Crítica: Pacific Rim de Guillermo del Toro

Pacific Rim se distancia de las otras producciones catástrofes “made in Hollywood” que abarrotan las pantallas gracias a un solo hombre: Guillermo del Toro. Al igual que los gigantescos Jaegers (los robots que defienden la tierra del ataque de los monstruosos Kaijus), este mega-tanque tecnológico no podría funcionar sin un alma que lo comande desde adentro. Se nota que del Toro disfrutó como un niño escribiendo y dirigiendo Pacific Rim, porque contagia ese entusiasmo a la platea, sin límites de edad que lo impida.

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Como también se nota que detrás de cámara se sienta un realizador con oficio, preocupado por entretener pero sin descuidar la narración, un elemento habitualmente olvidado en medio de la vorágine de efectos especiales y personajes huecos. Sin ser una obra maestra, Pacific Rim se destaca simplemente por cuidar al espectador recurriendo a las más nobles armas del cine de aventuras y fantasía, aquél que supieron construir Ray Harryhausen e Ishiro Honda (homenajeados en los créditos).

Imagen Warner Bros. Pictures

Entre Evas y Godzillas

Hay dos influencias claras en Pacific Rim, y ambas procedentes de Oriente (por eso no es extraño que la mayor parte de la acción transcurra en Hong Kong). La primera y más notoria es el lagarto mutante que se aburrió de arrasar Japón, Godzilla. Los Kaijus, como también se denomina al sub-género de criaturas gigantes, obviamente no son personas disfrazadas sino seres generados por CGI, pero realmente temibles. Aparte de su potencia física, su sangre es tóxica e incluso sus excrementos contaminan la tierra. Imbatibles.

La segunda influencia es Evangelion, un animé de fines del siglo XX que mezclaba las clásicas aventuras de robots gigantes con los dilemas existenciales de sus protagonistas. Como que en esa estupenda serie, en Pacific Rim no cualquiera puede ser piloto de un Jaeger, solo los que sean capaz de enlazar espiritualmente con la máquina y con otro piloto (se manejan de a dos) serán los elegidos para combatir por la humanidad. 

Imagen Warner Bros. Pictures

Sin llegar a los densos niveles dramáticos que proponía Evangelion, esta consigna permite al público empatizar profundamente con los protagonistas, especialmente con Mako Mori ( Rinko Kikuchi), que en una impactante secuencia se reproduce el complicado viaje mental que exige manejar a las máquinas protectoras. 

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Furia de Titanes

La unión entre el hombre y la máquina genera que los combates no sean solo un espectáculo pirotécnico, sino también emocional. Cada lucha es una progresión en la historia, no hay gratuidad en ellas. Y con un ingenioso giro de guión, en el cual las corporaciones que nos deben defender optan por la reclusión, solo un puñado de robots oxidados separa a la humanidad de la total extinción.

Tal vez lo mejor de la película sea su extenso prólogo. Sin dar respiro, narra con habilidad en unos 20 minutos todos estos conceptos, presenta a los protagonistas y deja el tablero preparado para la batalla final.

Imagen Warner Bros. Pictures

Si bien lo que sigue no es malo, es cierto momento se torna algo predecible. Afortunadamente, del Toro sabe lo que hace y echa mano a otros recursos para ahuyentar al tedio. Por ejemplo, se destaca la historia del Dr. Newton Geiszler ( Charlie Day), un científico obsesionado con los Kaijus que debe lidiar con un extravagante traficante de órganos (interpretado por Ron “Hellboy” Perlman) para obtener información vital sobre esos seres.

Pacific Rim cumple con su objetivo. Entretiene, no insulta al espectador y la historia deja alguna reflexión interesante. A lo mejor se extrañe un poco alguna marca de Guillermo del Toro como artista, pero dentro de los acotados cuadrantes de que impone el cine industrial actual, es sin dudas es de lo mejor que se pudo ver en el año (junto con Iron Man 3).