El presidente ruso Vladimir Putin está librando una batalla contra algunos de los géneros y artistas más populares de su país, sobre todo raperos, quienes según el mandatario con su música están corrompiendo las mentes de los más jóvenes y conduciendo al país a la ruina y la degradación.
Vladimir Putin odia la música moderna porque habla de sexo y drogas (y de política)

Una prohibición que no funcionó
La primera intención de su gobierno fue arrancar el problema de raíz y directamente prohibir el rap y sus músicos.
En los últimos tiempos, las autoridades rusas se han ocupado de cancelar varios conciertos de raperos cuyas canciones hablan de drogas y sexo, pero esta medida no funcionó del todo.

Como ha probado la historia de la censura, uno puede suponer que los jóvenes que todavía mantienen un saludable espíritu rebelde y antiautoritario, o incluso otros más indiferentes, ahora con más razón quieren escuchar esa música que el gobierno considera indecente, generando así el efecto exactamente opuesto al que pretendían.
Además de un probable aumento de la popularidad y la visibilidad de algunos artistas «prohibidos», la medida también ha generado protestas que se han vuelto un dolor de cabeza para el gobierno de Putin. En estos días fue arrestado un rapero llamado Husky, al que le cancelaron su concierto pero de todos modos se subió encima de un coche y empezó a gritar sus canciones ante su público.
Se le acusó de vandalismo y lo enviaron 12 días a prisión, pero convertir a los artistas en notorios mártires de la libertad de expresión no parece una buena idea para un gobierno de conocida inclinación autoritaria y antidemocrática.
Control y no prohibición
Así que ahora el gobierno ruso ha cambiado la estrategia y en lugar de una agresiva y completa prohibición permitirán la existencia de esta música pero «tomando control» sobre ella para evitar la degradación que trae asociada.
«El rap y otras formas de arte modernas descansan sobre tres pilares» explicó Putin, justificando su decisión, «el sexo, las drogas y la protesta política. Lo que a mí más me preocupa son las drogas, que son las que conducen a la degradación de una nación».
También manifestó su preocupación por el lenguaje utilizado en esta música.
Dijo que había consultado a una lingüista al respecto y que la especialista le recordó que decir palabrotas o insultar es tan parte de nuestro lenguaje como cualquier otra.
«Pero también tenemos diferentes partes en nuestro cuerpo, y no es que las estamos mostrando todo el tiempo» relativizó Putin, con un doble sentido y una sutileza dignos de un rap.
«Tomar control de este tipo de música y guiarla en la dirección adecuada» agregó el presidente ruso, «es ahora el asunto más importante».
El peculiar estilo y la personalidad de Vladimir Putin le han valido esa curiosa popularidad en Occidente, donde a veces es visto como un líder excéntrico que despierta gracia y asombro en igual medida, pero en este caso su medida no tiene nada de inédito: una medida autoritaria y censora sobre el arte y la cultura anclada en presuntos valores nobles y patrióticos.
Hace un siglo fue Lenin el que dijo que, aunque cada artista puede crear libremente y de manera independiente de acuerdo a sus ideales, el gobierno «no se puede quedar de brazos cruzados si el caos comienza a surgir. Debemos guiar el proceso sistemáticamente y moldear sus resultados». Algunas cosas nunca cambian del todo.
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