Breaking Bad no sólo fue considerada una de las grandes series dramáticas de todos los tiempos, sino que expandió el alcance de Bryan Cranston como actor —otrora protagonista de una sitcom familiar como Malcolm in the Middle— y, según lo ha dicho él mismo en varias oportunidades, le cambió la vida.
En su autobiografía, Bryan Cranston habla de cómo Breaking Bad le cambió la vida [fragmentos]

Lo convirtió en una verdadera estrella mundial, un ícono de la TV.
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Para dar cuenta de esta significativa experiencia y sus días como Walter White, entre otros papeles de su carrera profesional, Bryan Cranston escribió su autobiografía, titulada A Life in Parts (“Una vida en partes”, que también se lee como “una vida en roles”), que fue publicada el mes pasado.
En un fragmento difundido por Variety, Cranston escribe sobre la primera vez que leyó el guión de Breaking Bad y su primer encuentro con el creador de la serie, Vince Gilligan:
No estoy seguro de haber sabido en ese momento todo lo que significaba ese título, pero el guión era magnífico, asombroso, la mejor hora de drama en televisión que había leído. Grandes caracterizaciones, tramas complejas, historias llenas de sutilezas, sorpresas que te dejaban pensando, ¿qué demonios sucederá a continuación? Gracias a las virtudes de ese guión, comencé a imaginar este personaje, este tal Walter White. Me despertaba en medio de la noche pensando en él. Recuerdo estar regresando por Blue Ridge Parkway, demorado por la lluvia. Me vi tan absorto en esta historia y estos personajes que parecían salidos de una obra de Ibsen que me olvidé por completo de la lluvia. No puedo explicar lo poco frecuente que es encontrar eso en forma de guión. No puedo explicar todo lo que un actor desea encontrar esa clase de riqueza, profundidad, humor y humanidad para poder trabajar. Desde donde construir. Esto era eso. No tenía idea de hacia dónde iba la historia, pero sabía que era genial. Tenía una reunión pactada con Vince [Gilligan] a la semana siguiente. Le dije a mis agentes: “Háganla antes”. Fui a las oficinas de AMC en West L.A. sabiendo que tenía solo 20 minutos disponibles, y me terminé quedando una hora y media. “¿Sabes cómo debería ser su aspecto?” le pregunté. “Uhm, un poco” respondió Vince. Le ofrecí algunas ideas que se me habían ocurrido luego de leer el guión. “Ha desaprovechado tantas oportunidades en su vida”, le dije. “Puedes notar eso en cada parte de él. Tiene un bigote que no es muy viril. Que no es nada. Lo miras y dices: ¿para qué preocuparse? Su piel y su pelo son del mismo tono insulso. Usa ropa color amarillo claro y gris. Se funde con el entorno. Es invisible. Para la sociedad. Para sí mismo. Lo veo como rellenito. 85 kilos”. Veía este personaje, este hombre, tan claramente. Supe cómo se conducía. Atormentado. Sus hombros hundidos como si fuera un hombre mucho más viejo. Estaba imaginando un hombre que iba por la vida como lo hacía mi papá. Cuando le pregunté por sus planes para el arco de la serie, Vince me dijo en su particular y lenta pronunciación de Virginia, “quiero llevar a este personaje desde ser Mr. Chips hasta ser Scarface”. “¿Entonces vas a hacer que vaya de bueno a malo?” le pregunté. Él asintió y sonrió levemente. “Si me dejan”. No podía creerlo. Toda la televisión, hasta ese momento, había estado basada en lo estático, en personajes que llegabas a conocer y querer. La idea predominante a lo largo de la historia de la televisión era que los espectadores querían ver a alguien en quien podían confiar. Archie Bunker. En cada episodio de All in the Family él es consistentemente Archie. Jerry Seinfeld, lo mismo. Ross y Rachel, los veías en diferentes situaciones —¿estarán juntos o no?— pero eran invariablemente Ross y Rachel. Incluso los personajes que habíamos considerado innovadores, como Tony Soprano. Aún con lo genial y revolucionaria que fue esa serie y esa interpretación, no ves a Tony cambiar demasiado de principio a fin. Tony Soprano es Tony Soprano. Don Draper puede haber cambiado un poco, pero básicamente se mantiene como Don Draper hasta ese meditativo final de la serie, e incluso allí es discutible si cambió. Algunos argumentan que el publicitario adicto al trabajo estaba meditando no sobre el aquí y el ahora, sino en la creación de un comercial de Coca Cola. Típico de Don. Vince proponía echar por tierra la fórmula del éxito de una serie. Walt cambiaría realmente. Para cuando la serie terminara, sería irreconocible para la audiencia, para él mismo. “¿Realmente vas a hacer eso?” le pregunté otra vez. “Ese es el plan” me dijo, riendo. “¿Te das cuenta que nadie ha hecho eso en la historia de la televisión?” Vince se encogió de hombros. “Veremos si funciona”. Yo no sabía si iba a funcionar tampoco. Pero sabía que quería formar parte de eso. Tenía que hacerlo.
