Sofía entró al gimnasio y podrías haber oído caer un alfiler. Las mujeres empezaron a murmullar. La miraban con pena. “¿Sí oíste que su marido se fue con la secretaria?” se escuchó a medias. “¡Pobrecita!” dijo una de sus compañeras.
Historia: El la dejó... Y al final fue el mejor "regalo" que pudo hacerle


Con la cabeza en alto
Pero Sofía siguió hacia su colchoneta con el mismo aplomo que siempre. Hizo sus ejercicios. Sonrió a sus compañeras. Participó en la constante conversación que acompañaba la clase. Y cuando se había ido, todas se preguntaron, “¿Cómo lo hace? ¿Cómo puede venir tan tranquilamente acá cuando seguramente ya sabe que es noticia pública? ¿No sentirá vergüenza?”

Los altos niveles de infidelidad en países latinoamericanos
Y es que, claro, en nuestra sociedad, la infidelidad es tan común. Todas lo hemos vivido en un momento u otro, sea porque ellos nos traicionaron o porque nosotras decidimos probar algo diferente. Y lo típico es que cuando “nos pasa a nosotras”, nos ponemos el traje de víctima, nos echamos a llorar incontrolablemente en la cama y no nos atrevemos a dar la cara, como si fuéramos nosotras menos porque “ellos” nos traicionaron.
Culturalmente, las repercusiones de la infidelidad se definen de forma distinta cuando viene de hombres o de mujeres. En el caso de los hombres, por un lado se acepta que es “parte de su naturaleza,” teoría que algunos psicólogos-y algunas mujeres- defienden. Otros lo interpretan dentro de un mundo “machista” como algo casi necesario para el tan importante orgullo masculino. Hay otros que lo condenan. Pero cuando la infiel es la mujer, lo más común es que se le catalogue de mujer impía y, a veces, hasta se le tilda de prostituta por atreverse a seguir sus instintos. ¿Será eso justo?
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Pues, el mundo no es justo. Pero en realidad, como dice el refrán: “Se requiere de dos para bailar el tango”. Y es que los hombres no podrían ser infieles si no hubiese mujeres dispuestas y disponibles. Y muchas, al encontrarse en momentos de soledad, se dedican de manera absolutamente estratégica a cazar un hombre, como si solo así se logran destacar.

¿½ + ½ = 1? o ¿1 + 1 = 3?
“Pero, ¿por qué esta desesperación de estar siempre con un hombre?” Así me dice Sofía cuando le pregunto cuál es su secreto para mantener la cabeza en alto ante sus amigas.
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“Pues, antes, yo me había comido íntegro el mito de la media naranja. Yo pensé que el estar juntos significaba que mi mitad se complementaba con lo que era él y que solo así éramos una unidad completa. Hasta pensé que era algo deseable fundirnos en el otro, tal cual en las leyendas de la infancia donde todos vivían felices para siempre.”
La clave de una relación sana
“Pero con el pasar de los años, y después de una que otra crisis, he aprendido que una relación sana y duradera es una en la que dos almas completas se encuentran y juntos constituyen más que la suma matemática de sus partes. Es decir, una relación no puede prosperar si cada uno no es un ser completo que se siente admirado y respetado por su pareja. Pero, lo más importante, es que cada uno se sienta admirado y respetado por sí mismo y que acepte que su compañero es tan solo eso…una persona que le acompaña en la vida, y no el proveedor de la felicidad. Nos toca a cada uno aceptar la responsabilidad de encontrar nuestra felicidad”.
Y el enfrentarnos a una infidelidad nos da la oportunidad de aprender a estar felices…. en compañía de nosotras mismas.








