Por ahora los brotes son mínimos y el viento agita las hojas, largas y minúsculas, sobre la tierra seca. Allí, en un terreno rural a una media hora del centro de Montevideo, se encuentra una plantación legal de marihuana que pertenece al club cannábico CLUC. En unos meses, esas mismas plantas –más grandes, más frondosas– serán cosechadas por sus propios miembros.
Clubes cannábicos: los escondidos centros de cultivo de marihuana en Uruguay
A pesar de ser legales, estas agrupaciones mantienen un bajo perfil para evitar robos y problemas con la comunidad.


Es sábado en la mañana y hay alrededor de diez jóvenes trabajando: hacen pozos en la tierra, riegan las plantas, cortan tablas de madera para construir un portón. En la entrada hay una carretilla vieja repleta de bidones de agua, una pala clavada a la tierra, una cinta métrica estirada en el suelo. Más atrás, hay doscientas plantas, casi al ras de la tierra, de doce variedades de marihuana.
Todo empezó en diciembre de 2013, cuando el gobierno del presidente José Mujica aprobó en Uruguay un proyecto de ley para regular el mercado de marihuana. En la actualidad, los clubes cannábicos son una de las tres vías legales en el país para acceder a esta droga. También existe la posibilidad de registrarse como autocultivador y en el futuro –se calcula que a partir de agosto de este año– se podrá comprar en farmacias la marihuana que el Estado uruguayo ya está cultivando. Con esta normativa Uruguay se convirtió en el primer país del mundo en regular la producción y venta de esta sustancia.
Las reglas para armar un club son claras: la agrupación puede tener entre 15 y 45 miembros y cada uno puede recibir hasta 480 gramos por año, todos para uso personal. Se pueden cultivar hasta 99 plantas. Los integrantes, en todos los casos, deben ser mayores de 18 años y residir de forma permanente en Uruguay.
Todos los clubes deben contar con una sede que incluya un área para el cultivo y otra para el secado de las flores. Además, deben tener un lugar seguro de acopio, y un espacio para reuniones y para otras tareas como el empaquetado.
CLUC (cuya sigla significa Cultivando la Libertad Uruguay Crece) funciona como una especie de cooperativa, de manera de amortiguar los gastos de producción. “Nosotros pensamos que nuestro fuerte es, más allá del acceso a la sustancia, otras cosas que tienen que ver con lo colectivo”, asegura Gustavo Robaina, magíster en Políticas Públicas y miembro del club. La mayoría de los integrantes participa en jornadas de trabajo en la plantación –unas diez al año– y, además, colabora en tareas logísticas, de gestión o de diseño.

