A mediados del siglo XIX, el rumor comenzó a difundirse por toda Francia: Victor Hugo no era un ser humano «normal». Podía pasar semanas sin dormir. Y su barba crecía el doble de rápido que cualquier otra.
Víctor Hugo: el hombre que nos enseña a dejar nuestra huella a pesar de nuestras sombras

Más allá de estas disquisiciones sobre sus hábitos de sueño y su vello facial, este rumor encierra una gran verdad: Hugo es una figura excepcional, que se enraizó en nuestro recuerdo.
Todos nos sentimos cautivados por ese grupo selecto de personas cuyos cuerpos fueron apagados por la muerte, pero que aun así pudieron alcanzar la inmortalidad, a pesar de (¿y gracias a?) sus «imperfecciones».
La «sombra»: sus aversiones y debilidades

Le phere (1865), por Victor Hugo.
Empecemos por contrarrestar los efectos de la muerte. Y es que en la mayoría de los casos, ella cubre con un velo idealizador a sus víctimas y los convierte en semidioses con quienes, al parecer, no tenemos nada en común.
Víctor Hugo tuvo que exiliarse en Inglaterra. Estas circunstancias no apagaron su aversión hacia este país; más bien, avivaron su orgullo de ser francés ─el escritor tenía, por ejemplo, la convicción de que se podía juzgar la inteligencia de una nación en base a su habilidad para hablar francés─.
Es posible que esta última certeza haya contribuido a su voluntaria incapacidad de hablar inglés. Su «alergia» por este idioma y, en especial, por este país, quedó plasmada en frases como: «¿Es esto el infierno? No, es Londres».
Cuando finalmente pudo regresar a su tierra, Hugo no solo se dedicó a escribir. Podríamos decir que este gran escritor era un «estudioso entusiasta de la comunicación en todas sus manifestaciones». Así lo comprobó la policía cuando lo halló en la cama de la esposa de un pintor muy reconocido, comprometido en lo que oficialmente se catalogó como una «conversación criminal».
A pesar de que, en las palabras de Vargas Llosa, «Víctor Hugo llegó a endiosarse como lo endiosaron los hombres de su época», estas anécdotas bien sugieren que nuestro escritor era un hombre de carne y hueso. Y es precisamente a partir de esta humana imperfección que nació la luminosa fortaleza que brilla hasta nuestros días.
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La luz: una pluma infinita

Sol poniente (1852-1855) por Victor Hugo
De pie, en su estudio de vidrio, desde el que podía ver todo lo que acontecía en el resto de su casa, Hugo dejó que su pluma ilimitada fluyera. El padre del romanticismo francés fue el autor de una obra titánica, que encarnó una infinidad de temáticas. Ya lo advertía en el prólogo de Los miserables: «El protagonista de mi obra es el infinito. El segundo, el hombre».
Ante una obra tan desmesurada como esta, hay quienes caen en la tentación de afirmar que Hugo dedicó su vida a escribir y no a vivir. Su biografía, sin embargo, nos sugiere lo contrario: este fue un hombre que vivió intensamente más allá de la literatura.
Gracias a este afanoso compromiso con la vida, no hubo nunca ningún otro escritor que haya tenido el impacto que tuvo Hugo en su época, en las palabras de Vargas Llosa. Su nombre y sus proezas llegaron a los cinco continentes y su nombre despertó un interés universal.
Pero, en concreto, ¿cómo fue que este escritor logró deslumbrar al mundo entero a pesar del pasaje del tiempo? Con sus poemas y sus novelas, sí, pero también con una revolucionaria idea de literatura. Hugo creó con sus palabras un mundo ficcional, pero que era posible convertir en realidad. De hecho, muchos jóvenes intentaron emular en la vida real a los personajes de Hugo para acercarse a la felicidad. De esta manera, la literatura se convirtió en mucho más que una fuente de entretenimiento: se transformó en una enseñanza de vida, una guía y, por sobre todo, un destino.
La batalla más humana
«En mí, esta es la batalla entre el día y la noche».
Esta es una de las últimas frases que Hugo susurró para quebrar el silencio en una de sus últimas noches. Se trata de una confesión tan universal como su obra misma y que evoca a la inexorable dualidad de nuestra naturaleza, que es luz y sombra a la vez.
Recordemos las palabras de Víctor Hugo. Eternicemos en el recuerdo a nuestras grandes personalidades en su completud ─aprendamos a aceptar también sus «sombras»─. Esta actitud no solo nos alcanzará a una versión más plena de la realidad. También, nos impulsará a trascender nuestra pasiva admiración en transformadora acción. Y es que si Hugo fue también un contraste de luces y sombras, y aun así dejó una huella en este mundo, ¿por qué no podemos lograrlo nosotros?
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