¿Por qué los aguacates no deberían existir?

Hablo en nombre de muchas personas si digo que el aguacate es una de las mejores frutas del mundo. Y no solo porque sea tan sabroso, sino porque con él podemos preparar diversidad de platos, como ensaladas, guacamole, salsas, sushi y otras maravillas del paladar.

Como si eso no bastara, son ricos en fibra, ácidos grasos monoinsaturados, antioxidantes, vitamina B6, vitamina E y muchas grasas saludables. Además, contienen el doble de la cantidad de potasio que los plátanos. Sin embargo, hay algo que ignoramos de los aguacates, y es que ni siquiera deberían existir en primer lugar.

¿Para qué evolucionaron los aguacates?

Si pensamos en la Era Cenozoica, no es difícil imaginar que a la megafauna de esa época le encantara comer aguacates. Según los científicos, por toda América Central y América del Norte deambulaban mamuts, caballos, gonfotéridos parecidos a elefantes y perezosos terrestres que se alimentaban de la deliciosa fruta.

Tras ingerirla, las criaturas recorrían grandes distancias defecando sus simientes, que más tarde acababan por crecer en nuevos sitios. Este, dicen los botánicos, es precisamente el objetivo de todas las plantas: la supervivencia y el crecimiento a través de la dispersión de las semillas. En ese sentido, podemos decir que los aguacates evolucionaron satisfactoriamente para ser comidos por los mamíferos gigantes y, a través de ellos, prosperar en diversos lugares del continente americano.

El anacronismo evolutivo de los aguacates

Pero algo sucedió hace unos 13 mil años que pudo —y debió— haber cambiado el futuro de los aguacates: en el hemisferio occidental se produjo una extinción masiva de la megafauna: América del Norte perdió el 68 % y Sudamérica perdió el 80 %. Según la teoría de la evolución, al desaparecer la razón de ser de los aguacates se supone que su población debería haberse reducido paulatinamente o surgirían nuevos mecanismos de adaptación.

Contra toda lógica, el aguacate silvestre aún requiere el mismo método de dispersión de semillas, lo que lo convierte en un anacronismo evolutivo, ya que sin animales grandes que se alimenten de ellos los frutos caerían al suelo y se pudrirían. Esto sin mencionar que el árbol tendría que competir por espacio y luz para crecer, mientras que otras plantas más pequeñas ostentarían ventajas adaptativas para fructificar con éxito.

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¿Cómo pudo sobrevivir el aguacate?

Es un hecho que, a pesar de la desaparición de sus dispersores gigantes hace miles de años, los genes del aguacate conservan un poderoso recuerdo de aquella relación mutualista. Sin embargo, para la ciencia sigue siendo un enigma que el aguacate todavía exista en la naturaleza.

La hipótesis más razonable hasta el momento se basa en la labor del hombre con este fruto. Una vez que el Homo sapiens evolucionó hasta el punto de poder cultivar la especie, el aguacate tuvo la oportunidad de prosperar de nuevo. A través del cultivo, los humanos hemos multiplicado los aguacates para poder alimentarnos.

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Ya desde la prehistoria, los agricultores de la civilización azteca salvaron el aguacate, pues su pulpa rica en grasas y proteínas resultaba muy nutritiva para la alimentación, e incluso humorísticamente le dieron el nombre de ahucátl —que en su lengua significaba ‘testículo’—, debido a que el fruto crece en pares y cuelga de las ramas del árbol.

En el siglo XVI, los conquistadores españoles lo descubren, pero no es hasta principios del XX que se cultiva comercialmente en los Estados Unidos. Específicamente aparece en California en 1914, estado donde en la actualidad se encuentran los mayores cultivos a nivel mundial. No obstante, hay una gran diferencia entre los aguacates silvestres —que tienen una semilla mayor y poca área en la zona carnosa— y los cultivados por el ser humano —con mucha mayor cantidad de pulpa.

Y si bien su historia sugiere que el aguacate no debería existir, es una suerte que al final este fruto haya saltado todos los obstáculos de la evolución y podamos contar con tan rico y saludable alimento.

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