Leer a Borges es sumergirse en un mar de enigmáticas menciones y oscuras referencias a autores, ideas y corrientes literarias o filosóficas, que pueden ir desde teólogos medievales y filósofos de la antigüedad, pasando por poetas ingleses o españoles, hasta escritores árabes o chinos y autores contemporáneos, y las ideas, teorías o ideologías detrás de sus obras.
La reseña de Borges de Citizen Kane y la respuesta de Orson Welles

Esta erudición nunca resulta tediosa o contraproducente porque siempre lleva a algo más; era el punto de partida que utilizaba, en sus ensayos, para elaborar a partir de una idea ajena o un debate clásico sus propias tesis y postulados, y en algunos de sus relatos para darle un marco de realismo y verosimilitud a una historia que podía bifurcarse por diferentes senderos.
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Curiosamente, sin embargo, en toda su obra no se refleja su estrecha relación con el cine como lo hace con el resto de la literatura y la filosofía (el crítico argentino David Oubiña dijo que “el cine es, para Borges, lo otro de la literatura”).
Se sabe que Borges fue un gran aficionado al cine y que incluso seguía yendo a ver películas cuando su visión lo había abandonado parcialmente. Que era admirador de Chaplin y que en los años de la revista Sur, entre 1931 y 1944, se dedicó a reseñar diferentes películas con una frecuencia variable y caprichosa.
De allí surge una de sus reseñas más famosas: la de Citizen Kane, la clásica película de Orson Welles.
Sobre ella, en 1941, Borges escribió lo siguiente, bajo el título "Un film abrumador":
Citizen Kane (cuyo nombre en la República Argentina es El Ciudadano) tiene por lo menos dos argumentos. El primero, de una imbecilidad casi banal, quiere sobornar el aplauso de los muy distraídos. Es formulable así: Un vano millonario acumula estatuas, huertos, palacios, piletas de natación, diamantes, vehículos, bibliotecas, hombres y mujeres; a semejanza de un coleccionista anterior (cuyas observaciones es tradicional atribuir al Espíritu Santo) descubre que esas misceláneas y plétoras son vanidad de vanidades y todo vanidad; en el instante de la muerte, anhela un solo objeto del universo ¡un trineo debidamente pobre con el que su niñez ha jugado! El segundo es muy superior. Une al recuerdo de Koheleth el de otro nihilista: Franz Kafka. El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The power and the glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo. Las formas de la multiplicidad, de la inconexión, abundan en el film: las primeras escenas registran los tesoros acumulados por Foster Kane; en una de las últimas, una pobre mujer lujosa y doliente juega en el suelo de un palacio que es también un museo, con un rompecabezas enorme. Al final comprendemos que los fragmentos no están regidos por una secreta unidad: el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias. (Corolario posible, ya previsto por David Hume, por Ernst Mach y por nuestro Macedonio Fernández: ningún hombre sabe quién es, ningún hombre es alguien). En uno de los cuentos de Chesterton —The head of Caesar, creo— el héroe observa que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Este film es exactamente ese laberinto. Todos sabemos que una fiesta, un palacio, una gran empresa, un almuerzo de escritores o periodistas, un ambiente cordial de franca y espontánea camaradería, son esencialmente horrorosos; Citizen Kane es el primer film que los muestra con alguna conciencia de esa verdad. La ejecución es digna, en general, del vasto argumento. Hay fotografías de admirable profundidad, fotografías cuyos últimos planos (como en las telas de los prerrafaelistas) no son menos precisos y puntuales que los primeros. Me atrevo a sospechar, sin embargo, que Citizen Kane perdurará como "perduran" ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta palabra.
Si asumimos que Borges ve al cine como una extensión de la literatura, esencialmente, no es sorpresa que haya juzgado a la película por su argumento, las ideas y filosofías que estos representan, y haya reservado un único comentario a la cinematografía en sí misma, elogiando su subordinación al argumento, al tema de la película.

Orson Welles, por su parte, supo de esta reseña de Borges. Tal vez porque algunos, paradójicamente, la criticaron por ser una suerte de copia al escritor argentino (el propio Borges, al definirla como un laberinto sin centro, algo que puede decirse de muchos de sus cuentos, la estaba comparando con su obra).
Así, en una entrevista, Welles le respondió, a él y a Jean Paul Sartre, que había dicho que la película estaba "demasiado enamorada de sí misma":
Siempre supe que a Borges no le había gustado. Que dijo que era pedante, lo cual es algo extraño de decir para esta película, y que era un laberinto. Y que lo peor de ese laberinto era que no tenía salida. Borges es medio ciego, no hay que olvidar eso. Pero creo que podría decir que él y Sartre simplemente odiaron a Kane. En sus mentes, estaban viendo —y atacando— algo más. El problema es de ellos, no de la película.
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