Una sociedad levemente futurista sirve como escenario para la historia de Theodore ( Joaquin Phoenix), un hombre solitario y sensible que genera un vínculo romántico con un sistema operativo con voz y personalidad de mujer.
Her, de Spike Jonze [Crítica]

Aunque su premisa pueda dar a entender lo contrario, Her es menos sobre un hombre que se enamora de un sistema operativo que sobre las relaciones humanas en un mundo mediado por máquinas.
Comunicación virtual
La película escrita y dirigida por Spike Jonze ( Adaptation, Being John Malkovich) apela a uno de los más tradicionales cometidos de la ciencia ficción al extrapolar algunos aspectos de la sociedad y el mundo en que vivimos para reflexionar sobre ellos.
No es muy difícil imaginar la sociedad “futurista” que retrata Her y de hecho muchas de las prácticas que se observan en el film son perfectamente posibles -y comunes- en la actualidad.
Leer los correos electrónicos cuando se camina por la ciudad o las principales noticias del día mientras se viaja en el metro, indicarle a un dispositivo que reproduzca una canción melancólica o comunicarse con un desconocido en la noche cuando uno se siente solitario, son cosas de todos los días.
Sin embargo, en la película todas estas prácticas carecen de soporte material -casi no se utilizan monitores ni teclados- y esa es tal vez la mayor diferencia con el mundo real, en el que las comunicaciones virtuales están dominadas por la imagen -bidimensional, en la pantalla plana del monitor- y no por lo sonoro.

En Her, la comunicación virtual consiste en hablar y escuchar, por lo que la ilusión de realidad es mayor. Es decir, es más fácil confundirla con una comunicación real.
¿Es esta comunicación “no real”? Theodore y Samantha (la voz de Scarlett Johansson) pueden conversar, intercambiar puntos de vista y aprender el uno del otro; pueden ir generando un vínculo cada vez más cercano, conociéndose, comenzar a sentir aprecio y desarrollar una intimidad propia y única. Todo esto es posible gracias a que Samantha fue programada para ello.
Samantha no existe en tanto persona real, no tiene cuerpo, no es posible estar con ella, pero sí existe en tanto voz, sentimientos y pensamientos que acompañan a Theodore y tienen para él un significado real, un efecto real e innegable sobre sus propias emociones, sobre sus sentimientos y hasta sobre sus pensamientos. Conceptualmente, no existe demasiada diferencia entre esto y las miles de comunicaciones que se mantienen hoy en día a través de chats y redes sociales, en los que la otra persona no es más que letras e imágenes en una pantalla, no más reales que una voz en el oído.
La única diferencia es que, en el mundo real, existe la posibilidad de eventualmente entablar un vínculo más allá del monitor y, en el caso de Theodore, él sabe que eso es todo, que no existe una instancia superior o más real al que pueda llegar su relación con Samantha, pero igual se aferra a ella.

Y es en este punto que la película comienza a profundizar en la historia de un hombre que busca sentirse menos solo y menos desamparado luego de haber terminado una importante relación, con la tecnología y los avanzados sistemas operativos como simple escenario de fondo.
El amor en tiempos de internet
Joaquin Phoenix realiza un gran trabajo -como de costumbre- interpretando a un personaje que aparece siempre vulnerable, como si estuviera en todo momento a punto de romperse. Es un hombre que canaliza sus propios sentimientos escribiendo cartas afectuosas y románticas en nombre de otros y dirigidas a terceros, lo que le permite evadirse, no enfrentar ni resolver sus emociones y los asuntos pendientes con su ex esposa.
Es evidente que parte de su gran apego a Samantha es también la posibilidad de evitar el contacto y las relaciones humanas, que tanto daño le han provocado. Por este motivo, Theodore se espanta cuando Samantha propone contratar a una chica que vendría a poner cuerpo y rostro a su relación, algo que termina muy mal.
Además, la presencia de Amy ( Amy Adams) funciona como complemento de Samantha. Theodore y Amy se llevan muy bien, se entienden, son grandes amigos y su relación está libre de los códigos y complejas dinámicas de pareja, por lo que Theodore está a gusto, resguardado, menos vulnerable.

Estas dos relaciones complementarias resultan por un tiempo suficientes para satisfacer la sensación de compañía y completitud de Theodore, pero poco a poco la naturaleza de una relación con una máquina comienza a pesar.
Theodore termina por confundir la relación con Samantha y casi olvidar que se trata de un sistema operativo: enloquece cuando ésta no está inmediatamente disponible -estaba realizando una actualización de su software-, o se pone celoso cuando se entera de que ella también posee otras relaciones -es decir, otros usuarios conectados-.
En última instancia, la vulnerabilidad de Theodore, el miedo a ser lastimado y su soledad, no hacen más que hundirlo en una relación que termina por ser importante y significativa para él, pero que posee un vínculo mucho más endeble que el de una relación propiamente dicha, un vínculo capaz de esfumarse en un segundo, simplemente con alguien apretando un botón.
Uno de los grandes peligros de la sociedad hiperconectada.







