Retrato de Trump en el 'búnker': las horas más bajas del candidato menos convencional

El candidato no escucha a quienes quieren una campaña distinta. En su entorno no quedan republicanos con aspiraciones y todo gira en torno a él

Video Los momentos más polémicos de Donald Trump

Los escándalos sexuales han potenciado en las últimas horas la mentalidad de búnker del entorno de Donald Trump. Encerrado en su avión o en su rascacielos neoyorquino, el candidato republicano actúa cada vez más según sus propios instintos y los de una campaña donde no quedan contrapesos a su personalidad.

Trump anunció esta semana que iba a trazar la estrategia a su manera. En realidad actuó a su antojo desde el principio y le salió bien durante las primarias republicanas, que ganó contra pronóstico sin apenas asesores y sin una estructura de recaudación. Apelar a los instintos más bajos de los votantes fue una táctica eficaz con el electorado envejecido y radicalizado de las primarias republicanas. Pero no lo es ahora que el candidato necesita los votos de mujeres y votantes moderados para ganar.

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Persuadido por la posibilidad de una convención abierta, contrató en primavera a Paul Manafort, que conocía las dinámicas del partido y podía ayudarle a persuadir a quienes dudaban de su preparación.

Manafort intentó construir un discurso en torno a la idea de ley y orden y reinventar a Trump a imagen y semejanza del Richard Nixon de 1968. Pero su impulso apenas duró unos meses. Se lo llevaron por delante sus amistades peligrosas con los amigos ucranianos de Kremlin, pero sobre todo el deterioro de su relación con el candidato, que nunca confió del todo en él.

Salvado por el 'teleprompter'

A mediados de agosto y después de un rosario de meteduras de pata, Trump se puso en manos de su entorno más íntimo. Despreció al consejo asesor hispano que había reunido para apoyarlo el comité nacional republicano, abandonó los discursos improvisados y empezó a leer sus palabras en el teleprompter que tantas veces había rechazado como la herramienta de cualquier político profesional.

Fue un cambio cosmético pero ayudó a Trump a remontar en los sondeos. Ayudado de su telegénica jefa de campaña Kellyanne Conway, el candidato llegó al primer debate por delante de su adversaria en estados decisivos como Ohio, Florida o Colorado y dio la impresión de tener opciones de ganar.

La mejora no fue el fruto de un cambio en el discurso populista del candidato, que siguió repitiendo sus propuestas proteccionistas, sus malas palabras contra los hispanos y sus mentiras contra la globalización. Lo que impulsó a Trump fue la disciplina del teleprompter y su renuencia a hablar con medios hostiles. Esos dos factores escondieron durante casi un mes el punto débil de su campaña. Su temperamento inestable y egocéntrico quedó fuera del primer plano y algunos votantes moderados que no se fían de su adversaria se olvidaron de él.

Video Cómo Hillary Clinton noqueó a Donald Trump en tres rounds durante el primer debate presidencial

Esa estrategia saltó por los aires durante el primer debate, que dejó al desnudo las lagunas del verdadero Trump a la hora de exponer sus propuestas sin poder leer los discursos de sus asesores y confirmó su carácter colérico y una piel demasiado fina en un candidato presidencial.

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Su polémica con Alicia Machado, las revelaciones sobre sus impuestos y la denuncia que pesa contra su fundación ahondaron en el retrato de un candidato acorralado y sin disciplina para remontar.

Pánico en el Capitolio

Antes incluso de que el Washington Post publicara el video en el que Trump presumía de manosear a su antojo a las mujeres, muchos republicanos ya pensaban que Trump no ganaría la carrera a la Casa Blanca. Al verlo, muchos se dieron cuenta de que el candidato podía poner en peligro las mayorías republicanas en las dos cámaras del Capitolio.

Video Trump niega en Palm Beach acusaciones de acoso sexual por parte de varias mujeres

La desbandada del fin de semana fue el fruto de un cálculo político. Senadores como Kelly Ayotte, Rob Portman o Pat Toomey pensaron que perderían su empleo si no marcaban distancias con Trump.

Es un instinto que ha estado presente en campañas como la de Ayotte, cuyos carteles en New Hampshire están escritos en letras verdes sobre fondo blanco y tienen impreso el mapa del estado como para subrayar su voluntad de defender sus intereses y su independencia del candidato presidencial.