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En el primer fragmento del libro, Cranston habla de una escena crucial y profundamente dramática: cuando muere Jane, la novia de Jesse ( Krysten Ritter), frente a los ojos de Walter White, sin que él haga nada por impedirlo.
Lo cuenta, curiosamente, como si el que escribiera fuera Walter White y no Bryan Cranston. Después se revela por qué:
Dejó de toser. Quizá se había vuelto a dormir. Entonces, súbitamente, el vómito surgió de su boca. Sus manos agarraban la sábana. Se estaba ahogando. Instintivamente me acerco para ponerla boca abajo. Pero me detengo. ¿Por qué debería salvarla? Esta pequeña yonki, Jane, estaba amenazando con extorsionarme, con exponer todo mi operativo a la policía, con destruir todo aquello por lo que yo había trabajado, y eliminar ese salvavidas financiero que yo intentaba dejar a mi familia – el único legado que podía dejarles. Abrió su boca, buscando una bocanada de aire. Sus ojos se dieron vuelta. Sentí una puñalada por la culpa. Maldición. Es sólo una chica. Haz algo. Pero si intervenía ahora, ¿no estaba simplemente postergando lo inevitable? ¿No terminan todos ellos muertos en cierto punto? Y el pobre, comatoso Jesse, mi compañero, durmiendo junto a ella. Ella es la que lo metió en esto en primer lugar. Ella iba a matarlos a ambos, matarnos a todos, si yo intervenía y jugaba a ser Dios. Me dije a mí mismo: mantente fuera de esto. Cuando él despierte descubrirá esta tragedia —este accidente— por su cuenta. Sí, es triste. Toda muerte es triste. Pero con el tiempo él lo superará. Superará toda cosa mala que nos ha pasado. Eso es lo que hacemos los humanos. Sanamos. Seguimos adelante. En unos meses apenas la recordará. Encontrará otra novia y estará bien. Al carajo. Todos tenemos que seguir adelante. Simplemente fingiré que no estuve aquí. Pero aquí estoy. Y ella es un ser humano. Oh dios. ¿En qué me he convertido? Entonces, de alguna manera, mientras la vida en ella se desvanecía, dejó de ser ella. Ya no estaba viendo a Jane, o a la novia de Jesse, a la actriz Krysten Rytter. Estaba mirando a Taylor, mi hija, mi verdadera hija. Yo ya no era Walter White. Era Bryan Cranston. Y estaba viendo a mi hija morir. Ese no era el plan. Cuando preparo una escena tan delicada no hago ningún plan. Mi objetivo no es preparar cada acción y reacción, sino pensar: cuáles son los niveles emocionales que mi personaje va a experimentar. Divido la escena en momentos o ritmos. Al hacer ese trabajo de forma anticipada, dejo un abanico de posibilidades abiertas para mí. Quedo abierto al momento, susceptible de lo que pueda surgir. Esto no garantiza nada; con suerte, te dará la posibilidad de experimentar algo real. Fue eso lo que realmente me impactó. Mi peor miedo. Un miedo que no esperaba y que no había terminado de aceptar. Y mi reacción está ahí, para siempre, en el final de esa escena. Se me hace un nudo en la garganta, y mis manos van hacia mi boca en un gesto de horror. Cuando el director, Colin Bucksey, dijo “Corten”, yo estaba llorando. Profundos sollozos. Le explico a mis compañeros lo que pasó, lo que vi. Michael Slovis, nuestro director de fotografía, me abraza. Mis compañeros de elenco también. Recuerdo en particular a Anna Gunn, que interpretaba a mi esposa Skyler. La abracé. La debo haber abrazado por 5 minutos. Pobre Anna. Anna lo sabía. Como actriz ella tiene la fragilidad en su ser, y frecuentemente la ha tenido difícil para sacudirse las emociones de su personaje tras filmar una escena difícil. Eso pasa en la vida del actor, y a mí me pasó ese día. Fue la escena más desgarradora que hice en Breaking Bad y, en realidad, en toda mi vida.

Cuando anunció que iba a escribir este libro, Cranston prometió “revelar algunos de los secretos y mentiras que experimenté durante 6 años trabajando en Breaking Bad”.
Algunos secretos están aquí, en estos fragmentos, pero habrá que leer el libro para descubrir esas enigmáticas mentiras.









