La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses tiene la extraña cualidad de parecer al mismo tiempo sorprendente e inédita, pero también lógica y esperable.
Donald Trump ganó las elecciones y dio el discurso más moderado y sensato de su campaña

Parece inesperada probablemente porque no muchos se terminaban por convencer del todo que casi 60 millones de personas iban a apoyar a un candidato con esas características, una figura que lejos está de representar toda la respetabilidad y capacidad que debe ostentar el presidente de una de las naciones más poderosas del planeta, un hombre resistido por casi la totalidad de las figuras del arte y la cultura y los medios de comunicación.
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Pero desde hace mucho tiempo se habló sobre las posibilidades ciertas de que ganara, aunque tal vez no muchos quisieron escuchar. Se habló de la mayoría silenciosa, de los trabajadores defraudados por la política tradicional, del atractivo anti-establishment de Trump, de la poca simpatía que despertaba Hillary Clinton —representante cabal de esa vieja política que tanto ha defraudado o dañado a ciudadanos de Estados Unidos y del resto del mundo—, de los precedentes que marcaron el Brexit y hasta el plebiscito en Colombia.
Michael Moore lo predijo casi exactamente.
Y ahora que ganó, las repercusiones entre los más notorios representantes del desagrado por Donald Trump varían en diferentes grados de perspectivas apocalípticas.
The New Yorker tituló en su portada “Una tragedia estadounidense” y una columna de opinión a cargo de David Remnick comienza así:
“La elección de Donald Trump como presidente no es otra cosa que una tragedia para la república, una tragedia para la constitución y un triunfo de las fuerzas, nacionales y extranjeras, del autoritarismo, la misoginia y el racismo”
Sin embargo, en su primer discurso como presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump sí que sorprendió, esta vez realmente, cambiando por completo el tono y el mensaje, para hablar de manera inusualmente calma y conciliadora.
Es cierto que ya no necesita de su retórica incendiaria y polémica para ganar adeptos, que la batalla electoral ha concluido, y con el mejor resultado posible para él, pero es de todas maneras un cambio de carácter radical en su figura.
En su discurso, Trump elogió a Clinton:
“Acabo de recibir la llamada de la Secretaria Clinton. Nos felicitó a todos por nuestra victoria, y yo la felicité a ella y a su familia por una campaña electoral muy dura, en la que realmente luchó con firmeza. Hillary ha trabajado duro y por mucho tiempo, y le debemos una enorme gratitud por su servicio a nuestro país. Lo digo muy sinceramente”
Luego habló sobre superar las divisiones y unirse:
“Ahora es tiempo de que Estados Unidos deje atrás las heridas que ha dejado la división y todos unamos nuestras fuerzas. Republicanos, demócratas e independientes en toda la nación, les digo, es hora de unirnos como un solo pueblo. Me comprometo ante cada ciudadano de nuestro país, a ser el presidente para todos los estadounidenses, eso es lo más importante para mí”
Y hasta habló con humor a sus opositores:
“A todos aquellos que decidieron no apoyarme antes —me enteré que hay algunos— les digo: voy a necesitar su ayuda para trabajar juntos y unificar nuestro gran país”
El discurso se extendió por unos cuantos minutos, abordando ya otros tópicos habituales de construcción, democracia y república en un discurso de triunfo electoral, aburriendo a su hijo Barron:
We are all Barron Trump. #wtf pic.twitter.com/ufHgAyyCZP
— TRANSVIOLET (@TRANSVIOLETBAND) November 9, 2016
Donald Trump sigue siendo el hombre que atravesó su campaña electoral vociferando aterradoras ideas, discriminando, insultando a comunidades y colectividades enteras, cuestionando el cambio climático, dejando entrever un espíritu mezquino y despreciable y una personalidad desagradable y abusiva; sigue siendo el candidato apoyado por los grupos más racistas, homofóbicos, misóginos y conservadores de la sociedad estadounidense.
Los peligros y amenazas que representa para gran parte de la población estadounidense o para los intereses del resto del mundo siguen latentes, pero con este discurso, y sabiendo que hay dinámicas institucionales —económicas, políticas, militares— que no van a cambiar con un nuevo nombre en la Casa Blanca, podemos permitirnos pensar que no todo será tan apocalíptico.
El genial Stephen Colbert, en uno de los más brillantes segmentos de la cobertura de la elección, analizó ayer el proceso electoral y la división en la sociedad estadounidense, hablando curiosamente en el mismo espíritu que el discurso de Trump.
¿Por qué muchos piensan que la victoria de Trump es aterradora y apocalítpica? ¿Por qué los partidarios de Trump piensan exactamente lo mismo de una victoria de Clinton?
“Ambos lados tienen terror del otro lado. ¿Cómo se volvió tan venenosa nuestra política? Creo que es porque nos dimos una sobredosis, especialmente este año. Tomamos demasiado veneno. Comienzas bebiendo apenas un poco, así puedes odiar a los que están del otro lado. Y sabe bien. Y te gusta como se siente. Y sabes que tienes razón, ¿o no? ¡Sabes que tienes razón! Cuando yo era un niño no pensábamos tanto en política como ahora. Lo hacíamos bastante, pero no tanto. Y yo crecí durante Watergate, el primer presidente que conocí fue Nixon. Ese fue uno de los momentos más divisivos de la política estadounidense. Fue el momento en que todos dejamos de confiar en el otro. Vietnam estaba en el medio, la gente estaba muriendo. Pero aún con todo eso no pensábamos tanto en política. Era algo que hacías cada 4 años, a lo sumo cada 2. Y era bueno que no pensáramos tanto porque dejaba espacio en nuestras vidas para otras cosas, otras personas. La carrera electoral es como apostar, y está mal, porque apostar es sobre ganar. Ganar sin pensar en las consecuencias de ganar. Ahora la política está en todos lados, y nos deja sin tiempo para pensar en las cosas que tenemos en común”






