La casualidad y la suerte han marcado a menudo la historia.
Cómo una "suerte tonta" evitó una guerra nuclear durante la crisis de los misiles de Cuba
Es muy probable que la Tercera Guerra Mundial se evitara gracias a un breve retraso causado por un marinero que se encontraba en el lugar adecuado en el momento oportuno, junto con un segundo al mando que, al disponer de unos segundos más, se dio cuenta perceptivamente de que no estaban siendo atacados.

Una de las películas más taquilleras del año pasado, ‘Oppenheimer’, narra la dramática historia del desarrollo de la bomba atómica y del físico que la dirigió, J. Robert Oppenheimer.
Pero a pesar del éxito del Proyecto Manhattan que se describe en la película, en sus últimos años, Oppenheimer estaba cada vez más preocupado por un holocausto nuclear derivado de la proliferación de estas armas.
En los últimos 80 años, la amenaza de tal aniquilación nuclear quizá nunca fue mayor que durante la crisis de los misiles cubanos de 1962.
El secretario de Estado del presidente John F. Kennedy, Dean Acheson, dijo que la guerra nuclear se evitó durante esa crisis por "simple suerte tonta". Como detallo en mi libro ‘The Random Factor’, en ningún lugar fue más evidente la influencia del azar y la suerte que el 27 de octubre de 1962.
Misiles rusos enviados secretamente a Cuba
Para situar el escenario, casi inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial comenzó una guerra fría de hostilidades entre Estados Unidos y la Unión Soviética comunista, que desembocó en una carrera armamentística nuclear entre ambos durante la década de 1950 y continuó hasta la década de 1980.
Como parte de la Guerra Fría, a Estados Unidos le preocupaba enormemente que los países cayeran bajo la influencia del comunismo soviético. Ese temor se magnificó en el caso de Cuba.
Las tensiones entre Estados Unidos y Cuba habían aumentado drásticamente tras el fallido intento estadounidense de 1961 de derrocar al líder revolucionario Fidel Castro y a su Partido Comunista en el poder.
Conocida como la invasión de Bahía de Cochinos, su fracaso resultó ser una gran vergüenza para la administración Kennedy y una advertencia para el régimen de Castro.
En mayo de 1962, Castro y el líder soviético Nikita Jruschov acordaron desplegar en secreto misiles nucleares estratégicos en Cuba, con la intención de proporcionar una fuerte disuasión a cualquier posible invasión estadounidense en el futuro.
Los misiles y el equipo rusos serían desmontados y enviados a bordo de cargueros con destino a La Habana, y luego se volverían a montar en el lugar.
El 14 de octubre, un avión espía estadounidense U-2 fotografió la construcción de una base de lanzamiento de misiles en el oeste de Cuba. Esto marcó el comienzo de los 13 días de octubre conocidos como la crisis de los misiles cubanos.
Tras acaloradas deliberaciones con su gabinete y sus asesores, Kennedy decidió un bloqueo naval alrededor de Cuba para impedir el paso de más barcos soviéticos. Además, Kennedy exigió la retirada de todos los misiles y equipos que ya estaban en Cuba.
Esto inició un enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia. Finalmente, los misiles fueron desmontados y retirados de Cuba. A cambio, Estados Unidos retiró sus misiles balísticos Júpiter de las bases de Turquía e Italia.
Pero un aspecto totalmente aleatorio, y totalmente crucial, de esta resolución no se conoció hasta años más tarde a través de las memorias y entrevistas con marinos soviéticos.
La crisis de los misiles cubanos
Durante la crisis, la Unión Soviética había enviado cuatro submarinos de la clase Foxtrot a la zona de crisis. Cada submarino llevaba 22 torpedos de dos toneladas.
Sin que Estados Unidos lo supiera, uno de esos 22 torpedos a bordo de cada uno de los cuatro submarinos tenía una ojiva nuclear de 15 kilotones, o una fuerza equivalente a la de la bomba de Hiroshima.
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En una reunión informativa antes de que los cuatro comandantes de submarinos partieran hacia Cuba, el vicealmirante A.I. Rassokha, de la Flota del Norte soviética, dio instrucciones de que, en caso de ser atacados por la flota estadounidense, "les sugiero a ustedes, comandantes, que utilicen primero las armas nucleares, y luego ya pensarán qué hacer después".
Su consejo estuvo alarmantemente cerca de cumplirse.
Al acercarse a la zona de bloqueo el 27 de octubre, el submarino B-59 del capitán Valentin Savitski estuvo sometido a un prolongado acoso por parte de una serie de buques, aviones y helicópteros estadounidenses que intentaban obligarle a salir a la superficie.
El B-59, que necesitaba recargar el sistema eléctrico de la embarcación, acabó saliendo a la superficie, momento en el que Savitski pensó que había entrado en un conflicto a gran escala: rodeado de buques y aviones de la Armada, con disparos a su proa, cargas de profundidad lanzadas y potentes reflectores cegadores apuntando a la torre de mando.
Pensando que estaba siendo atacado, Savitski dio la orden de sumergirse inmediatamente y preparar el torpedo nuclear para dispararlo.
Y aquí fue donde intervino la suerte.
El hecho fortuito y tonto que cambió la historia
El capitán de Estado Mayor Vasili Arkhipov y un marinero anónimo a bordo del B-59 probablemente evitaron que se produjera la Tercera Guerra Mundial.
Cuando Savitski intentaba descender desde la torre de mando al casco del submarino para comenzar la inmersión, se vio bloqueado momentáneamente por un oficial de señales que se había quedado atascado accidentalmente en la escalerilla de la torre de mando.
Durante esta fracción de segundo de retraso, Arkhipov, que también estaba en la torre de mando, se dio cuenta de que el caos en la superficie del agua no era un ataque, sino más bien un intento de proporcionar una advertencia.
Arkhipov, que tenía la misma autoridad que Savitski, ordenó inmediatamente al submarino que "cancelara la inmersión, están haciendo señales".
Es muy probable que la Tercera Guerra Mundial se evitara gracias a un breve retraso causado por un marinero que se encontraba en el lugar adecuado en el momento oportuno, junto con un segundo al mando que, al disponer de unos segundos más, se dio cuenta perceptivamente de que no estaban siendo atacados.
De no haber sido así, Savitski se habría sumergido y, con toda probabilidad, en menos de cinco minutos habría disparado su torpedo con punta nuclear, provocando una reacción cataclísmica en alta mar y en todo el mundo.
Según Martin Sherwin, coautor de la biografía de Oppenheimer ganadora del Premio Pulitzer en la que se basó la reciente película, "La extraordinaria (y seguramente desconcertante) conclusión tiene que ser que el 27 de octubre de 1962 se evitó una guerra nuclear no porque el presidente Kennedy y el primer ministro Jruschov estuvieran haciendo todo lo posible por evitar la guerra (lo estaban haciendo), sino porque el capitán Vasily Arkhipov había sido asignado al azar al submarino B-59".
Este no es más que uno de los innumerables ejemplos en los que la historia mundial y militar se ha visto dramáticamente alterada por el azar y la suerte.
El 27 de octubre de 1962, el mundo tuvo mucha suerte. La pregunta que sin duda se haría Robert Oppenheimer es: ¿tendremos tanta suerte la próxima vez?
*Mark Robert Rank es catedrático de Bienestar Social, Artes y Ciencias de la Universidad Washington.
Este artículo fue originalmente publicado en The Conversation, si usted desea leer la versión en inglés puede consultarla aquí.
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