Eva no lograba controlar sus lágrimas. Otra vez su marido le había negado que saliera a buscar un trabajo, diciendo: "¿para qué molestarse? Si ella no tenía ni el talento ni la inteligencia para conseguirlo, y peor, para desempeñarse bien".
A Eva le dijeron: "No vales nada", pero una palabra le dio fuerza para superarse

En el fondo, Eva sabía que ese trabajo de vendedora de boutique le venía como anillo al dedo. Era buena adivinando los gustos de sus amigas y algunas le decían con sana envidia que era capaz de vender hielo a los esquimales si tan solo le gustara el sabor del hielo. Y le dolieron las palabras de su marido.
Pero ella obedeció
Cuando era niña, Eva había trabajado en la tienda de su mamá. Pesaba los ingredientes, hacía los paquetes, contaba las monedas. Le gustaba mucho el trato con los clientes. Pero ahora, ya no se creía capaz.
Tanto años de que le digan “inútil” o “tonta” o “ridícula” le habían convencido de que ella era así: inútil, tonta y ridícula. Así que cuando su marido le prohibió que aplicara al puesto, lo aceptó, cabizbajo, asintiendo. Estaba perdida.
Al día siguiente, se encontró con su mamá. Su mamá le dijo: “Hija mía. Ahora que han crecido un poco más tus hijos, ¿no crees que sería buena idea que buscaras algo más que hacer? Al fin y al cabo, un poco de plata nos viene bien a todas.” Eva no supo cómo contestar. Claro que necesitaba un poco de dinero para terminar su casita. Y estaba cansada de estar sola en la casa todo el día. Los niños ya no la necesitaban tanto. Pero, claro, "ella no servía para el trabajo".

Una palabra de aliento
Fue en ese momento que llegó la palabra clave, la de bondad, de amor, de cariño. “Querida hija,” le dijo su mamá, “Yo sé que lo puedes hacer. Yo te confío. Y estoy orgullosa de ti.”
Y estas simples palabras de amor, de confianza, abrieron un mundo para Eva. En los próximos días reflexionó mucho sobre lo que le había dicho su mamá. “¿Será que todavía sirvo? ¿Será que me atreva a lograr lo que me propongo?”
Se sentó primero con sus hijos. Les preguntó cómo se sentirían al ver que la mamá ya no pasaba todo el día en casa. Llegaron a un compromiso de que ella buscaría un trabajo que no les quitaría el tiempo juntos el fin de semana en familia. Y luego, con la fortaleza que le dio este acuerdo, se acercó a hablar con su esposo. Con él no fue tan fácil. “¿Y si conoces a otro en el trabajo?” le preguntó. “No me gusta la idea.”

Movimientos universales
Esta historia y otras similares se repiten en miles de hogares todos los días. A veces se llegan a acuerdos que funcionan para las familias. La necesidad económica o sicológica quizá rompa las barreras de los celos o del abuso sicológico. Muchas veces una crisis profunda – un divorcio, la migración, una muerte en la familia – provoca un cambio. A la larga, estos movimientos suelen ser para bien, aún cuando sean dolorosos en sus momentos.
Cuidemos nuestras palabras
Una sola palabra tiene un efecto multiplicador. Nosotros decidimos si usamos una palabra bondadosa o denigrante, si apoyamos o destruimos. Tal cual el Big Bang, hay una explosión que termina empujando todos los objetos alrededor hacia el vacío circuncidante, en: donde cada uno encuentra su nuevo lugar, y sigue expandiéndose hacia un universo de oportunidades.
¿Cuál es tu camino a seguir? Cuéntanos. En tus palabras.








