Según estas investigaciones, gobernar acorta la vida

Si aspiras a dirigir tu país como jefe del Estado, quizá tengas que reconsiderar ese propósito. Sigue leyendo, porque luego puede ser tarde...

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Gobernantes que parecen eternos

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Por supuesto que hay las excepciones que confirman la regla. Los hermanos Castro llevan décadas gobernando Cuba. Fidel, de 89 años, se convirtió en consejero de Raúl, después de dirigir la nación caribeña entre 1959 y 2011. Raúl Castro, de 84 años, ahora es el mandamás.

Pepe Mujica cuenta con 79 años, aunque solo presidió Uruguay entre 2010 y 2015. Robert Mugabe, con 91 años, sigue dando guerra en Zimbabue, república africana de la que dispone a placer desde 1987. Pero más bien, las preocupaciones de ejercer el poder acortan la vida, según acaba de revelar un estudio de la Universidad de Harvard y del Hospital General de Massachusetts, dirigido por el doctor en políticas de la salud, Anupam Jena.

Una fortuna que podría servir de poco

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Muchas personas se dejan seducir por las mieles del poder. Pero no es solo el placer casi sexual que proporcionaría el hecho de mandar al más alto nivel. Los presidentes y primeros ministros viven a cuerpo de rey y suelen disfrutar de unas generosas pensiones, suponiendo que no hayan preparado el retiro de una manera más holgada, con una buena cuenta bancaria en un paraíso fiscal, para no hablar de enriquecer desvergonzadamente a hijos, parientes y amigos que sirvan de testaferros.

Menos se habla del desgaste que ocasiona la toma diaria de decisiones que afectan a miles o a millones de personas, incluyendo algunas muy dramáticas, como enviar el país a la guerra o autorizar el lanzamiento de un arma de destrucción masiva. Por eso, no sorprende que según este estudio, los presidentes o jefes de gobierno vivan en promedio 2,7 años menos que sus rivales que en su momento perdieron las elecciones.

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Es mejor ser diputado

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La investigación abarcó a 279 primeros mandatarios que gobernaron entre 1722 y 2015 en 17 países y a 261 candidatos oponentes que nunca ganaron la máxima elección, número que indica que algunos perdedores, finalmente beneficiados con una vida más larga, fueron derrotados más de una vez.

Al parecer, no hay excusas sobre el estilo de vida más trepidante y las agendas de trabajo más agotadoras que nos afectan desde el siglo XX, seamos presidentes o no. El problema es de vieja data y ya comenzó por lo menos en el siglo XVIII. Son casi 3 años menos en esperanza de vida lo que tendrías que pagar para sentarte en el sillón presidencial.

A pesar de que hay congresistas muy trabajadores, siempre ha dado la impresión de que en el parlamento se puede holgazanear, estando a buen resguardo del estrés que produce gobernar. Otra investigación corroboró este supuesto tan poco favorable para nuestros honorables representantes, diputados y senadores.

Los parlamentarios británicos, de una muestra nada desdeñable de cerca de 5000 personas que ejercieron representación entre 1945 y 2011, tienen un índice de mortalidad un 28 % menor que el de sus votantes comunes y corrientes. Por supuesto, entre esos electores normales estamos todos los que vamos dejando la vida poco a poco, currando de firme todos los días para ganar el pan, de una manera algo distinta a como lo consiguen los privilegiados congresistas.

Nos atrevemos a recomendarte que, si te interesa la política, no aspires a presidir tu país; quizá deberías inclinarte mejor por una buena diputación.