Casi cuatro días después del potente terremoto en Ecuador que ha dejado, de momento, 525 muertos y 1,700 desaparecidos, los sobrevivientes empiezan a notar este miércoles los efectos de la escasez de agua y víveres, que se suman a los frecuentes cortes de luz.
Escasez de alimentos y agua castiga a los sobrevivientes del terremoto en Ecuador
Mientras se desvanecen las esperanzas de hallar más personas vivas entre los escombros, los ecuatorianos comienzan a sufrir la ausencia de insumos básicos.

"No tenemos agua, ni alimentos. Las tiendas o están cerradas o venden muy caro. Algunas pasaron los precios de uno a cinco dolares", reclama Andrés Mantuano, en la ciudad de Manta (en la provincia de Manabí, oeste, de lejos la más afectada).
En este puerto pesquero, como en casi toda la costa del Pacífico ecuatoriano, el mal estado de las carreteras (que dificulta la distribución), el temor a saqueos y la inestabilidad de los edificios han llevado a cerrar las puertas de muchos comercios, e incluso algunos pasan las horas protegidos por las fuerzas de seguridad.
Y la ausencia de lo básico, sobre todo agua y alimentos, comienza a irritar a la población. Además, la tierra no ha dejado de temblar: este miércoles un nuevo terremoto de magnitud 6.1, según el Instituto de Estudios Geológicos de EEUU, golpeó la costa del país.
"En 25 minutos nos llegan miles de raciones más. Un poco de paciencia", respondió megáfono en mano el presidente Rafael Correa ante las quejas de los ciudadanos en una visita a esta localidad que más parece una zona de guerra.
El ministro coordinador de la Producción, Vinicio Alvarado, dijo tener información de que "por acción desesperada se llega a medidas de invasión de la propiedad privada y eso obligó a que muchos negocios tengan que cerrar".
Mientras tanto, más de 900 socorristas, bomberos, médicos y especialistas de 20 países, entre ellos Colombia, Chile, México, Venezuela y España, continúan buscando -sin descanso y con perros adiestrados- señales de vida entre los escombros.
Sin embargo, muchas veces los familiares se desesperan por la demora en la remoción de restos mientras el olor de los cuerpos en descomposición se vuelve más intenso.
Ayuda internacional
Según el último balance oficial, al menos 507 personas murieron, otras 4,605 están heridas y unas 1,700 siguen desaparecidas tras el violento terremoto de 7,8 grados, el peor en casi 40 años. Pero las autoridades advierten que esas cifras seguirán aumentando en las próximas horas.
Del total de muertos, 11 son extranjeros: tres de Colombia, tres de Cuba, dos de Canadá y uno de República Dominicana, Inglaterra e Irlanda, respectivamente
La cancillería ecuatoriana ha puesto operativa una línea telefónica abierta las 24 horas y ha recibido unas 1,700 llamadas diarias de quienes buscan a sus seres queridos.
El sismo dejó unos 800 edificios derruidos, 600 edificaciones afectadas, y numerosas carreteras reventadas e infraestructuras colapsadas en zonas turísticas, unos daños que Correa calculó en USD 3,000 millones, "dos o tres puntos del PIB", lo cual es otro duro golpe para este país ya severamente azotado por la caída del precio del petróleo.
Varios países ofrecieron su ayuda al gobierno ecuatoriano.
Estados Unidos enviará un equipo de la Agencia Estadounidense de Ayuda para el Desarrollo Internacional (USAID) para participar en "la distribución de ayuda de emergencia", mientras que Cuba envió una brigada médica especializada y un equipo de socorristas.
Este miércoles, tiene previsto partir de Colombia una avión de la Fuerza Aérea con más de 2,000 carpas y otros productos de primera necesidad, que se suman a los miles de brigadistas y decenas de miles de galones de agua potable mandados hace días.
Otros países que han mandado ayuda son México, Panamá, Venezuela, España, Chile y Bolivia.
Ya han repartido las raciones
En Pedernales, un balneario a 112 millas (180 km) al norte de Manta y epicentro del terremoto que dejó la ciudad de 60,000 habitantes destruida, un pequeño campo de fútbol se ha convertido en el Centro de Operaciones de Emergencias (COE), que incluye una morgue, un centro de atención médica y una central de distribución de productos básicos.
"Venimos a pedir comida, pero no hay, ya han repartido las raciones", comentó a la AFP Gema Guillén, madre de tres hijos que perdió la casa y cuya familia "está durmiendo en la tierra".
Ahí se reparten ropa, alimentos y medicinas, papel higiénico y pañales llegados gracias a donaciones públicas y de particulares de todo el país. En supermercados de Quito muchos clientes compran esos productos para mandarlos a las zonas afectadas.
Según Unicef, unos 150,000 niños fueron afectados por el sismo.
Centenas de réplicas de diferente magnitud se han sentido tras el sismo del sábado, y los expertos esperan que continúen en los próximos días en este país declarado "en estado de excepción".
Pese a ello, subidos sobre las montañas de escombros, los bomberos siguen sus tareas de rescate, y algunos cuestionan la rapidez con la que algunas brigadas usaron las excavadoras.
"Lastimosamente no permitieron las 72 horas que se debe permitir para que los grupos trabajen en su parte de operaciones. Desde el domingo ya hicieron remoción con maquinaria pesada, reduciendo mucho los espacios de vida en la estructura", declaró a la AFP el teniente Ricardo Méndez, comandante de socorristas de los bomberos de la ciudad colombiana de Pasto.

Entierran los muertos como pueden
En medio de la catástrofe y mientras se desvanecen las esperanzas de encontrar a más sobrevivientes, los ecuatorianos de las regiones afectadas han empezado a enterrar a sus parientes fallecidos.
En la pequeña localidad de Montecristi, cerca del puerto de Manta, había dos niños entre los enterrados el martes. Al igual que su madre, murieron el sábado por la noche cuando compraban material escolar y los sorprendió el terremoto.
El funeral tuvo que celebrarse en el exterior bajo una carpa improvisada, porque la iglesia católica del pueblo sufría daños estructurales y no era segura. Los familiares lloraban y un hombre se desmayó cuando se colocaron los ataúdes de los niños en la cripta.
Las escenas de luto se repetían en la normalmente tranquila costa ecuatoriana del Pacífico. Las funerarias se quedaban sin ataúdes para acomodar a tantas víctimas, y los gobiernos locales pagaban para traer ataúdes desde otras localidades, según la agencia AP.

En medio del dolor por la pérdida hubo destellos de esperanza.
Rescatistas equipados con perros rastreadores, grúas hidráulicas y sondas que pueden detectar la respiración a gran distancia seguían buscando sobrevivientes entre los escombros de varias ciudades. En manta se encontraron al menos seis supervivientes el martes.
Una de las historias más esperanzadoras era la de Pablo Córdova, que aguantó 36 horas bajo los escombros del hotel donde trabajaba en Portoviejo. Calmó la sed con su propia orina y oró para que el servicio de telefonía móvil se restableciera antes de que la batería de su celular se agotara. Por fin logró llamar a su esposa el lunes por la tarde, y poco después un equipo de rescatistas colombianos lo sacó de las ruinas.
La esposa de Córdova había renunciado a volver a verle, y se las había arreglado para comprar un ataúd.
"Mi mujer ya me estaba organizando el velorio", bromeó en un hospital provincial Córdova, un hombre de bigote espeso y sonrisa fácil. "Gracias a Dios tengo vida y un ataúd que debo devolver porque aún me falta mucho para morirme".
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