En cualquier otro año, el aspirante republicano a la Casa Blanca empezaría a desplegar a las figuras más populares del partido para ganar los estados en disputa. En 2016 la mayoría de los gobernadores y los senadores republicanos no se atreven a acercarse a los eventos de Trump.

Esa distancia es real y no tiene que ver con los problemas de los últimos días sino con el carácter del candidato, que ahuyenta a muchos legisladores en distritos y estados con votantes demócratas como Florida, Nevada o Nueva York.

Choques durante evento de Trump en Chicago
Choques durante evento de Trump en Chicago
Imagen AP

Los prejuicios no suman

El alejamiento de los líderes republicanos no es un problema para muchos incondicionales del candidato, que ven en Trump el antídoto a la cobardía de los responsables del partido como explica aquí la reportera Jenna Johnson del Washington Post.

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Los legisladores republicanos intentaron aprovechar en su beneficio la rebelión ciudadana del Tea Party. Pero esa rebelión ha ido devorando el partido poco a poco y ha creado un candidato que se alimenta de los prejuicios de millones de personas con respecto a los musulmanes, los hispanos o la globalización.

Líderes como Paul Ryan o Jeb Bush siguen defendiendo los principios de una sociedad abierta. Pero una parte importante de sus bases empuja al partido hacia un autoritarismo que está en las antípodas de los principios de muchos conservadores y que no morirá del todo después de la derrota de Trump.

Ese futuro no le importa al candidato, enfrascado ahora en una lucha titánica por la supervivencia que le empuja a disparar contra su adversaria antes de perder. En su entorno no quedan personas con experiencia en otras campañas presidenciales y sólo el senador Jeff Sessions aspira a presentarse a la reelección.

Los demás asesores de Trump son miembros de su familia, personajes desacreditados o tipos cuyos mejores días no volverán.

Chris Christie afronta un horizonte judicial difícil. Rudy Giuliani y Newt Gingrich son dos viejas glorias sin un futuro aparente. Steve Bannon es el responsable del medio digital Breitbart News y su única aspiración podría ser convencer al candidato de que merece la pena ampliar su imperio creando una especie de Fox News aún más radical.

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En ese búnker ya no hay voces que velen por el futuro de los republicanos y sí personas como Roger Ailes o Roger Stone, obsesionadas con Bill Clinton desde su proceso de destitución.

El exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani en un evento de campaña de Donald Trump en Phoenix, Arizona el pasado 31 de agosto.
El exalcalde de Nueva York Rudolph Giuliani en un evento de campaña de Donald Trump en Phoenix, Arizona el pasado 31 de agosto.
Imagen Ralph Freso / Getty Images

Errático en cada tuit

Trump no tolera la disidencia y la voz que más pesa es la de Bannon, que convenció a Trump de que merecía la pena responder al vídeo recordando las acusaciones que pesan contra Bill Clinton antes del segundo debate presidencial.

Es una estrategia que no ha cambiado en las últimas horas pese a la cascada de acusaciones que pesan contra Trump. Una decena de mujeres han denunciado varias agresiones y han presentado al candidato como un depredador sexual.

Este jueves Trump gritó a los reporteros del New York Times, insultó a la reportera que lo acusa de besarla en su mansión y prometió redoblar la estrategia de sus asesores más próximos: defenderse recordando los escándalos sexuales de Bill Clinton con mujeres como Juanita Broaddrick o Paula Jones.

“Esta es una conspiración contra el pueblo de Estados Unidos”, dijo el candidato en Palm Beach en un discurso que no deja claro si reconocerá el resultado electoral. El abandono de los republicanos deja a Trump sin el respaldo económico del partido pero también le deja libre para presentarse como un agente de cambio al margen de los partidos.

Es un mensaje potente que encuentra eco en muchas comunidades rurales y en algunos republicanos que odian a los Clinton desde hace décadas. Pero no propiciará una remontada si no aparta del primer plano el temperamento errático del candidato, que preocupa a la mayoría de los votantes y que no deja de emerger en cada escándalo, en cada intervención improvisada, en cada tuit.