La gran historia oculta tras la oreja de Van Gogh
No hay otra oreja tan popular como la de Vincent van Gogh. Cuando se deshizo de ella, el artista (sin saberlo) acuñó una de las «anécdotas» más difundidas en la historia del arte. Pero la vida de Vincent trasciende su oreja cortada y fue encendida por pasiones tan intensas como los tonos de sus pinturas:
Redescubrir el color de la vida bajo el sol
En Los comedores de patatas, vemos que sus inicios fueron sombríos. Esta elección cromática responde a las claras influencias de los maestros holandeses, pero también a la voluntad de representar una realidad oscura y noble:
Pero París (sí, la «ciudad de la luz») irrumpió en esta oscuridad y encendió la mirada de Vincent. A los 33 años, redescubrió el color en sus pinturas y comenzó a pintar una visión del mundo única e intransferible. Su hermano Teo lo vio con claridad:
Crear una constelación de artistas
El artista se mudó al sur de Francia. Encantado por la luz y la tranquilidad de su nuevo hogar en Arlés, Vincent nutrió la convicción de que «uno siempre pierde cuando está aislado» [Carta a Teo, Arles, 28 o 29 de mayo de 1888]. Así que alquiló unas habitaciones en la Casa Amarilla para crear una constelación de artistas.
Solo Gauguin aceptó su iniciativa y las fuertes personalidades de ambos artistas hicieron que esta unión se marchitara en poco tiempo. Gracias a esta comunión fugaz, no obstante, nació una de las series pictóricas más recordadas de Vincent: los girasoles con los que van Gogh le dio la bienvenida a Gauguin a la Casa Amarilla.
Vivir por su pasión
A los 27 años, Van Gogh decidió que servirá a Dios por medio de sus dibujos. Y a partir de ese momento, se dedicó a su arte en cuerpo y alma, mucho más allá de las circunstancias y de los resultados. La pintura fue una pasión que vivió respiro a respiro. Por eso nunca pudo entender el hábito de los impresionistas de pintar solo en aquellos días en los que había buena luz.
Si bien su hermano Teo fue un gran apoyo financiero para el pintor, Vincent vivió atormentado por su economía. En muchas ocasiones, no dispuso de lo suficiente para comprar los lienzos sobre los que pintar. Entonces, pintaba de ambos lados del lienzo (como podemos comprobar en su museo, en Ámsterdam).
Como los modelos eran costosos, eligió pintarse a sí mismo y a la naturaleza:
Su pasión fue mucho más fuerte que cualquiera de estas dificultades. Las cartas de Vincent demuestran, incluso, que él supo vivir las palabras «elige un trabajo que ames y no deberás trabajar un solo día de tu vida» del sabio Confucio:
Vincent pintó de forma febril en sus últimos días. Su pasión ni siquiera fue apagada por el hecho de que pudo vender tan solo El viñedo rojo:
La profética convicción de Vincent es ahora nuestra realidad: la amarilla intensidad de Van Gogh enciende las almas de millones de personas en todos los rincones del mundo.
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