Mi viaje a Albania duró una semana. Luego de evaluar varias oportunidades decidí ir en avión y alquilar un coche para movernos por los alrededores, todo ello a través de una agencia con página en internet. Apenas llegué al aeropuerto “Madre Teresa” en Tirana, noté lo nuevo, pequeño y agradable que era. El control de aduanas cobraba 10€ por cabeza por la entrada. Rápidamente recogí mi equipaje y el coche estaba listo en la salida, esperando por nosotros.
Nos recomendaron tomar la carretera interna en vez de seguir la costa, y resultó ser un consejo muy eficiente. Partimos hacia Saranda a las 3 pm. Buenas carreteras hasta Durres, pero las vías cerca de Fier aún necesitan bastante trabajo de modernización. Ví varias patrullas de policía, casi todas con cámaras.

Desde Fier tuvimos que lidiar con el tráfico a las horas punta para las carreteras estatales, todo esto aumentado por el hecho de que la ruta es casi toda montañosa. Algo que me sorprendió fue la frecuencia con la que puedes encontrar r estaurantes de todos los tipos a lo largo del camino , e igualmente sorprendente el hecho de que cerca de estos restaurantes no vimos pueblos o casas en kilómetros a la redonda. Paramos en un pueblito llamado Memaliaj, tranquilo y muy agradable para recuperar el aliento. Entramos a un bar.
Nos atendieron de forma muy amable, nos ofrecieron café y también compramos dos botellas pequeñas de agua mineral. En total 120 leks (1 euro!). Continuando nuestro camino encontramos animales en grandes cantidades: rebaños de ovejas, vacas en cada esquina y a los lados de la carretera, y muchos burros. Junto a los animales generalmente niños que nos saludaban con sonrisas y gestos. La amabilidad y cercanía de la gente fue otra de las notas muy positivas de nuestro viaje.
También vimos mujeres o chicos que cocinaban mazorcas en leña al lado de la carretera. Cruzamos varios pueblitos que parecían sacados de otra época. Llegamos a Saranda a las 9 pm en medio del caos tratando de conseguir un lugar para aparcar.
Saranda es considerado el sitio vacacional más bello y el más visitado por los albaneses, sobre todo por sus atardeceres veraniegos. Al fin conseguimos nuestro hotel, el Palma e Arte, pero esperaban nuestra llegada para el día siguiente!. Cansados, y luego de ser muy pacientes y hablar con el dueño, hicimos una nueva reservación. Éste nos sugirió que saliéramos a cenar y que al volver tendría nuestra habitación listas.
Este fue uno de los primeros ejemplos de la simpleza y amistosa cercanía que marcaba a toda la gente que conocimos. Cenamos en una habitación con una hermosa terraza con vista al mar. Pavo rostizado, patatas y cerveza por tan sólo 7 Euros.
De regreso al hotel, nos dieron una triple, finalmente una refrescante ducha y poco después a la cama.
A la mañana siguiente, salimos a conocer la playa y la ensenada, y terminamos en un deleitante y típico mercado de frutas y vegetales. Abundantes uvas negras, blancas y bananas. Pasamos el día en la playa, donde rentamos una sombrilla y dos tumbonas por €2.50. Las botellas de agua nos costaron tan sólo 40 céntimos. Los precios eran igual de bajos en el resto de los lugares.
Cerramos con una deliciosa cena de pescado y vino local. Al final una experiencia pintoresca, económica y que nos dejó un buen sabor de boca y una sensación muy agradable.