Verdades incómodas, ¿ilusiones reconfortantes?
Trabajo infantil: una realidad que está más cerca de lo que nos imaginamos

Anano tiene 6 años y está parada en la acera. Parece perdida. Parece sola y eso preocupa a los transeúntes que no dudan ni un segundo y se detienen. Alertas de que a la niña no le pase nada.
De nuevo, Anano sigue teniendo 6 años y sigue parada en la acera, en la misma posición que antes, pero ahora parece invisible... ¿Cuál es la diferencia? No es ni la capa invisible ni la escena próxima que un director de cine dictó a los transeúntes que en realidad son actores. Sí, son dos escenas distintas, pero no del cine, de la realidad.
Parece que Anano ha vuelto, pero esta vez está en un centro comercial. De nuevo sola, la niña camina por la plaza de comidas y también parece perdida. Anano recibe cariño, atención y contención. Porque está sola, está perdida. Llega la segunda escena y Anano ya no es la misma, pero esta vez no es invisible. Por esta vez se ha convertido en un monstruo.
Llega, se viraliza y así como brilla, desaparece
Sí. Estoy hablando del mismo vídeo que todos vimos y que a todos nos conmovió. Nos partió al medio y (¿por qué no?) nos sacó lágrimas. Pero seguramente pasaron unas semanas y la bronca y las ganas de salir al mundo a luchar pasaron, porque como todo lo que brilla en internet, enseguida desaparece.
Anano brilló por unos días. Mientras la reproducción del vídeo alcanzaba millones y millones la niña no fue invisible. ¿Pero qué pasa por fuera del vídeo? Porque Anano estaba actuando. ¿Pero por cuántas Ananos pasamos día a día y nos comportamos como los transeúntes del vídeo? ¿Qué tan lejos estamos de esa realidad que nos horrorizó?
¿Qué tiene que ver esto con el trabajo infantil?
Reflexionemos juntos

Claro está por el título, los invité a un texto donde reflexionaríamos sobre el trabajo infantil, pero comenzaron a leer y se encontraron con un artículo más sobre el vídeo de Unicef para la campaña #fightUnfair ( #ParaTodoslosNiños, en español).
Y es que Anano representa a los niños que ven completamente vulnerados sus derechos, que por el entorno en el que están pasan a ser completamente invisibles y marginados.
Y no solo eso, el vídeo representa todo eso que no debería ser, pero que no notamos o nos acostumbramos. Ejemplo perfecto: el trabajo infantil.
El 12 de junio de cada año se celebra alrededor del mundo el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil y cada vez que llega o se aproxima la fecha proliferan en internet mensajes y campañas que nos invitan a reflexionar sobre el tema. ¿Pero después?
Niños que no pueden ser niños

¿Cuándo hablamos de trabajo infantil? Hay muchas definiciones que buscan describir y delimitar esta situación. Un ejemplo es la de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que diferencia lo que son las tareas realizadas por los niños que resultan provechosas y necesarias para su desarrollo y bienestar (como la ayuda en tareas del hogar, la colaboración en un negocio familiar u otra tareas fuera del horario escolar), y aquellos trabajos que privan “a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico”.
Es clara la diferencia que se establece entre los dos tipos de actividades, porque mientras el primero es una forma más de formación ciudadana de los niños, el segundo es un atentado contra todos sus derechos. Son trabajos por los que los niños dejan de asistir a clases y terminan abandonando la escuela antes de lo previsto; y por los que ven amenazadas su salud física y psicológica: su completa seguridad como infantes.
Unicef también es parte de la iniciativa para erradicar el trabajo infantil. En el artículo 32 de la Convención sobre los Derechos del Niño habla sobre proteger a los chicos de la realizar trabajos que no los permitan ser plenamente niños y que atenten contra su salud y educación. Es en ese artículo que orienta a los países parte a comprometerse con la causa, estipular una edad mínima y toda la normativa necesaria para controlar la situación y proteger a los niños.
Cuando trabajar se vuelve peligroso

