Además de ser grandes científicos, Galileo, Newton, Darwin, Einstein, Fleming, Pasteur, Marie Curie o Ramón y Cajal, entre otros muchos, tienen en común haber revolucionado con sus descubrimientos y teorías la comprensión del mundo que nos rodea. Sin ellos, nuestra forma de vida actual no sería igual.
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La gravedad, la evolución por selección natural, la relatividad, la radioactividad, el código genético, el Big Bang, los motores eléctricos, la energía nuclear, los fármacos sintéticos, el escaneo del cerebro, los ordenadores e internet son sólo unos pocos ejemplos de la larga lista de experimentos y descubrimientos de grandes científicos que han cambiado el mundo y la vida cotidiana.
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Tras esos logros hay historias de personas fuera de lo común, con una gran visión científica. Seres excepcionales que, en ocasiones, tuvieron que enfrentarse a la incomprensión de sus contemporáneos. De acuerdo con la agencia de noticias EFE, las peripecias de 43 de ellos han sido compiladas en el libro "Los grandes científicos. Una epopeya del conocimiento", coordinado por el británico Andrew Robinson, autor de numerosas obras de ciencia, historia de la ciencia y de las artes.
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La obra ha sido escrita por un equipo internacional de científicos e historiadores de la ciencia. Para tener una visión más cercana de los 43 cerebros consignados se reproducen muchas de sus notas, diagramas, dibujos y cartas, así como fotografías, grabados e, incluso, esculturas.
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El volumen cubre las principales disciplinas científicas, desde la astronomía hasta la psicología. Va organizado por temáticas y arranca desde la escala más grande, el universo, hasta la más pequeña, el interior del átomo. Las dos últimas secciones se centran en la vida, así como en el cuerpo y la mente.
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Inaugura sus páginas Nicolás Copérnico (1473-1543) el astrónomo y erudito del siglo XVI que tuvo la "osadía" de desafiar la cosmología de Aristóteles y Tolomeo, inamovible desde la Edad Media, de que era la Tierra la que daba vueltas alrededor del Sol, y no al contrario.
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Con ese cambio de perspectiva inició una revolución que transformaría para siempre la ciencia. Se necesitaron diez meses para imprimir el voluminoso "De revolutionibus". Copérnico murió el mismo día en que le enseñaron el primer ejemplar impreso de su magna obra, el 24 de mayo de 1543.
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Fundamental fue también la aportación del analista del movimiento planetario, Johannes Kepler (1571-1630), cuyos descubrimientos proporcionaron una base para la ley universal de la gravedad, de Isaac Newton, así como de la óptica moderna. Una obra de juventud, publicada postumamente con el título de "El Sueño de Kepler", es considerada pionera en la literatura de ciencia ficción.
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Pero fue Galileo Galilei (1564-1642) quien sentó los cimientos de la ciencia moderna al ser el precursor del estudio de la naturaleza mediante la experimentación, la medición y el cálculo matemático. En 1989, la NASA lo honró bautizando "Galileo" a una de sus naves espaciales, precisamente a la que envió a estudiar Júpiter y sus lunas, descubiertas por el investigador cuatro siglos antes.
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El deslumbrante talento de Isaac Newton (1642-1727), quien huérfano de padre, sufrió una infancia difícil y solitaria, salvó de una vida gris a quien ha pasado a la historia por acuñar las leyes del movimiento y de la gravedad, convertido en una leyenda científica, nunca empañada pese a que su conducta, muchas veces tiránica, fue condenable.
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Pero el mayor cambio en nuestra comprensión del espacio y del tiempo desde Newton se debió a Albert Einstein (1879-1955) y sus teorías sobre el espacio, el tiempo y la relatividad.
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Nada en su niñez (la criada de su familia lo tildaba de "estúpido") hacia presagiar su brillante futuro: académicamente fue bueno, pero en absoluto un prodigio.
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Uno de los mayores astrónomos de los tiempos modernos fue el estadounidense Edwin Hubble (1889-1953), quien demostró que la Vía Láctea, a la que pertenece el Sol, no es más que una galaxia ordinaria, lo que revolucionó nuestra comprensión de la naturaleza y la escala del universo en expansión.
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No se expande, pero sí que está viva y es un superorganismo del que la Humanidad es solo una parte: la más importante, pero no la que manda. Es la idea sobre la Tierra apuntada por James Lovelock que compartieron los geólogos James Hutton (1726-1797) y Charles Lyell (1797-1875), así como el polifacético Alexander von Humboldt (en la imagen 1769-1859) y el meteorólogo Alfred Wegener (1880-1930), defensor de la deriva continental.
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Fundamental fue la aportación de Antoine-Laurent de Lavoisier (1743-1794), fundador de la química moderna, en la comprensión de las moléculas y la materia. Fue guillotinado durante la Revolución Francesa. "Solo se necesitó un momento para cortar aquella cabeza -dijo el gran matemático Joseph Lagrange-, y quizá no baste un siglo para producir otra igual".
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Inversa fue la peripecia vital de Dmitri Mendeléiev (1834-1870), a quien todos los estudiantes de ciencias conocen por su Tabla Periódica de elementos químicos. Tuvo unos primeros años difíciles, pero terminó sus días como símbolo de la ciencia de su país y fue ensalzado por el entonces imperio ruso.
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Dos veces distinguida con el Nobel, Marie Curie (1867-1934), que junto a su marido Pierre Curie (1859-1906) fueron precursores en el estudio de la radioactividad, a menudo llevaba tubos de ensayo con elementos radioactivos en sus bolsillos, una exposición que le provocó una leucemia que acabaría con su vida. Algunos de sus cuadernos de notas siguen siendo tan radioactivos que no pueden manejarse todavía.
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También hizo tándem con su marido la arqueóloga más famosa del mundo Mary Leakey (1913-1996), quien con Louis Leakey (1903-1972) fue precursora del estudio de los orígenes humanos en África oriental. Sobrevivió 22 años a su esposo y fue ella quien encontró la primera prueba (unos rastros de huellas fósiles) de que nuestros antepasados caminaban erectos hace tres millones de años.
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Destacó por sus descubrimientos de la arquitectura celular del sistema nervioso, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), fundador de la neurociencia moderna, es el único científico hispano reseñado en la obra coordinada por Robinson. Sus teorías sobre las neuronas quedaron corroboradas en la década de 1950, muchos años después de su muerte.
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No fue el caso de Enrico Fermi (1901-1954), el creador de la bomba atómica, que pudo comprobar en vida la eficacia de su descubrimiento. Encabezó la construcción del primer reactor nuclear, en la Universidad de Chicago en 1942, y murió de un cáncer de estomago, a los 53 años, cuando estaba en la cúspide de su influencia.
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Ninguna lista de científicos famosos estaría completa sin Charles Darwin (en la imagen 1809-1882), el hombre que propuso la teoría de la evolución por selección natural; ni sin Francis Crick (1916-2004) y James Watson (1928), artífices de la decodificación de la estructura del ADN y se secreto de la vida.
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Como tampoco podría faltar Louis Pasteur (1822-1895), que revolucionó el tratamiento de las enfermedades; Sigmund Freud (1856-1939), teórico del inconsciente y fundador del psicoanálisis; y Alan Turing (1912-1954), padre de la informática moderna, quien murió al comer una manzana envenenada con cianuro.