«El humor es lo más grande, es la tabla salvadora, después de todo». Aun tras ser testigo de experiencias tan serias, como el azote y linchamiento de esclavos fugitivos, Mark Twain, reconocía el valor y el poder transformador del humor. Años después, nuestro protagonista, Groucho Marx, se unía a esta reivindicación:
Groucho Marx: el artista que nos demuestra que el humor puede ser nuestra salvación


«Los comediantes son lujos más raros y valiosos que todo el oro y las piedras preciosas del mundo».
Pero, ¿en qué consiste realmente el valor y el poder del humor? La historia de Groucho nos lo recuerda.
El héroe de mil cabezas y su poder transformador
Twain visualizaba al humor como el héroe de mil cabezas, capaz de sortearlo todo. Y me atrevo a aventurar que Groucho también.
Su madre veía en sus cinco hijos la tabla salvadora de la pobreza y quería que fueran artistas. Y así fue ─al menos, con tres de sus hijos: Leonardo (Chico), Adolfo (Harpo) y Julio, más conocido como Groucho. De hecho, en las décadas del 30 y el 40 llegaron a filmar 14 películas.
Y en este proceso, mediante «un tipo de humor que invitaba a las personas a reírse de sí mismas», tal como él mismo lo definió, Groucho se comprometió a luchar contra sus propios demonios para convertirlos en arte.
Uno de los episodios más simbólicos en este sentido ocurrió en el marco de su visita a Berlín. Entonces, en 1964, se enteró de que muchas tumbas de judíos en Dronum (el pueblo de nacimiento de su madre) habían sido obliteradas. Así que contrató un auto y le solicitó que lo llevaran al búnquer en el que Hitler se había suicidado. Allí, con su boina característica y sobre las ruinas, empezó a bailar Charleston.
No hubo ni risas, ni aplausos. Pero al ritmo de la música silenciosa, Groucho transmutó su desgarradora indignación.
- Esta es mi propuesta: una semana, un artista
La luz risueña y musical en la oscuridad de la Depresión
“Hello, I Must Be Going”
El apogeo de los hermanos Marx coincidió con una época particularmente oscura en Estados Unidos: la Gran Depresión. Esta supuso el quiebre de la economía estadounidense y la propagación del desempleo y la desesperanza, dos plagas nacionales.
Gracias a este contexto, Groucho y sus hermanos no solo se convertirían en una tabla salvadora personal y familiar, sino también social. En otras palabras: después de su éxito rotundo, no solo su familia agradecería sus existencias.
Con sus cejas profusas y su bigote tan fornido como pintado, Groucho se convirtió en ese héroe de mil cabezas para quienes iban a ver sus películas al cine. Puedo imaginarme a estos espectadores de miradas apagadas encendiéndose con la chispa desafiante y contagiosa de la actuación, el baile o el canto de Groucho.
Y es que su desempeño artístico, con sus mil cabezas, era capaz de satisfacer los gustos más variados. Comedia, oratoria y música se combinaban para disolver las penas sociales en un mar de risas. Y, también, para convertirse en un reproche universal hacia la rigidez social, del que nadie parecía escaparse. Doctores, diplomáticos, gobernadores y cantantes de ópera cayeron, todos por igual, en las garras humorísticas de Groucho y sus hermanos.
Mediante este camino, entonces, Groucho asumió al humor como su más fiel aliado para transformar sus penas y las de su sociedad. Logró, así, espantar el profundo miedo a la muerte, tan intrínseco a nuestra humanidad, y tan floreciente en épocas de crisis. O, en palabras de Twain, consiguió mitigar su gélida influencia.
Ya lo decía este último escritor:
«Las cosas duras y sórdidas en esta vida son demasiado duras y demasiado sórdidas y demasiado crueles, como para que las conozcamos y las atravesemos año tras año sin mitigar su influencia».
Y estoy segura de que Groucho habría estado de acuerdo.






