Santo Tomás fue uno de los 12 apóstoles de Jesucristo, también llamado en las Sagradas Escrituras como Dídimo o Judas Tomás. Lo celebramos en el santoral cada 3 de julio.
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Se le menciona en varios pasajes del Evangelio de San Juan, como Tomás, "llamado el Dídimo", la cual significa gemelo o mellizo, aunque en realidad jamás se menciona si lo era o la identidad de su familia, tan sólo que se dedicaba a ser pescador.
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Aunque Tomás aparece en la lista de los apóstoles en las Evangelios de Lucas, Mateo y Marcos, es en el de Juan donde aparece en tres pasajes importantes en la vida de Jesucristo.
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Jesús se dirige por última vez a Jerusalén, donde había sido anunciado que sería atormentado y asesinado. En ese momento los discípulos, por supuesto, temen estos eventos y le dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?".
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Es entonces cuando Tomás, llamado Dídimo, le dice a los demás:
"Entonces vayamos también nosotros y muramos con Él". Con esto no solo demuestra un gran valor y lealtad, sino también Fe y esperanza en Jesucristo.
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Tomás estaba seguro de una cosa, pasara lo que pasara, por más grave y terrible que fuera la situación o camino por emprender, él jamás iba a abandonar a Jesús, al grado de estar dispuesto a sacrificar su vida a su lado.
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La segunda historia importante de Tomás el apóstol viene durante la Última Cena, cuando Jesús le asegura a sus discípulos que ya conocen el camino al lugar a donde Él va a ir. Tomás, no obstante, pregunta: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?".
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Jesús les responde que Él es el camino, la verdad y la vida, y que sólo a través de Él pueden conocer a Su Padre. No lograban entender de qué camino hablaba, porque en realidad era el camino de la cruz.
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La última historia, y la más conocida y relacionada con el apóstol Tomás, tiene que ver después de la resurrección de Cristo. Tras la muerte de Jesús, Tomás se alejó de los demás apóstoles, para vivir su duelo y lamentar lo ocurrido.
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Por eso, Tomás no estaba con los otros apóstoles en el cenáculo la noche de la Resurrección, cuando Jesucristo se apareció y les mostró a sus discípulos las heridas en las manos y el costado.
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Después fueron a contarle lo que pasó a Tomás y él, sin creerles, respondió: "Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré". (Juan 20, 25).
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Ocho días pasaron para que los díscipulos se reunieran y ahí se presentó Jesús y le dijo a Tomás: "Acerca tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado. No seas incrédulo, sino creyente".
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Tomás lo hizo y así comprobó la verdad, diciendo entonces una de las citas más importantes en nuestras misas, "Señor mío y Dios mío".
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Aunque Jesús le reprochó que no creyó hasta que lo vio en persona, también dijo. "Felices son los que no han visto, pero creen" (Juan 20, 29). Es por eso que a Tomás apóstol también se le conoce como el "incrédulo".
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Resulta extraño imaginar que una de las personas más allegadas a Jesucristo no creyera al principio en la Resurrección, y sin embargo, fue Tomás el apóstol que lo dudó. Pero es esa incredulidad la que revela cuán importante es tener el don de la Fe.
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A partir de entonces, Tomás creyó fervientemente, y dedicó su vida a fomentar la fe en aquéllos que ni siquiera habían visto a Cristo. Cuenta la tradición que Tomás fue a la India a propagar la palabra de Dios y, aún en la actualidad, los católicos que viven en la Costa de Malabar, ubicada en la región sureste de India, se autodenominan, "Los cristianos de Santo Tomás" porque él fundó su comunidad y les ayudó a crecer en su fe.
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Tomás evangelizó el sur de la India, donde se le considera el fundador de la Iglesia india. Su tumba se encuentra en ese país, en la basílica de Santo Tomás, en Chennai, tras ser martirizado el 3 de julio del año 72.
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Se le atribuye un evangelio apócrifo: el evangelio de Tomás, encontrado en 1945 en Egipto, con varios dichos atribuidos a Jesús, más allá de contar Su vida e historia.