“Primero enamorate, pero de ti misma. Construye un mundo propio, deja de ser el reflejo del otro. Busca tu misión, entre mujeres hagamos conexión. Estudia y trabaja, lee a Florence y no uses faja…”, eso nos dice Andrea Echeverri en su canción Florence.
El rock que te libera: cómo Andrea Echeverri maduró mi forma de pensar la música

No es la primera vez que escucho o leo esta clase de mensajes, una suerte de proclama “feminista”, que a simple vista parece una más de las que solemos cruzarnos a diario, pero por alguna razón este mensaje sí hizo conexión conmigo.
Y no fue difícil darme cuenta el porqué. Era la voz de Andrea Echeverri, líder de Aterciopelados, una banda colombiana, que aunque también integrada por Héctor Buitrago, quebró la presencia puramente masculina en la escena del rock iberoamericano, a mediados de los 90.
Una década crucial en la historia de la música, en la que este género se alzaba para reclamar su lugar desde Latinoamérica. Como las mujeres reclaman el suyo en el rock. Y las mujeres latinas tenían doble trabajo en su lucha.
Andrea salió a la búsqueda de su espacio desde su esencia más punk, desde la claridad de que es un lugar que nos pertenece, desde el conflicto que implica pedir lo que ya debería ser nuestro, desde el deseo de querer ofrecer su arte al mundo y hacer escuchar su voz.
Lo hizo y lo logró trabajando desde dentro del sistema. Nada más efectivo que eso, ¿no? Solo así podemos desactivar los mecanismos que nos controlan y alienan.
Es que Aterciopelados fue una de las bandas más importantes del resurgimiento del rock en español, caracterizada por su espíritu punk de fusión del rock con las raíces del folclore colombiano, explorando un sonido nuevo y auténtico, formando la voz del rock de ese país, pero que alcanzó el éxito utilizando los propios mecanismos de la industria musical, que suele medir y juzgar a sus artistas con los estándares del rock anglosajón.
Mis intereses me llevaron a, sin buscarlo (o quizás necesitándolo mucho), reencontrarme con Andrea que, con la misma fuerza punk de hace 20 años, pero desde un lugar algo diferente, hace llegar su voz, que se te mete en los huesos y lleva un mensaje que te grita en el corazón. Es que en gran medida, tanto para esta banda, como para mí, la madurez se convirtió en la forma última de liberación.
Su música acompañó a una generación, que junto al rol de la mujer en el rock, fue creciendo, mutando y quebrando barreras, buscando un lugar, conviviendo con el conflicto constante.
Una pugna que se sostiene en el diálogo necesario para sobrevivir en el medio: mujeres creando historias dentro de una sociedad patriarcal atravesada por la interseccionalidad que une las desigualdades: etnicidad, género, condición social.
¿Hacemos este viaje juntos?

Te propongo un paseo inspirador a través de 4 canciones de Aterciopelados y Andrea Echeverri como solista, que transitan las problemáticas de la mujer en su rompimiento con la opresión.
Veamos cómo intentar salir del mero lugar de musa, groupie o fangirl, que han sido los espacios tradicionalmente impuestos para ellas, para transformarse en protagonistas de sus historias y dueñas de su propio discurso.
Bolero falaz: el lenguaje usurpado y la liberación
En 1996 conocí por primera vez la voz de Andrea, que fuera del aspecto técnico de su registro vocal de mezzosoprano, me cantó al oído, y en la cara a muchos tantos: “Te dije no más y te cagaste de risa”. Se trataba de la canción Bolero Falaz, un ícono de la discografía de la banda y perteneciente a su segundo ábum, El Dorado, que fue lanzado en 1995 y posicionado en el noveno lugar de la lista de los 250 mejores álbumes de rock iberoamericano de la revista Al Borde.
Más allá de la historia que cuenta la canción, sobre un romance roto por la infidelidad, pero con alusiones bastante claras a la realidad política colombiana, marcada por períodos de radicalismo que llevó a grandes conflictos armados y guerras civiles, a veces presentados como necesarios para mejorar la realidad el país (esto lo podemos ver en frases como “engañar tiene su ciencia”), Andrea estaba haciendo uso de un lenguaje usurpado.
