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Granada y la Alhambra, lugares encantados

20 Jun 2012 – 10:22 AM EDT

En las puestas de sol hay un instante mágico en el que el cielo de Granada se torna anaranjado y se transforma luego en azul cobalto; las colinas adquieren color lila, pasan a púrpura y finalmente se oscurecen totalmente; mientras, en el horizonte, la nieve de la cima de la Sierra Nevada brilla como si fuera cristal.

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Todo ese tornasol de luz y colores le brindan un marco perfecto a la Alhambra, el palacio-fortaleza musulmán. Las luces comienzan a encenderse y las estrellas comienzan a brillar para responderles.

Granada, ciudad de sueños

La voluptuosa ciudad de ensueño que es Granada se yergue al amparo de las altas sierras de la región más meridional de la Península Ibérica, Andalucía. Surgida de la fusión de tan disímiles culturas como eran la árabe y la hispánica y conjugando religiones como el catolicismo y el Islam, aún conserva muestras de lo que fuera en su época de máximo esplendor.

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Granada, con su enorme catedral y sus monasterios enclaustrados, sus plazas llenas de fuentes y sus avenidas bordeadas de palmeras. Callejuelas empedradas, casas blancas con profusión de hierro forjado y tejas color ocre, muros cubiertos por buganvillas, el canto del agua en las innumerables fuentes. Su belleza afecta siempre a los cinco sentidos.

A pesar de la cantidad de turistas que la visitan anualmente, Granada conserva su distancia y protege celosamente su patrimonio cultural. Al final de una alameda los visitantes descubren al orgullo de la provincia, un lugar que demandó ciento cincuenta años para ser construido, mejorado y embellecido.

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Desde sus torres hasta sus puertas macizas, desde sus frisos llenos de arabescos hasta sus salas de reunión, desde sus baños lujosamente embaldosados hasta sus patios con fuentes de coloridas mayólicas, desde sus jardines hasta sus aposentos, todo muestra un refinamiento increíble, es un ámbito creado para brindar placer a sus moradores.

Un monumento sorprendente

Esbeltas columnas sostienen los abovedados techos esculpidos, las ventanas cimbradas tienen vistas increíbles de los alrededores, los mosaicos y azulejos brillan y el estuco afiligranado semeja un fino encaje. Poesía escrita en caracteres arábigos surca las cornisas, los tableros y hasta muros completos. El aire se llena de suaves fragancias, rosas y romero.

En su extremo occidental se yergue la Alcazaba (fortaleza), edificada sobre las ruinas de un castillo del siglo IX, con sus torres marciales y sus almenas protege desde lo alto los palacios. Más alta aún que las torres de guardia y del homenaje, la atalaya, con sus 27 metros, permite una asombrosa vista de 360º sobre toda la ciudad.

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En el extremo oriental el Generalife, palacio veraniego del Sultán, con sus bellísimos jardines, románticos pabellones, arrullos de aves y música del agua que corre. En el Mexuar entramos por el Salón de la Audiencia, donde se administraba justicia.

En el Palacio de Comares está el Patio de los Mirtos, luego el grandioso Salón de Embajadores con su cúpula de madera de cedro; el tercer palacio era el del harén, allí el Patio de los Leones nos sorprende con su belleza.

El legado de los moros es imponente pero la cristiandad tiene allí también su magnífica Catedral, comenzada en 1522 y terminada en 1704. Ostenta una fachada de tres arcadas con una altura de casi doce pisos y está vuelta hacia plazoletas tranquilas y contemporáneas.

Sus incontables altares y capillas pertenecen al barroco español, todo es oro, mármol y gemas incrustadas. Junto a ella la Capilla Real, auténtico tesoro del siglo XVI que guarda los restos de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, que expulsaron a los invasores de esa tierra.

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¿Qué te detiene? ¿No deseas correr, ya mismo, a contemplar todos esos lugares repletos de leyenda?

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