Los traficantes de drogas de Río de Janeiro también están imbuidos en el espíritu olímpico

Faltan pocos días para la llegada de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, el evento multideportivo que en las primeras semanas de agosto atraerá la atención de todo el mundo, y que tiene además un valor histórico adicional, al ser la primera vez que un país sudamericano oficia como sede.

PUBLICIDAD

Así que es esperable que toda la ciudad se prepare con entusiasmo para recibirlos.

Es habitual que las marcas y los comerciantes se hagan eco de este espíritu olímpico, representado por los anillos que simbolizan la unidad y la diversidad, explotándolo desde la perspectiva del marketing, pero este fenómeno ha llegado a límites impensados. Según se supo en estos días, los traficantes de cocaína en Río de Janeiro se han apoderado de esta simbología olímpica para vender sus drogas.

Y aparentemente este espíritu olímpico también los ha llevado a adoptar una actitud medianamente altruista con sus consumidores, algo que uno no esperaría de un traficante de drogas, ya que en los paquetes incluyeron la advertencia de “mantener fuera del alcance de los niños”. Qué suerte que avisaron.

Según informó Huffpost Brasil, los traficantes que vendían estas drogas fueron arrestados y se incautaron 93 paquetes con los anillos olímpicos y la inscripción Río 2016.

Todo esto, sin embargo, no es más que un aspecto anecdótico y curioso que habla de un problema mucho más profundo.

Juegos Olímpicos en la favela

Imagen Getty Images

Como contracara de lo disfrutable de las numerosas disciplinas deportivas que veremos, del emotivo esfuerzo de los atletas y las épicas competencias, hay una realidad social y política que nos recuerda que, como sabe la doctrina taoísta, toda cosa buena de la vida tiene necesariamente su lado malo (el yin y el yang, y todo eso).

PUBLICIDAD

Brasil no solo está atravesando ahora por una coyuntura política y económica realmente crítica, sino que a esto se suman algunos problemas sociales que Río de Janeiro arrastra históricamente (es la ciudad con mayor porcentaje de habitantes en favelas y con una alta tasa de crímenes) y que eventos destinados a cautivar al mundo entero y atraer el turismo, como estos Juegos Olímpicos y antes el Mundial de fútbol 2014, han agravado, proyectando un costado bastante siniestro y desagradable a este evento que intenta promover nobles ideales.

Un reporte indica que, desde 2009, más de 22.000 familias de Río han sido desplazadas de sus hogares para la construcción de la infraestructura necesaria para albergar el Mundial de fútbol y ahora los Juegos Olímpicos.

Como símbolo representativo de esta doble cara del fenómeno, está el área de la ciudad conocida como Cracolandia, ubicada a pocas cuadras de distancia del Maracaná, donde las drogas y la prostitución son moneda corriente y es uno de los centros de la epidemia de crack que ha asolado a los barrios pobres de Brasil en los últimos tiempos.

Un informe reciente de USA Today describe el lugar así:

A menos de una milla del Estadio Maracaná, donde tendrá lugar la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos el 5 de agosto, se encuentra el lugar más desesperanzado que se pueda imaginar. Los coches pasan por una miserable acera donde los marginados de Río van a saciar su hábito de cocaína. Prostitutas, algunas de ellas embarazadas, venden sus cuerpos por un par de piedras de crack o por unos pocos reales, el equivalente a menos de $5 dólares. Decenas de personas consumen la droga a simple vista. Nadie presta demasiada atención. Esto es Cracolandia, donde las drogas son la única moneda que vale y las vidas son tan desechables como el fugaz pegue de una pipa de crack improvisada.

Consultado sobre la llegada de los Juegos Olímpicos, un brasileño que estaba en el lugar aseguró: “Me alegra que se hagan. Más dinero para todos”.

Además de la inestabilidad política que atraviesa el país y los problemas inherentes a Río y sus favelas, los Juegos Olímpicos 2016 también ha sido el centro de otras controversias como la amenaza del virus del Zika, la contaminación de aguas utilizadas en competencias, la seguridad, el terrorismo y la infraestructua para turistas y para los mismos atletas.