Si pensamos que en la década del 90 la música latinoamericana estaba dominada por otro tipo de figuras femeninas, siempre pocas y reducidas al lugar de objeto, y con códigos de conducta bastante delimitados para cada género musical, recuperar un discurso alienado llegaba para chocarnos de frente. ¿Y además utilizando malas palabras? ¡Qué osadía! ¡Cuánta irreverencia!

Es que, ¿cuántas veces escuchamos a una mujer hablar en estos términos y, en particular, en el contexto de una ruptura amorosa? No solo me refiero a la forma sino a la intención por detrás. ¿En cuántas historias de canciones la protagonista reclama su lugar, expresa lo que siente desde otra mirada que no sea la de víctima pasiva?
El lenguaje, en cuanto constructor de realidad, es el vehículo que mejor expresa la desigualdad en la sociedad. Y no solo hablo de género aquí, ya dijimos que las desigualdades no vienen de a una, se trata también de etnia, clase y tantas otras, siempre encadenadas.
¿Y por qué lenguaje usurpado? Es que la primera manera que tenemos de liberarnos es a través de la palabra. Si algo nos molesta, gritamos. El lenguaje es catártico, cuando te sacas eso del pecho, te sientes mejor.
¿No has escuchado eso que dice: “lo que no se nombra no existe realmente”? Esta canción no solo posiciona a la mujer como creadora de historias, sujeto activo y crítico de la realidad, sino que supone, en la historia del rock colombiano, un antes y un después.
Inauguró un camino en el que se abandona la visión hacia afuera para emprender una búsqueda propia, de sonidos autóctonos y originales.
Es así cómo comenzaba la (mi) travesía, junto a Andrea y de la mano del rock, hacia adentro, hacia uno mismo. Buscando descubrir de qué estamos hechos y qué peso tiene nuestra propia historia en lo que somos.
Cosita Seria: de “mamitas ricas” a la construcción de la feminidad
El tercer disco de Aterciopelados, La Pipa de la Paz (1996), siguió marcando el camino hacia el descubrimiento de la esencia, de eso que somos pero que aún no sabemos. ¿Cómo hago para ser yo si todos parecen saber lo que debería ser? ¿Cómo construyo mi voz? Andrea tiene la respuesta: “superando el qué dirán”.
La canción Cosita Seria aborda el tema del acoso callejero y el papel de sujeto de deseo al que históricamente la mujer (y la mujer latina) ha estado sometida.
La música, y en particular, el rock, asiste en este caso a construir una articulación de la problemática de la opresión y sus formas externas, también revisando las formas de opresión y discriminación que las propias mujeres hemos internalizado y normalizado.
“Me empecé a acercar al cuerpo femenino desde otra óptica y por eso desde la primera vez que yo me subí a un escenario tenía claro que la búsqueda era otra. Que no era como una cosa de seducción y de “mamita rica”, sino era una cosa de buscar tu feminidad, la tuya. Tampoco significa no ser atractiva o no ser sexual porque todos lo somos, pero es buscar tu feminidad y comunicar muchas cosas”.
Pues de eso se trata, de construir tu propia voz, tan simple y complicado como eso. Y justamente elegí esta canción porque aquí vemos a Andrea erigirse como una vocera super punk del movimiento neo-feminista y anti-sexista que habló desde un lugar honesto, reivindicador y poderoso, “ sin pelos en la lengua”. Sinceridad invaluable.

Es importante darnos cuenta lo que sucedió en la década del 90 dentro de la historia del rock y en qué estado se encontraba el rol de las mujeres. Mientras que en los 80, figuras de la escena internacional, como Joan Jett y, en el extremo un poco más mainstream, Pat Benatar, se apoderaban del lenguaje masculino.
Lo hacían intentando quebrar las limitaciones de lo femenino, pero emulando la estética, actitud y lenguaje que manejaban los hombres del rock. En los 90, el resurgimiento del punk-rock asiste a la elevación del poder de las mujeres. Cuando hablamos de poder (y de punk), también nos referimos al poder político.
A ese que transforma los roles, ese que nos atraviesa a todos.
Aunque en los 90, Madonna, el pop y las figuras más sexualizadas de la mujer irrumpieron en la escena musical, el punk rock fue, aunque no tan ruidoso, uno de los principales promotores del movimiento feminista dentro de la música.
