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La gran historia oculta tras la oreja de Van Gogh

Publicado 22 Dic 2017 – 09:57 AM EST | Actualizado 23 Mar 2018 – 07:42 PM EDT
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No hay otra oreja tan popular como la de Vincent van Gogh. Cuando se deshizo de ella, el artista (sin saberlo) acuñó una de las «anécdotas» más difundidas en la historia del arte. Pero la vida de Vincent trasciende su oreja cortada y fue encendida por pasiones tan intensas como los tonos de sus pinturas:

Redescubrir el color de la vida bajo el sol

Los comedores de patatas (1885)

En Los comedores de patatas, vemos que sus inicios fueron sombríos. Esta elección cromática responde a las claras influencias de los maestros holandeses, pero también a la voluntad de representar una realidad oscura y noble:

Traté de enfatizar que estas personas, comiendo sus patatas a la luz de la lámpara, cavaron la tierra con las mismas manos que ahora llevan al plato y esto habla del trabajo manual y de cómo se ganaron su alimento con honestidad [Carta a Teo, julio de 1888].
Noche estrellada sobre el Ródano (1888)

Pero París (sí, la «ciudad de la luz») irrumpió en esta oscuridad y encendió la mirada de Vincent. A los 33 años, redescubrió el color en sus pinturas y comenzó a pintar una visión del mundo única e intransferible. Su hermano Teo lo vio con claridad:

Es un impulsor de nuevas ideas ─o mejor dicho, como no hay nada nuevo bajo el sol, de la regeneración de ideas conocidas que fueron corrompidas por la rutina y perdieron su color [Carta a Willemina, citada en Hammacher, p. 128].

Crear una constelación de artistas

Los girasoles (1888)

El artista se mudó al sur de Francia. Encantado por la luz y la tranquilidad de su nuevo hogar en Arlés, Vincent nutrió la convicción de que «uno siempre pierde cuando está aislado» [Carta a Teo, Arles, 28 o 29 de mayo de 1888]. Así que alquiló unas habitaciones en la Casa Amarilla para crear una constelación de artistas.

Solo Gauguin aceptó su iniciativa y las fuertes personalidades de ambos artistas hicieron que esta unión se marchitara en poco tiempo. Gracias a esta comunión fugaz, no obstante, nació una de las series pictóricas más recordadas de  Vincent: los girasoles con los que van Gogh le dio la bienvenida a Gauguin a la Casa Amarilla.

Vivir por su pasión

El viñedo rojo (1888)

A los 27 años, Van Gogh decidió que servirá a Dios por medio de sus dibujos. Y a partir de ese momento, se dedicó a su arte en cuerpo y alma, mucho más allá de las circunstancias y de los resultados. La pintura fue una pasión que vivió respiro a respiro. Por eso nunca pudo entender el hábito de los impresionistas de pintar solo en aquellos días en los que había buena luz.

Si bien su hermano Teo fue un gran apoyo financiero para el pintor, Vincent vivió atormentado por su economía. En muchas ocasiones, no dispuso de lo suficiente para comprar los lienzos sobre los que pintar. Entonces, pintaba de ambos lados del lienzo (como podemos comprobar en su museo, en Ámsterdam).

Como los modelos eran costosos, eligió pintarse a sí mismo y a la naturaleza:

No he tenido dinero para pagar modelos, por lo que me he volcado a la pintura de figuras. He realizado una serie de estudios cromáticos en base a flores [Carta a Livens].

Su pasión fue mucho más fuerte que cualquiera de estas dificultades. Las cartas de Vincent demuestran, incluso, que él supo vivir las palabras «elige un trabajo que ames y no deberás trabajar un solo día de tu vida» del sabio Confucio:

¿Acaso no es la emoción, la sinceridad de nuestro sentimiento hacia la naturaleza lo que nos dibuja? Y si estas emociones son a veces tan fuertes que uno trabaja sin saber que trabaja... [Carta a Teo, junio-julio, 1888].

Vincent pintó de forma febril en sus últimos días. Su pasión ni siquiera fue apagada por el hecho de que pudo vender tan solo El viñedo rojo:

Nada puedo hacer si mis pinturas no se venden. Llegará el día, sin embargo, en el que las personas se darán cuenta de que valen mucho más que el costo de la pintura [que usó para crearlas] y que la subsistencia, pobre de hecho, que puse en ellas [Carta a Teo, 25 de octubre, 1888].

La profética convicción de Vincent es ahora nuestra realidad: la amarilla intensidad de Van Gogh enciende las almas de millones de personas en todos los rincones del mundo.

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