New York Philharmonic: Orozco-Estrada lleva el calor y sabor de Colombia al Lincoln Center de Nueva York

La pasada semana, el conocido director de orquesta colombiano Andrés Orozco-Estrada tuvo su gran noche en la Gran Manzana: condujo por primera vez la Filarmónica de Nueva York, una de las orquestas más reconocidas del mundo.

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Lioman Lima, desde Nueva York
Edgar Moreau makes his NY Phil debut in Haydn’s spirited Cello Concerto No. 1. Leading the Orchestra for the first time, Andrés Orozco-Estrada conducts Tchaikovsky’s passionate take on the tragedy of Romeo and Juliet, Enescu’s Romanian Rhapsody No. 1, and Bartók’s The Miraculous Mandarin Suite — an orchestral adaptation of the composer’s scandalous 1926 pantomime.
Edgar Moreau makes his NY Phil debut in Haydn’s spirited Cello Concerto No. 1. Leading the Orchestra for the first time, Andrés Orozco-Estrada conducts Tchaikovsky’s passionate take on the tragedy of Romeo and Juliet, Enescu’s Romanian Rhapsody No. 1, and Bartók’s The Miraculous Mandarin Suite — an orchestral adaptation of the composer’s scandalous 1926 pantomime.
Imagen Brandon Patoc

Fueron dos impresionantes debuts que sacudieron tres noches consecutivas en el Lincoln Center. La pasada semana, el conocido director de orquesta colombiano Andrés Orozco-Estrada tuvo su gran noche en la Gran Manzana: condujo por primera vez la Filarmónica de Nueva York, una de las orquestas más reconocidas del mundo.

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Fue un cierre virtuoso de año para Orozco-Estrada, quien asumió hace solo un par de meses la dirección de la Orquesta de la RAI tras su abrupta salida de la Sinfónica de Viena en 2022. Su paso por el David Geffen Hall estuvo cargado de un programa enérgico, boyante y cálido, que hacía olvidar por momentos el crudo frío que ya comenzaba a sentirse la pasada semana en Nueva York.

La selección para la apertura fue la Obertura-Fantasía de Romeo y Julieta, la obra incomprendida de Chaikovski, que fue recibida con helado entusiasmo en su estreno en 1870.

La partitura, que Chaikovski revisó varias veces y de la que, al parecer, nunca quedó del todo satisfecho, tomó nuevas dimensiones en su interpretación por la Filarmónica de Nueva York, y tuvo un recibimiento muy distinto al de primera vez que se escuchó en Moscú.

Orozco-Estrada supo trasmitir con su conducción una variedad de tonos y sentimientos que fueron de lo evocativo, lo alucinante y lo trágico del desenlace de los “amantes de Verona”. La orquestación lograda por el conductor, aunada al talento de sus músicos, llevó a momentos climáticos y otros de delicadeza evocativa, casi perceptual.

La obertura fue, sin dudas, el perfecto preámbulo para el gran momento -y el segundo debut-de la noche: el Concierto N.1 para cello de Haydn interpretado por un músico de 29 años, que parece dominar el cello con el brío de la juventud y la técnica de los grandes del barroco: Edgar Moreau.

El concierto de Haynd, una pieza compleja y vibrante que estuvo perdida por siglos y se reencontró hace poco más de 60 años, sirvió a Moreau para mostrar sus dotes y virtuosismo y, a la orquesta, para acompañar sin opacar el solista. Fue una combinación de grandes momentos de dote musical que hicieron al público vibrar de aplausos y, a algunos, incluso ponerse de pie.

Edgar Moreau makes his NY Phil debut in Haydn’s spirited Cello Concerto No. 1. Leading the Orchestra for the first time, Andrés Orozco-Estrada conducts Tchaikovsky’s passionate take on the tragedy of Romeo and Juliet, Enescu’s Romanian Rhapsody No. 1, and Bartók’s The Miraculous Mandarin Suite — an orchestral adaptation of the composer’s scandalous 1926 pantomime.
Edgar Moreau makes his NY Phil debut in Haydn’s spirited Cello Concerto No. 1. Leading the Orchestra for the first time, Andrés Orozco-Estrada conducts Tchaikovsky’s passionate take on the tragedy of Romeo and Juliet, Enescu’s Romanian Rhapsody No. 1, and Bartók’s The Miraculous Mandarin Suite — an orchestral adaptation of the composer’s scandalous 1926 pantomime.
Imagen Brandon Patoc

Moreau, con calcetines rojos y suelas que le combinaban, perdió notas en sus impulsos, aunque fueron casi imperceptibles y regresó con un encore con el que volvió a mostrar sus dotes: la Sarabanda de la Suite N. 3 para cello de Bach. La interpretó otra vez con desenfreno y libertad, trasmitiendo un disfrute soberano de la música que se hizo contagioso en la audiencia.

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Igual de extraordinaria fue la lectura que hizo Orozco-Estrada de la Suite del Milagroso Mandarín, de Bártok, una pieza apabullante y desenfrenada que la orquesta supo manejar con equilibrio y evadir el riesgo de que unos instrumentos acallaran a los otros.

Fue el momento de lucimiento para los metales, que, aunque por momentos se desbordaron en sus sonoridades, Orozco-Estrada supo reintegrar y hacer relucir.

Y lo que alegre comienza, alegre termina: para el final estuvo la florida Rapsodia Rumana N.1 de Enescu, que reafirmó el espíritu de celebración que marcó todo el concierto… como lo parecía reafirmar con sus movimientos -casi danza- Orozco-Estrada, el conductor que llevó el calor latino de Colombia a la noche fría de Nueva York.