Si bien existen muchas formas de trabajo infantil, la OIT apunta a que la necesidad principal es la abolición de las que se consideran las formas de trabajo peligroso, tales como “la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud (…), el trabajo forzoso u obligatorio (…)”, así como también todo lo que pueda vincularse con el abuso sexual de los niños (la prostitución, la producción pornográfica), el reclutamiento de niños para actividades como las de tráfico de estupefacientes.
“El trabajo que, por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo, es probable que dañe la salud, la seguridad o la moralidad de los niños”.
No es necesario indagar demasiado para saber a qué se refiere la OIT con las denominadas peores formas de trabajo infantil. Toda labor que exponga al niño (y adolescente) a peligros como la muerte, lesiones y enfermedades (pensemos en el daño psicológico también), considerando además que muchas lesiones solo se manifiestan una vez que ese niño crece y se convierte en adulto.
¿Cuántos niños viven hoy el riesgo sin que nos enteremos? 115 millones alrededor del mundo. Recordemos también que no solo la construcción, la minería o el trabajo agrícola se presentan como peligrosos, porque campos como el de la hotelería, los bares y el servicio doméstico son también un peligro inminente para los chicos.
Solo para tener en cuenta, para la OIT mueren unos 22 mil niños año a año por ser vulnerables al trabajo infantil. ¿Los números para lesionados? No existen datos oficiales.
Normativa VS. Realidad

¿Qué se puede hacer? Para que los niños puedan vivir plenamente su infancia, esa “época en la que los niños y niñas tienen que estar en la escuela y en los lugares de recreo, crecer fuertes y seguros de sí mismos y recibir el amor y el estímulo de sus familias y de una comunidad amplia de adultos”, como lo establece Unicef, los diferentes organismos internacionales, apoyados por los gobiernos nacionales, han desarrollado medidas que buscan de alguna manera controlar la situación.
Uno de los pasos clave comenzó con la estabilización de una edad mínima para poder trabajar. En Uruguay, por ejemplo, son los 15 años los necesarios para trabajar, según el Código de la Niñez y la Adolescencia, salvando los trabajos que no les permitan a los chicos disfrutar de todos sus derechos junto a su familia y en la educación, y claro, cualquiera sea el trabajo no debería exceder las 30 horas semanales.
“Mal necesario”

El caso de Bolivia es el más cuestionado del territorio latinoamericano, ya que desde 2014 rige un nuevo código que permite el trabajo infantil a partir de los 10 años. Según Humanium, una organización internacional que busca proteger los derechos del niño, en el país andino trabajan alrededor de 850 mil niños, y al estar la mitad de estos en las peores condiciones, el gobierno decidió adoptar un marco legal que controle permitiendo excepciones de que los niños trabajen desde los 10 (la edad límite oficial es a los 14 años). Para el gobierno el trabajo infantil es un “mal necesario” que ayuda a superar la pobreza extrema del país y lo que se pretende es que los niños puedan satisfacer sus necesidades y, como dicen en Humanium, “incluso ayudar a comprar sus útiles escolares”.
Los pequeños de 10 años, según la normativa boliviana, podrán acceder a empleos que, como dicen los convenios internacionales, no perjudiquen su salud física ni psicológica. Pero lo que no respeta el país es que para los organismos internacionales las actividades peligrosas como “la pesca en ríos, la agricultura y la construcción” no son permitidas ni fuera ni dentro del entorno familiar, mientras que en Bolivia sí se permite en el segundo caso.
Para la organización Humanium, no solo los niños podrían animarse a seguir la regla y preferir el dinero rápido (recordemos las necesidades extremas) antes que la educación, sino que frente a la falta de personal suficiente para controlar la situación de cada pequeño (850 mil niños que trabajan frente a 69 inspectores laborales del estado), las peores formas de trabajo se seguirán dando y en mayor medida.
¿Inevitable?