Fue el vehículo para la creación de un nuevo arquetipo de mujer, que se liberaba a través del lenguaje y de su propia construcción sobre el escenario, y no como opuesto al prototipo masculino. El foco puesto en la individualidad, lo social y lo político.
El Estuche: no te dejes medir, no te dejes confundir
Nos adentramos por caminos y sonidos un tanto más alternativos y serenos, pero para nada pasivos. En 1998, Aterciopelados nos regala Caribe Atómico, un disco que vendió más de 1 millón de copias y posicionó a Andrea como una de las mejores voces de Hispanoamérica.
“El cuerpo es solo un estuche y los ojos la ventana. De nuestra alma (de nuestra alma) aprisionada”
¡Y qué importante es la voz de Andrea en la canción El Estuche! La escogí porque se siente como la próxima parada ideal para nuestro viaje. Se trata de una especie de proclama perfecta de dónde estamos ahora: “No es un mandamiento ser la diva del momento”.
¿Recuerdas? Ya recuperamos nuestro foco, está puesto en nosotras, pero, nunca está demás enfatizar eso de no dejarnos medir ni confundir.
¿Por qué seguir pensándolo solo en términos feministas? Después de entender que es nuestra búsqueda y que quien decide soy yo, ¿por qué no universalizar nuestro discurso? ¿Por qué no decir “somos artistas”, “somos músicos”, ya no mujeres y hombres?
Pues porque las historias (reflejadas en canciones) y los cuerpos de hombres y mujeres nunca fueron presentados desde un mismo nivel. Históricamente, sus construcciones y conciencias son diferentes.
Pensar estas luchas y problemáticas en términos de universalismo no tiene sentido, perjudica, nos detiene, nos oprime.
Además, para las mujeres, esta lucha encadenada con otras, siempre supone un cambio en proceso, una búsqueda, un camino a recorrer, o como veremos al final de este viaje, es “una revolución inacabada”.
Yo también creo que cuando Andrea habla del estuche, de la imagen, de la excesiva atención que le ponemos a la estética y a cómo nos ve el otro, también está hablando de sexo.
La belleza y la sexualidad han sido las dos principales herramientas de la opresión hacia las mujeres.

Se convirtieron para todas en una especie de exigencia mortal y sádica, atravesada por la religión y la raíz patriarcal de nuestras culturas que nos golpea constantemente y de la que nunca nos libramos. ¿Es que esto nunca se acaba? Ya lo dijimos, es un camino, pero en el que nos alivia ser conscientes de que heredamos, aunque también reproducimos constantemente, una existencia alienada y privada de voz.
¿Sabías que a Andrea se la ha tildado de conservadora con respecto a su visión del sexo? En muchas de sus canciones habla de que el sexo “es sagrado” y que debería ser algo enmarcado en el amor, o al menos habla de “tu enamorado”.
¿Pero es realmente conservador pensar al sexo como algo más profundo y que atañe a otros aspectos de la persona?
Andrea es clara al respecto (¿te dije que amo su honestidad?). Ella piensa al sexo como algo que trae consecuencias en nuestras vidas. ¿Acaso tú no?
Así como puede ser una experiencia hermosa y divina, puede ser algo tan terrible que te llene de miedo, que te aliene, que te colonice, sí, que funcione como mecanismo de presión.
En este sentido vender el sexo (entendámoslo aquí como representación de las mujeres-objeto en la música, las historias sexistas de las canciones) como felicidad (si no lo tienes eres un perdedor), naturalidad (todos lo hacen, ¿tú por qué no?) y algo cotidiano, es perjudicial, nos hace daño a todos.
Sin embargo, abordarlo como parte de nosotros y algo potencialmente doloroso, es liberador, porque nos permite adueñarnos de lo que sentimos, de lo que nos pasa.
Ya nos desatamos de eso, deja de ser un deber, ahora es una elección.
Y sí, es mía.
Florence: de la vulnerabilidad al amor silencioso
Nuestra última parada es Florence, aunque de allí partíamos ¿verdad? Es que como cierre de este recorrido necesitamos algo que nos recuerde lo mejor que hemos visto en el camino. Ruiseñora (2012) se llama el tercer álbum solista de Andrea Echeverri y siento que es como un resumen perfecto de todos estos temas que atravesamos juntos.
