en las palabras de Duterte. La culpabilidad por lo que ha hecho y la angustia de que sus hijos algún día sepan lo que hizo para sobrevivir, la corroen.

La droga detrás de la guerra: el Shabu

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El shabu (un tipo de metanfetamina de cristal) es barato, fácil de hacer y genera una adicción intensa y casi inmediata. Puede ser fumado, aspirado o disuelto en agua. Es el escape perfecto para quienes viven sumidos en la miseria y la violencia. De hecho, Filipinas produce cantidades industriales de esta droga, que luego es distribuída en distintos países de Asia.

¿Una excusa para generar violencia contra las personas más vulnerables?

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En un mensaje televisivo de principios de agosto, Duterte acusó a 150 políticos y jueces que, según él, estarían vinculados al tráfico de drogas. También se dedicó a nombrar a aquellos policías que harían parte de este lucrativo negocio. Sin embargo, lejos de otorgarle legitimidad, este gesto sólo revela aún más su hipocresía, puesto que los asesinatos siguen ocurriendo en los barrios marginales, entre sicarios pobres y traficantes (reales o imaginados) pobres.

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Actualmente, numerosos cuerpos asesinados aparecen cada noche en los rincones oscuros de la capital. Pero muchos dicen que no se trata realmente de traficantes, y que lo único que esta guerra ha logrado es generalizar y banalizar la violencia contra las personas más vulnerables de la sociedad: desempleados, mendigos y trabajadores pobres.

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 El caso de Jennelyn Oaires, cuyo esposo, Michael Siaron, fue asesinado por sicarios en motocicleta, no hace más que cimentar esta opinión. Según ella, si bien su esposo consumía drogas, no era traficante, puesto que eran demasiado pobres como para siquiera comer decentemente. A pesar de ser un simple trabajador humilde, Siaron fue asesinado y al lado de su cuerpo un mensaje escrito sobre cartón amenaza a los otros traficantes. La imagen de Jennelyn Oaires abrazando el cuerpo sin vida de su pareja dio la vuelta al mundo.

Las cifras

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Desde el 30 de junio, día en el que Duterte asumió la presidencia, 1900 personas han sido asesinadas por ser consideradas traficantes de droga. 756 fueron asesinados por la policía. Además, se han llevado a cabo 10 153 arrestos de supuestos traficantes.