Para México la situación no es tampoco alentadora. Según Unicef, para el año 2007, eran 3 millones y medio los niños que se encontraban en esta situación. El fenómeno se concentra más en las áreas menos urbanizadas.
Los datos de trabajo infantil en el país cobraron mayor importancia a partir de 2007, pero no porque comenzó a existir, sino porque para el gobierno dejó de ser algo invisible (por lo menos en lo numérico), y fue recién en ese año que se incluyó en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo un módulo para la problemática. En materia legal México concuerda con los organismos internacionales y su Ley Federal del Trabajo marca como edad mínima (como excepción) los 14 años.
Para Unicef conocer la situación del trabajo infantil fue el primer paso del país para alcanzar el objetivo mundial de erradicación. Pero no se trata solo de un problema invisible ante los ojos del gobierno, es un tema social. Para gran parte de la población mexicana (y me tomo el atrevimiento de pensar que también se extiende por el resto del continente) el trabajo infantil no es un problema o que por lo menos, es inevitable. ¿Será ese un comodín para no ver más allá y pensar si realmente podemos hacer algo?
¿Mejoramos?

Por más normativas e iniciativas internacionales, por más acciones en pro de erradicar este tipo de explotación que hagan los gobiernos y las instituciones públicas o privadas, muchos niños siguen perdiendo su niñez, siguen abandonando las escuelas y exponiéndose a distintas formas que atentan realmente contra su salud, su moral, su ser niños sanos, amados y felices, sin miedo.
Pero aunque alrededor del mundo son 215 millones de niños los que trabajan, en América Latina y el Caribe el panorama parece estar mejorando: de los 20 millones de niños que trabajaban en el año 2000, hoy pasamos a 12,5 millones. Lo que sí asusta es que el número de trabajo peligroso pasó de 9 millones de niños a 9,6 millones.
Tan cotidiano que no parece cierto

No podemos olvidar que los datos inciertos todavía existen, pues muchos de los niños que hoy trabajan lo hacen en la completa ilegalidad y anonimato. Muchos de los niños que hoy trabajan viven día a día la segunda escena que vivió Anano y la hizo llorar.
¿Te has preguntado alguna vez si los niños que se ofrecen en la ciudad a cuidarte el coche o a venderte unas flores van a la escuela? ¿Te has preguntado si todos esos pequeños Ananos tienen una familia que los respalde, que los quiera, que los contenga, que los proteja? ¿Te has preguntado quién los protege? ¿Si tienen miedo o si tienen sueños? Seguramente alguna vez la idea se pasó por tu mente, pero también, como me sucede a mí, rápidamente nos olvidamos del tema y seguimos nuestro camino, como lo hicieron los transeúntes con la segunda Anano y como lo hicimos también cuando vimos ese vídeo.
Entonces, sean 69 como en Bolivia o el número soñado el de los inspectores que estén por el mundo controlando las formas de trabajo, existan todas las leyes del mundo y las normativas, sea 10, 15 o 18 la edad mínima para que un niño o un adolescente trabaje, se firmen convenios internacionales y se creen más organismos. Nada va a cambiar si nosotros no cambiamos.
Si no recordamos que en cada país hay al menos un número de teléfono al que podemos dirigirnos cuando vemos que algo no está bien. Y aunque no estemos seguros si ese niño o esa niña deberían estar vendiendo esas flores o cuidando el coche o cosechando en el campo por el que pasamos, no perdemos nada con solo intentar extender una mano, aunque sea en el anonimato de una llamada. Porque pueden ser millones y millones de superhéroes anónimos los que realmente cambien la realidad y ayuden a erradicar las peores y las no tan malas formas de trabajo infantil.
Somos nosotros, seres capaces del respeto, del amor, de la comprensión y de la solidaridad los que podemos realmente ser un Súperman para cada niño que cada vez ve más lejos la posibilidad real de ser un niño. Somos nosotros los que de alguna manera podemos cambiar una pala por un auto, una muñeca o una pelota. Somos nosotros los que en lugar de comprarles, podemos regalarles flores y sonrisas.
Exacto, está en nosotros.
