Un pasado mejor: La crisis de los cómics latinoamericanos

Batman, Iron Man o Spawn. DC, Marvel o Image. A la hora de mencionar editoriales norteamericanas o personajes creados por estas, surgen a mansalva. Muchos, incluso, las utilizan como marcas de bebida gaseosa y la defienden por uno u otro motivo. Otros simplemente tienen conocimiento sobre el tema. Pero son pocos quienes saben que la industria de los cómics supo estar mucho más cerca de lo que nunca imaginaron.

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Varios países de Latinoamérica desarrollaron una industria de la historieta (“ tebeos”, como se los conoce popularmente en España, o “ monitos”, como les dicen en México) exitosa que perduró muchos años y, en paralelo, la realización de superhéroes y aventureros que dejaron sus huellas en este fantástico arte.

Las editoriales manejaban excelentes números de ventas y los dibujantes, entintadores y guionistas eran reconocidos incluso internacionalmente. Eran los tiempos en donde los creativos, que de niños leían las aventuras de Superman o Captain America,  al ser grandes tenían la posibilidad de vivir de ese mundo que adoraban y así realizar sus propios proyectos.

La primera aparición de los personajes solía realizarse en las recordadas revistas “ pulp”, que eran ediciones baratas con varias historias en su interior, o en las tiras diarias de los periódicos.

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En Bolivia existían revistas como Aplausos y Leyendas. En Chile la editorial Zig Zag edita títulos como Dr. Mortis y Jinete Fantasma. En Colombia aparecen personajes como Calarcá. México brindó un sinfín de productos como El Santo y Kalimán. En Paraguay la revista Quimera presenta a personajes como Avaré. En Argentina se presentaron El Eternauta en la revista Hora Cero, y Nippur y Gilgamesh en publicaciones de la Editorial Columba.

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Los ejemplos mencionados son apenas una mínima referencia de la magnitud de la industria latinoamericana. Se podría decir que no solo crecía a la par de la norteamericana, sino que además hasta tenía más éxito en ventas en tierras locales.

Para ponerlo en números, a principio de la década del 60, la historieta argentina vendía 1.300.000 copias (revistas como El Tony e Intervalo), y en México una tira regular de Kalimán rondaba los 2.500.000 de ejemplares.

La realidad es que no había nada que envidiarle a la industria norteamericana.

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Pero, como todo lo que llega a la cima, algún día desciende. Así como vimos la caída en ventas de editoriales como DC y Marvel (pasaron de vender 2 millones de ejemplares de una revista como Superman en la década del 40 a 20.000 en papel de una revista como Spider-Man en la actualidad), lo mismo vimos en los cómics latinoamericanos.

En los 90, apenas reediciones de clásicos, algunos personajes como Cazador y algún que otro fanzine en distintos países eran los que sobrevivían.

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¿Qué pasó con toda esa industria? En Estados Unidos evolucionó en franquicias y licencias (como las de cine y TV) pero aquí, en nuestras tierras, lo que alguna vez fue cuna de maravillosos artistas, productos elogiados incluso internacionalmente y una fuente de trabajo y, por sobre todas las cosas, de entretenimiento para grandes y chicos en su idioma, hoy apenas son veteranos subsistiendo en un castillo oscuro, frío y húmedo que supo tener su época de adorable esplendor. El resto es solo papel amarillo en librerías de usados.