De terroristas, locos y lobos

“En tiempos en que la agrupación yihadista hace un llamado internacional para que sus ‘soldados’ actúen a solas, la línea entre el ‘terrorista’ y el ‘loco suelto’ se volverá cada vez más confusa”.

Timothy McVeigh, autor del atentado explosivo contra un edificio federal en Oklahoma City, que causó la muerte de 168 personas y 680 heridos, en 1995, es conducido a la corte por agentes del FBI (archivo)
Timothy McVeigh, autor del atentado explosivo contra un edificio federal en Oklahoma City, que causó la muerte de 168 personas y 680 heridos, en 1995, es conducido a la corte por agentes del FBI (archivo)
Imagen Bob Daemmerich/AFP/Getty Images

Tras la seguidilla de atentados reivindicados, alentados o cometidos en nombre del Estado islámico, resulta casi inevitable asumir que cualquier ataque violento perpetrado en nuestros días es un atentado terrorista ligado a la organización yihadista. Esa fue, por lo menos, la presunción inmediata cuando la noticia de que un tirador asolaba las calles de Múnich dio la vuelta al mundo, y también cuando se supo que más de una docena de personas acababan de ser apuñaladas en un hospital de Japón.

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Una vez que las neblinas del rumor se disiparon, quedó claro que ninguno de los dos crímenes podía ser considerado terrorista, si acordamos entender al terrorismo como un acto de violencia política. David Ali Sonboly, el joven de 18 años que asesinó a nueve personas en Múnich, estaba obsesionado con los recurrentes tiroteos escolares y universitarios de Estados Unidos y decidió llevar a cabo su baño de sangre el día en que se cumplía el quinto aniversario de la masacre de Utoya, Noruega, ejecutada por el extremista de derecha Anders Breivik, quien, como él, mató sobre todo a adolescentes.

El japonés de 26 años Satoshi Uematsu, que asesinó a 19 personas discapacitadas, había sido internado en un hospital psiquiátrico en febrero pasado, después que se interceptara una carta que había enviado a la cámara baja del gobierno pidiendo la eutanasia para los minusválidos y ofreciéndose para la tarea. Fue diagnosticado dentro del espectro paranoico y dado de alta cuando se supuso que había mejorado.

Ninguna de esas dos matanzas habría ocupado la atención mediática internacional que ocupó si se hubiese sabido desde un principio que no se trataba de actos terroristas y que nada tenían que ver con el Estado islámico.

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Sin embargo, en tiempos en que la agrupación yihadista hace un llamado internacional para que sus “soldados” actúen a solas, la línea entre el “terrorista” y el “loco suelto” se volverá cada vez más confusa. Y aunque resulte muy tentador suponer que quienes atentan indiscriminadamente contra inocentes son, por definición, personas desequilibradas, lo cierto es que la constante de las agrupaciones cuya estrategia política es el terror ha sido siempre la cordura de sus integrantes.

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En efecto, existe una multiplicidad de razones por las que alguien puede decidir unirse a un grupo terrorista, y la locura no parece ser una de ellas. En la década de 1970 se invirtió mucho esfuerzo en encontrar un perfil psicopatológico que fuese capaz de explicar el porqué de las actividades de los miembros de las organizaciones armadas desde el floreciente campo de investigación de los trastornos mentales.

En 1977, por ejemplo, los cerebros de cuatro militantes de la Fracción del Ejército Rojo alemán fueron extraídos ilegalmente tras su muerte, con la esperanza de encontrar en ellos la clave del “comportamiento terrorista”. Pasaría todavía una década más para que se llegara a la conclusión de que la psicología grupal es mucho más útil que la psicología individual para explicar la toma de decisiones dentro de una organización clandestina, y para que se terminara de confirmar que sus miembros suelen ser mucho más sanos y estables que otros criminales violentos, como los asesinos seriales o, por caso, los terroristas solitarios.

Estos solitarios, como el Unabomber, Timothy McVeigh y Anders Breivik, tienen características especiales y, según las investigaciones del sociólogo holandés Ramón Spaaij, recurrentes: tienden a crear sus propias ideologías, que resultan de la combinación de frustraciones personales con reivindicaciones políticas, sociales o religiosas; suelen sufrir algún tipo de desorden psicológico grave y, por lo común, simpatizan con grupos extremistas que les proporcionan una “ideología de validación” aunque nunca se contacten directamente con ellos.

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La célula que atentó en París el 13 de noviembre de 2015 actuó de manera coordinada y “profesional” para causar el mayor derramamiento de sangre posible. Algunos de sus integrantes habían recibido entrenamiento en Siria y ninguno tenía antecedentes psiquiátricos. Podemos esperar que ese tipo de ataques, que requieren una logística importante y se vuelven más difíciles de concretar al tiempo que aumentan las medidas de seguridad, den paso a atentados individuales perpetrados por personas con algún tipo de desequilibrio que encuentran en la propaganda del Estado islámico una plataforma en la que pueden transferir sus propias frustraciones y devaneos a un objetivo superior. Ese, al menos, parece ser el caso de Mohamed Lahouaiej Bouhlel, el asesino de Niza, y probablemente también el de Omar Mateen, el asesino de la disco Pulse, en Orlando.

Este panorama, difícil de contener y difícil de predecir, no resulta, sin embargo, del todo inesperado. Poco después del atentado de Anders Breivik y poco antes del décimo aniversario del 11 de septiembre de 2001, Barack Obama fue entrevistado por Wolf Blitzer para CNN. Allí el periodista expresó su preocupación porque alguna agrupación afiliada a Al Qaeda estuviese preparando para esa fecha un atentado de alto perfil. Para sorpresa de Blitzer, Obama dijo: “Nuestra mayor preocupación en este momento no es el lanzamiento de una gran operación terrorista. Aunque ese riesgo siempre existe, el que nos preocupa especialmente ahora es el del lobo solitario; alguien que con un arma tiene la capacidad de llevar a cabo masacres de gran escala, como la que vimos en Noruega recientemente. Una persona trastornada o impulsada por una ideología de odio, puede hacer mucho daño, y es mucho más difícil de rastrear”.

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Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.