The Hobbit: The Desolation of Smaug [Crítica]

Que complejo que es analizar The Hobbit: The Desolation of Smaug como una película en sí misma y no una pequeña parte de un universo literario con miles de adeptos traspasado a la pantalla grande, adicionando millones de fans más.

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Sin embargo, hay rastros de lo que Peter Jackson, su director, entiende como cine de entretenimiento popular en esta etapa de su carrera. Se puede estar de acuerdo o no, pero el neozelandés entiende de su oficio y hay que estar atento.

La larga marcha

The Hobbit: The Desolation of Smaug retoma el viaje de Bilbo ( Martin Freeman) y los enanos liderados por Thorin ( Richard Armitage) hacia Erebor, la Montaña Solitaria, donde Smaug ( Benedict Cumberbatch) duerme entre la riqueza arrebatada a los antepasados de Thorin.

Una de las pocas ventajas que tienen las secuelas es que se puede pasar por alto las introducciones e ir directo al grano. Un bestial ataque de arañas gigantes en el primer tramo es una buena muestra de esta característica. Ya conocemos a los personajes y sus motivaciones, ahora solo queda explorar otras facetas de sus personalidades.

Imagen Warner Bros. Pictures

Bilbo es un buen protagonista. Es fácil empatizar con él, es gracioso, valiente y leal. Pero el anillo único está empezando a oscurecer su personalidad. Sin embargo, carece de algo fundamental que sí tenía Frodo en la anterior saga: un objetivo concreto. Si bien su función es la de robar la Piedra del Arca, una joya que le dará el triunfo a los enanos, es difícil de conectar con su misión, que a cada paso se hace más difusa y compleja. Y ni hablar de su "lado oscuro", que no logrará alcanzar los límites del desquiciado Gollum.

Estética gamer

Si de algo puede vanagloriarse Jackson es de su perfecto dominio del espacio escenográfico y los tiempos de acción. La persecución de los barriles a lo largo del río y ver a Smaug volando por el interior cerrado de la montaña dan fe de eso.

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Encima el agregado del 3D a 48 fps (fotogramas por segundo) produce que el espectador pueda observar cada pequeño detalle de la puesta, como si estuviera realmente adentro de la pantalla. Incluso en la reaparición de Legolas ( Orlando Bloom) se puede captar como Jackson percibe a los elfos, con una mirada pétrea, fantasmal y distante, que tal vez quince años atrás no era posible lograrlo.

Imagen Warner Bros. Pictures

Pero estos prodigios de los efectos especiales y técnica cinematográfica están desaprovechados por la historia. Nunca se percibe una real sensación de peligro. Los personajes saltan de un lugar a otro como si se tratase de una videojuego de última generación. Se sabe que ninguno va a morir (de hecho, están todos vivos), por lo que en un punto aburre. Entretiene, pero aburre.

Encima al ser esta película una pequeña parte de un todo, sabemos cómo terminarán todos los retos. Bilbo no sucumbirá al lado oscuro, Gandalf ( Ian McKellen) no podrá detener a Sauron y la mayoría de los enanos sobrevivirán (salvo alguna sorpresa) y podrán derrotar a Smaug.

Toda la adrenalina de la pantalla no se condice con el compromiso emocional que cualquier película de aventuras debería tener. Si bien sabemos que Batman no morirá, o que Indiana Jones saldrá airoso, sus personalidades nos obligan a sufrir con ellos. Y Bilbo definitivamente no está a su altura, ni siquiera a la de Frodo (quién tenía una misión simple y concreta). Tal vez si Thorin.

Imagen Warner Bros. Pictures

El primer plano de The Hobbit: The Desolation of Smaug es del propio Peter Jackson de cuerpo entero caracterizado como un aldeano devorando una zanahoria. En Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, hay un plano similar, pero más corto, más crudo, bajo la lluvia y el barro, en algún momento de la película, donde había que estar atento para percibirlo. Exigía algo al espectador. Ahora Jackson decide regalarse sin más, exponiéndose en HD, remitiendo a lo que alguna vez fue. Algo similar se percibe con esta nueva saga en la Tierra Media.