Cuando los escritores nos afectan de forma profunda al punto de que transforman nuestra visión del mundo, se convierten en adjetivos. Así encontramos lo «borgiano», lo «proustiano» y, sí, lo « kafkiano». Esta palabra es, según Frederick Karl, «el adjetivo de nuestros tiempos» y encierra una parte significativa del espectro de la emotividad humana.
Kafka: el escritor que promete «quebrarte con un hacha» para que finalmente te encuentres

Se trata de un entramado oscuro y complejo, formado por los hilos de la hipocondría, el insomnio, la indecisión, la obsesión por la muerte y, lo que es más, el terror hacia la vida.
Pero Franz Kafka fue capaz de transformar este entramado neurótico en arte, como nos recuerda Joseph Epstein. Por eso, hoy queremos rememorarlo.
Entre pesadillas y fantasmas ficticios: la sensación más real

"El pensador", dibujo de Kafka.
El mundo ideado por Kafka no es placentero. Es una proyección de «un Homo sapiens sometido al mayor grado de autotortura», según lo describió Isaac Bashevis. Como tal, es esencialmente doloroso. Y universal.
La universalidad de Kafka es favorecida por su generalidad escritural. En el universo kafkiano, los escenarios son borrosos, tan perturbadores y claustrofóbicos como los de una pesadilla. La mayoría de los personajes se asemejan a fantasmas, con identidades tan vacías y significativas como la del protagonista de El proceso, Joseph K. (¿será esta «K» la versión mutilada de «Kafka»?).
Pero en este mundo de perturbadora ficción hay una fuerte base de realidad: en esta creación las verdades son tan elusivas como en nuestro mundo real. Y cuando lo leemos, se instala en nosotros la sensación familiar de que algo profundamente significativo está sucediendo y de que, al mismo tiempo, no podemos aprehenderlo del todo.
El hacha que nos quiebra (pero nos ayuda a encontrarnos)
«Un libro debería ser un hacha que rompa el mar helado de nuestro interior», sentenciaba el escritor Kafka. Así es que el libro se convierte en el arma responsable de una dolorosa destrucción ─y en este punto se quedan muchos críticos─.
Pero me importa avanzar un poco más: ¿por qué nuestro mar interior se ha congelado? Tras leer la obra de Kafka, uno podría aventurarse a contestar que la indiferencia hacia la vida, el automatismo de nuestros hábitos y la falta de piedad hacia nosotros mismos podrían representan tres factores claves.
Y si vamos todavía más lejos: ¿qué hay bajo ese mar helado que nos da tanto dolor romper y que se ve indefectiblemente vulnerado tras ingresar al mundo kafkiano?
Lo kafkiano: una dimensión humana negada pero intrínseca

El caminante sobre mar de nubes (1818), Caspar David Friedrich.
Muchos lectores de Kafka no van más allá del mar helado. Se quedan congelados por la confusión generalizada que les despierta el universo de Kafka. Pero a pesar de que cierren el libro en cuestión y se deshagan de él, dudo de que puedan desterrar lo kafkiano de sus vidas.
Y es que lo kafkiano late cuanto nos sentimos indefensos frente a la autoridad (cualquiera sea esta). Late cuando, por algún motivo, nos sentimos avergonzados de nosotros mismos. Late cuando sentimos que nuestro destino escapa de nuestro control. Late cuando nos vemos abrumados por la inmensidad y la complejidad de nuestra realidad. En otras palabras: late en nuestra imperfección y en nuestra humanidad más definitiva.
Así es que las pesadillas, los fantasmas y las verdades elusivas son también nuestras. En este sentido, Kafka y su obra encarnan esa parte de nosotros mismos que más nos cuesta asumir. Las palabras kafkianas son, sin atisbo de duda, el más claro reflejo de nuestro mar helado. Pero, también, constituyen el hacha que nos permitirá ir más allá de él.
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