“Construye un mundo propio de todas tus fuerzas has acopio. Mírate a ti misma a través de un nuevo prisma. Defiende lo tuyo, a cada uno lo suyo.”
Aunque me centraré en esta canción, el disco es todo bellísimo y logra, desde un sonido tan tierno como poderoso, profundizar en todos los asuntos que analizamos, manteniendo una visión honesta y verdadera de esos ideales feministas que fueron mutando, ajustándose, colisionando hasta asentarse en el posicionamiento de las mujeres latinas como creadoras y protagonistas de sus propias historias, aquello que nos planteamos al comenzar ¿recuerdas?
La canción Florence toma su nombre de la psicóloga franco-colombiana Florence Thomas, ensayista y activista feminista, autora del libro Conversaciones con Violeta: Historia de una revolución inacabada en el que a través de relatos y datos históricos pretende reconstruir la historia de las mujeres, sus luchas y logros, para darle contexto al feminismo moderno que habita hoy en el pensamiento de las mujeres colombianas.
Es mi favorita del álbum. Es de esas canciones que escuchas y dices “es perfecta”. Y es que lo tiene todo.
Es la conjunción de entender de qué se trata el lenguaje usurpado, el lugar político de la música, el valor global de las desigualdades, la construcción de una voz propia, el camino que supone forjar TU identidad, los mecanismos para liberarnos de la opresión (o al menos intentar desarticularlos).
Si juntas todo eso y le agregas honestidad, talento y espíritu rock obtienes una canción como Florence.

¿Y sabes qué? Es una canción de amor.Y no por eso deja de tener fuerza, al contrario. El amor siempre fue el concepto que más presión y control ejerció sobre la mujeres. ¿Y ahora? Nos apoderamos de él, lo resignificamos. Sí, es una canción de amor.
Pero de un amor diferente, o al menos al que no estamos tan acostumbrados.
Hay amores silenciosos y que parecería que hoy en día no existen, yo no conozco demasiados. Son de esos que maduran en voz bajita, que manejan los conflictos entendiéndolos como espacios para la construcción (eso de enfrentar tus demonios, ¿sabes?).
Son esos amores que no tienen miedo de cuestionarse constantemente, de desarticular el vínculo y repensarlo. Amores que se nutren del entendimiento de que la incompletud no existe. Podemos ser dos, juntos, pero solos, somos enteros.
Son esos amores que entablamos con nosotros mismos.
Donde existe la soledad como ámbito creativo, donde hay preferencias y no posesiones. Donde debería existir cambios y reformulación, en lugar de agresión o sometimiento.
Y donde el dolor deje de ser paralizante para ser civilizador (así lo dice Florence). Y donde las mujeres tengan un lugar mejor desde el que puedan amar, siendo protagonistas para ya dejar de ser la amada, la musa, la espectadora, la dependiente, la que solo existe si es amada.
¡Cómo nos oprime el amor! ¿Lo has pensado? ¿Has visto cómo parece que solo existimos en tanto amamos o somos amados?
Como algo que debería ser elevado y en especial, liberador, puede someternos al punto de hacernos perder la esencia y sin darnos cuenta, porque ya internalizamos desde pequeños que para existir debemos amar… o mejor dicho, debemos ser amadas.
Y si lo piensas, en este sentido, la música es como el amor y para las mujeres, el amor sigue siendo, a pesar de todo, un lugar de exigencia y no de afirmación. Pero es cierto que estamos comenzando a amar de forma diferente, a re-interpretarnos, a sustituir esa mirada externa que nos define por una interna que nos identifica.
Es un camino que hay que emprender... con el alma. Es una lucha que hay que dar a diario.
Pero… ¿Y si nos reconciliamos con el amor? ¿Si nos planteamos reconquistar este lugar? Cuando lo comparamos con la música parece casi inevitable. ¿Hay algo que nos vuelva así de frágiles como el amor o el efecto de una canción? ¿Algo que nos conmueva tanto que sentimos que estamos donde deberíamos estar?
Ser vulnerables no es ser débiles, es darnos el espacio para construirnos y para emprender.
¿Y si nos enamoramos? De nuestros ideales, de nuestras luchas, y sobre todo de nuestros conflictos, pero siempre desde la honestidad, desde la libertad, desde la música, para ser capaces de crear nuestra propia historia y definir - delinear - construir nuestro rol en el mundo.






