Dejar su hogar y luchar por vivir: lo que Irene Rabinow y millones de judíos padecieron en el Holocausto

“Teníamos la voluntad de ir a cualquier lugar donde no hubiera nazis”: ese fue el objetivo que Irene Rabinow y su familia tuvieron a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Un día tuvieron que cerrar la puerta de su hogar e irse, “la vida valía más que todo lo que había dentro”, cuenta Irene, en su casa de Montevideo, Uruguay, rodeada de cariño junto a su hija, una mujer que nació en pleno Holocausto.

PUBLICIDAD

Ser refugiado en un mundo en guerra fue -y es- sumamente difícil. Dejarlo todo para poder sobrevivir e incluso así no estar convencido de que su vida está segura es una mochila que pesa y mucho. Pero, sobre todo, si en tu vientre llevas a un hijo, a tu primer hijo. ¿Cómo es estar embarazada rodeada de bombas? ¿Cómo es dar a luz y no disfrutar por el miedo a que se lleven a tu bebé? “Ese momento, que es un momento muy alegre para la mujer, yo no lo pude vivir así, porque mi miedo era ver aparecer un nazi en cualquier momento”, explica Rabinow y esboza una sonrisa mientras mira a su hija que ya es adulta, tiene hijos y nietos.

Irene Rabinow junto a su esposo, sus suegros, su bebé recién nacida y su perro -que los acompañó durante todo el camino sin destino final- lograron, luego de dos años, encontrar un lugar donde su vida no corriera peligro. Uruguay fue el país que les trajo paz -además de brindarle su primera ciudadanía-. Pero para quitarse esa pesada mochila tuvieron que pasar por muchísimas situaciones de extremo peligro.

Irene decidió contar su historia, antes que nada por el “brote de antisemitismo”, y también porque cree que cualquier pueblo culto puede “llegar a un nivel subhumano. Solo basta que tenga una persona que lo guíe”. Citando a Primo Levi, Rabinow se plantea una misión: contar para no olvidar. “Si no lo cuento yo, ¿quién lo va a contar?”, se preguntó Levi y ella también.

Emprender un camino sin vuelta

Imagen Vix

Cuando tenía 18 años, los alemanes invadieron Bélgica, el país donde vivía con su familia. Tenían que escapar, pero ninguno de los países vecinos eran seguros. Así fue que decidieron ir a Francia. “Todos estaban en las rutas. Tardamos días en llegar a la frontera porque los coches iban a 2 ó 3 km por hora, empujándolos porque no había nafta”, explica Irene. Y ese fue el comienzo su viaje: un viaje que no tuvo retorno, no al menos a su hogar.

PUBLICIDAD

En París decidieron hospedarse en un hotel muy pequeño, en un lugar donde pasaba completamente desapercibido. Pero una noche llegó la policía francesa y allanó su habitación. Allí encontraron libros de rezo en hebreo, por los estudios de su esposo. Por eso lo llevaron detenido y lo trasladaron a un campo: “Después supe que no eran tan estúpidos. No pensaban que era un espía, simplemente tenían la orden de arrestar a los extranjeros”.

Allí quedó con la familia de su esposo sin saber qué hacer. Durante varios días la policía amenazaba con que desalojarían el hotel. Hasta que un día esa amenaza se convirtió en una obligación: tenían que abandonar inmediatamente el hotel. Pero, Irene no tenía ni las llaves del auto, ni dinero -todo lo tenía su esposo-, además temía que si se iba nunca más iba a poder reencontrarse con él. “Por obra de Dios, un milagro sucedió. Cuando estábamos por irnos llegó el cartero con varias cartas de mi esposo. Allí estaban las llaves, la plata y el lugar donde estaba él”.

Allí empezó un nuevo viaje, el de recuperar a su esposo y huir de Francia. Ese país estaba dividido en dos: la Francia libre y la Francia ocupada. Sin embargo, el sector libre no era seguro, a pesar de denominarse así, también estaba en manos de los alemanes.

La vida y la muerte

La salida de París fue realmente agotadora: 5 millones de personas estaban en las rutas huyendo. Fue en esa peregrinación cuando los alemanes comenzar a bombardear el camino. Todas las personas se tiraban en las cunetas para sobrevivir. Pero Irene, embarazada, ya no podía vivir así. Así fue que decidió sentarse en una piedra: “Pensé, 'se terminó, que sea lo que Dios quiera. Lo que tenga que ser, será'”. Allí descubrió que esa no era su hora: un caballo cayó muerto a su lado, una metralleta le había disparado.

PUBLICIDAD

Fue en ese entonces cuando descubrió que no podía morir, que había algo que le indicaba que tenía que seguir luchando. Incluso hoy, a sus 95 años, siente que esa fuerza que le impide tropezar, o al menos que la inspira a levantarse luego de caer sigue vigente: “De estas cosas hay miles, tú dices una casualidad, dos casualidades, tres casualidades, pueden pasar, pero más no, más tiene que ser ya algo mucho más grande que te protege. En cada momento de mi vida en esa época, y todavía ahora, cuando estaba en peligro de muerte, en el último momento me llegó la salvación. Por algo es. Esa es mi misión: contarlo”.