Para inscribir un club hay que registrarse como asociación civil en el Ministerio de Educación y Cultura y luego pedir habilitación al Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA), el organismo encargado en Uruguay de controlar la plantación, la cosecha y la distribución de marihuana. Hasta abril de 2016 el IRCCA había aprobado licencias a casi 4800 autocultivadores y a doce clubes de membresía. Además, en la actualidad hay alrededor de treinta asociaciones civiles a la espera de su autorización.
CLUC fue uno de los primeros clubes en ser habilitados. Este colectivo tiene su origen en Proderechos, una organización social más amplia que milita a favor de la regulación social del cannabis, así como de la salud sexual y reproductiva, la diversidad sexual y los derechos humanos. En CLUC son más de cuarenta miembros y la mayoría ronda los treinta años. Como todos los clubes cannábicos, ellos buscan acceder a marihuana de buena calidad de forma colectiva.
Su historia se inició así: a fines del 2013 comenzaron a sembrar en el fondo de la casa de uno de sus miembros, en el área urbana de Montevideo. Pero en ese lugar se encontraron con muchos problemas: un robo, una invasión de hongos y la transformación de plantas hembras (las que dan cogollos) en machos. Además, la ley establece que los clubes deben ubicarse a una distancia mayor a 150 metros de una escuela y ellos tenían una escuela enfrente. Si bien allí tuvieron su primera cosecha, sabían que se tenían que mudar. Hoy en día plantan marihuana en las afueras de Montevideo, en un terreno aislado, recortado por tonos de verde, demasiado escondido para llegar por casualidad.
Los clubes se diferencian por su dinámica y por su reglamento. También por la cuota que cobran a sus miembros. Existen clubes con precios accesibles y otros que se focalizan en la calidad de la sustancia y que tienen costos más altos, como los que producen marihuana en cultivos de interior. Estos son los que tienen mayores gastos: realizan una gran inversión en tecnología –deben controlar la luz, la temperatura, la humedad–, lo que a su vez aumenta las cuotas.
CLUC ofrece diferentes planes para sus miembros, quienes se pueden llevar 20 o 40 gramos de marihuana por mes. Existen opciones de colaborar o no con el club. La cuota más económica la pagan quienes reciben 20 gramos de marihuana y colaboran. Esos pagan unos 700 pesos uruguayos (unos 20 dólares) como mensualidad. La minoría de miembros que no participa paga la cuota más alta: 2,000 pesos uruguayos (50 dólares) por 40 gramos. En resumen, los socios que colaboran, que son la mayoría, pagan poco más de un dólar por gramo de marihuana.
La ley uruguaya impide que los clubes cannábicos exhiban carteles en su exterior que puedan identificarlos o que utilicen el espacio público contiguo al local con sillas, mesas o toldos. A su vez, las plantas deben ubicarse en lugares seguros y solo pueden ser accesibles para los miembros. Los locales deben contar con un sistema propio de seguridad, por lo que se suele invertir en cercos eléctricos, alarmas o sistemas de vigilancia.

Si bien la existencia de clubes es legal, todavía son, en cierta forma, clandestinos. Una de las principales razones es, justamente, la seguridad: “A nadie le gustaría perder toda la cosecha porque le robaron y eso está siendo un tema. El robo de plantas a mucha gente la está pasando y la policía tendría que aceitar el mecanismo de denuncia y de respuesta, que sea respetuosa de las plantas y de los cultivadores”, opina Robaina.
¿Cuál es la relación de estos nuevos clubes con sus vecinos? Los cultivos en el exterior suelen ser difíciles de ocultar por el olor que desprenden en épocas de cosecha. “En los clubes que no son indoor, que son los que tienen plantas en el exterior, siempre alguno de los vecinos sabe y se trata de generar que esté todo bien”, dice Florencia Lemos, estudiante de ciencias políticas e integrante de CLUC. “[Tratamos de] dejar claro que es un club que está dentro de la ley, pero es verdad que una de las medidas de seguridad más grandes que están tomando los clubes es no divulgar dónde está la sede. Eso puede llevar a que haya gente que tenga un club al lado de la casa y no lo sepa”.
La nueva normativa sobre marihuana –la misma que permite la existencia de estos clubes– se enmarca en una lucha del gobierno uruguayo contra el narcotráfico y el crimen organizado. El espíritu de esta nueva reglamentación es abordar el consumo de drogas desde la regulación y evitar la criminalización del consumidor.
Por naturaleza, el trabajo de los clubes se realiza puertas adentro. El intercambio con el resto de la sociedad es casi nulo. “La ley establece que los clubes tienen que hacer actividades solamente para sus miembros. Eso tiene una parte de responsabilidad con respecto al consumo que está bueno, pero también hay muchísima información que los clubes podrían brindar a la gente y eso se está limitando”, dice Robaina.
Porque los miembros del club están convencidos de que los usuarios organizados tienen mucho que aportar en la regularización social del uso de drogas. “Lo ideal sería que los clubes pudieran estar reconocidos en las comunidades, en sus territorios, que los vecinos puedan saber que hay un club y que sea, incluso, un lugar de referencia para informarse o para aprender”, dice Florencia Lemos.
Mientras tanto, los clubes siguen germinando en distintas partes de Uruguay, así como las plantas crecen, escondidas, en todo el país: en los fondos de las casas, en habitaciones controladas o en terrenos apartados, alejados del centro de las ciudades.









