España es la tierra de las tapas y los pinchos, de la sangría, del flamenco y también de las corridas de toros. Si bien cada una de sus costumbres hacen a sus habitantes muy orgullosos de su patria, lo cierto es que esta última tradición ha abierto más de una polémica...
Corridas de toros: ¿de verdad es necesario matar para divertirnos?

¿Símbolo cultural o acto sanguinario?

Hace más de 1000 años que surgieron las corridas de toros en España y muchos las consideran como parte de su identidad, mientras que otros no admiten que esto continúe practicándose en su país en pleno siglo XXI.
Se presenta como una lucha aparentemente «justa» entre el glorificado matador y el toro, en la que el público festeja y aplaude cada movimiento a favor del matador como señal de que se acerca el fin del pobre animal.
Quienes la defienden

El argumento principal de quienes apoyan las corridas de toros es que esta actividad constituye una parte esencial de la huella identitaria española. Consideran que es una forma de entretenimiento, un ritual noble de hace muchos años y que la matanza no es en vano, ya que a fin de cuentas la carne del toro luego se consume.
Aquellos en contra

Por su parte, los españoles que trabajan en pos de la eliminación de esta práctica afirman que la tradición y el reconocimiento a nivel mundial no convierten a esto en un arte noble ni aceptable y que no es más que un acto inadmisible, cruel e incompatible con la época en la que vivimos.
Todo menos justa

El «espectáculo» busca dar una imagen agresiva y salvaje del toro, pero la verdadera razón por la que el animal se comporta así es por el proceso de tortura al que es sometido horas antes de salir al enfrentamiento con su propia muerte. El animal no está en condiciones saludables, sino que se le realizan una serie de procesos para enfurecerlo y debilitarlo al máximo. Para empeorar su escucha se le colocan diarios húmedos en sus orejas, frotan vaselina por sus ojos para deteriorar su visión, se rellenan sus narinas con algodón para impedir que respire adecuadamente y se clavan agujas en sus genitales.
Por si fuera poco, una soda cáustica se coloca en sus piernas para que pierda el equilibrio y le impida acostarse en el piso. También se le dan drogas para que pierda la conciencia y se incluyen laxantes en su comida para que sufra malestares.
Esto no termina aquí: se mantiene al toro en una caja oscura durante al menos 2 días antes de que salga al ring con el objetivo de desorientarlo y desgastarlo mentalmente.
La «función»

La riña dura unos 20 minutos aproximadamente y comienza cuando el toro se enfrenta con los picadores que son hombres a caballo cuya función es cansar al toro. Cortan los músculos de su cuello con una pica, y el toro no solo pierde fuerzas sino que comienza a padecer la sensación de una tortuosa y lenta agonía.
¿Lucha igualitaria?

A pesar de que el público endiose y admire al matador, este escenario representa todo menos una lucha de fuerzas en iguales condiciones. El toro que se presenta allí ya no es un toro por definición, es una pobre criatura que ha sufrido y que ya no tiene ni fuerzas ni ganas de seguir viviendo. Es un animal que se entrega por completo a lo que sea que quieran hacerle, ¿es acaso eso una lucha justa?
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Todo menos un show divertido

Para comprender cuán grave es todo esto, no hace falta más que ponerse un segundo en el lugar de este pobre animal: ¿cómo te sentirías si fueras humillado y maltratado frente a miles de personas que festejan cada vez que tu cuerpo sin fuerzas cae al suelo hasta tu propia muerte?
Esto también implica un peligro para los toreros, quienes en varias ocasiones salen heridos, otro argumento tan válido como todos los demás para detener de una vez por todas esta terrible práctica. No podemos divertirnos con la tortura. Hay tantas otras formas de pasar un buen momento: ¿por qué hacerlo matando de una manera tan despiadada?