A pesar de tal descubrimiento, muchas veces su ganas de vivir se vieron debilitadas: "Muerta estoy más tranquila, ¿para qué voy a seguir esto?, igual va a terminar conmigo. Entonces sí, piensas que la muerte es más dulce que la vida que llevas”.  

El reencuentro

Imagen Vix

Tras un largo camino, llegaron a donde estaba su esposo y lo lograron liberar. Decidieron volver a Bruselas. Cuando llegaron a su hogar, Irene suspiró y dijo “home, sweet home”, pero no sabía que ese no era el final de su camino, era tan solo el comienzo de un viaje muchísimo más largo. Fue en una noche de toque de queda cuando sintió fuertes contracciones. Llegó el momento de dar a luz, sin su esposo porque estaba escondido. Él decidió irse de allí porque su cuñado fue llamado la Gestapo y nunca más volvió.

La muerte del cuñado fue una campana para toda la familia. Se tenían que esconder y en cuanto pudieran huir de allí. Cuando volvió a hablar con su esposo, le contó que había dado a luz y decidieron dejar el hogar y escaparse, nuevamente. Así fue que sus suegros, ella, su esposo, su bebé y el perro volvieron a emprender camino. ¿A dónde? No lo sabían: “En ese momento teníamos la voluntad de ir a cualquier lugar donde no hubiera nazis. Porque con los nazis estábamos en peligro en cada momento de la vida. Tú te acostabas de noche con una carga de ansiedad, de miedo y más yo que estaba primero embarazada y después con mi niña. Te despertabas y lo mismo".

PUBLICIDAD

El periplo por llegar a Uruguay

La visa para vivir en Uruguay llegó para todos. También la visa para entrar a España… pero a ella y a su cuñada no les llegó la visa para dejar Francia. Y eso significó una nueva travesía. Un camino mucho más peligroso pero que era necesario realizar. Solo así podrían disfrutar de la libertad.

Tras largos desvíos en tren, llegaron a los Pirineos. Ese era el lugar donde podían cruzar la frontera sin ser detenidos. Sin embargo… las cosas no eran tan fáciles. Cuánto más se acercaban a la frontera, más presencia policial había. En el primer puesto de policías, su cuñado logró distraerlos y ellas pasaron. Pero en el segundo, todo pareció arruinarse. Cuando pasaban corriendo un policía les gritó “Ch, ch, vengan acá”. Pensaron que era el fin, pero…

“Éramos jóvenes, teníamos nuestro encanto, entonces hicimos un poco de pamento”, cuenta entre risas Irene. “Terminaron invitándonos al baile de la noche, además de darnos agua y chocolates”, agrega. Así que las dejaron pasar. Su cuñado, que miraba todo desde atrás de un árbol, no sabía si reír o llorar. Pensó que ese era el fin de toda su peripecia, pero no. Todo comenzó a aclararse esa noche. “Nos dijo que éramos unas inconscientes, pero esa inconsciencia nos salvó”.

“Llegamos a un océano verde, era impresionante”. Los Pirineos estaban frente a ellos y no tenían ni la menor idea cómo iban a cruzarlos. Finalmente un contrabandista les indicó el camino. Después de caminar cinco horas vieron a un soldado típicamente español y se pusieron a bailar: ya no estaban en Francia. Se habían salvado. Sin embargo, fueron detenidos. Sus rasguños, sus pies descalzos y la hora en la que habían aparecido -4 de la mañana- no daba ningún indicio de que habían cruzado legalmente, a pesar de tener la visa.

PUBLICIDAD

Sin duda esa noche quedó guardada para siempre en su mente. La luna llena, el impresionante verde de los Pirineos, todo está fijo en su memoria. Ese fue el día que se salvó. Ella y toda su familia. El comisario les selló su pasaporte y llamó a su esposo para avisarles que estaban a salvo. A las horas, su perro apareció por la ventana saltando y arrasando todo. Solo quería ver a su dueña.

Luego de tomar el tren y llegar a Barcelona para emprender su viaje a Uruguay sintió como si la mochila comenzaba a desprenderse. “Los diplomáticos del barco lloraban porque dejaban Europa. Nosotros dábamos gracias a Dios. Al fin”, expresa entre risas. “ ¿Te puedes imaginar si llevas una mochila que pesa 100 kilos? Llegas a un lugar y te la sacas, ¿cómo te sientes? -suspira- Eso sentí yo”.

La nueva vida, los viejos traumas

“Llevas muchas ansiedades, muchos traumas. Tarde o temprano tienen que aparecer. Tuve depresión, ataques de pánico. Pero lo superé todo y formé una linda familia. Es maravilloso lo que Dios me regaló”, cuenta Irene llena de orgullo.

Sin embargo, una pregunta la hace desplomarse sobre el sillón. “¿Ha perdonado a los nazis?”. Y no solo es una pregunta que le suelen hacer, es una pregunta que ella se hace constantemente. “ Dicen que hay que perdonar. Pero… es muy difícil. Trato, pero no puedo. No busco venganza, pero intento que nunca más se produzca”.

¡Te interesará!:  El terror contado en primera persona: ¿cómo es sobrevivir al Holocausto y volver a nacer?