
Allá por el año 1804 Alaska y sus tribus primitivas vieron llegar a los rusos, que atraídos por la gran cantidad de nutrias marinas, plantaron una tosca empalizada en la Isla de Baranof y bautizaron el lugar como Nuevo Arcángel. Hacia el año 1860 Nuevo Arcángel había evolucionado y se había transformado en el mayor puerto de la costa del Pacífico y convertido en la capital de la América rusa, con cuarenta y cinco puestos de avanzada distribuidos por todo Alaska. Pero la casi extinción de las nutrias les desbarató el comercio de las pieles y se vieron obligados a desembarazarse de su colonia; en 1867 vendieron las tierras a Estados Unidos.
Ciudad hermosa y gris
Rebautizada por sus nuevos dueños como Sitka (nombre de origen tlingit, pueblo nativo de la zona), la antigua Nueva Arcángel es hoy una ciudad forestal y pesquera en la ruta de los trayectos de Alaska; junto al mar se alza la cúpula de la catedral ortodoxa de San Miguel, que aún activa celebra sus ritos religiosos en las tres lenguas, ruso, inglés y tlingit.

Los primeros exploradores eran recibidos en la orilla por los nativos, que acudían para intercambiar pieles y pescado fresco por instrumentos de hierro y armas de fuego. Se cuenta que las flotas aborígenes constituían una visión impresionante, con aquellas elegantes canoas, a veces docenas de ellas, surcando las olas con sus proas altas y puntiagudas.
En los bosques suelen encontrarse vestigios de la construcción de esas naves, grandes árboles derribados en los que las tallaban con cuidado minucioso. Algunos de esos troncos tenían un diámetro cercano a los cuatro metros y su alto equivalía a un edificio de diez pisos. Eran mayoritariamente abetos y cedros rojos.
Un pequeño mundo aparte
En el archipiélago de la Reina Carlota abundan también los signos antiguos y modernos de la civilización haida, considerada por los antropólogos como la más avanzada de las tribus de las costas del noroeste, tanto por su pericia artística como marinera. El pueblo haida veneraba el cedro rojo, árbol que alcanza colosales dimensiones sobre ese litoral lluvioso. De su corteza extraían una fibra con la que tejían sus ropas impermeables. Con los enormes y resistentes troncos fabricaban canoas, tótems y las vigas para los techos de sus espaciosas viviendas comunales. Y también veneraban el mar que les daba sustento y les permitía desplazarse.
Muchos descendientes de aquellos fuertes y valientes primeros habitantes organizan en la actualidad expediciones guiadas por su territorio, para compartir con los visitantes parte de su ancestral sabiduría; conocer, por ejemplo, dónde están los mejores parajes para pescar el halibut y el salmón, cómo volver a encontrar un camino en la oscuridad de un bosque desprovisto de senderos, cuándo atravesar un trecho de mar encrespado y dónde encontrar una fuente de agua caliente en un día frío y húmedo.
También se puede visitar Tanu, poblado abandonado después de una grave epidemia en el año 1885, donde hay restos de viviendas de los dos clanes principales de la comunidad, los Cuervos y las Águilas. Los tótems se erguían al frente y a los lados de las casas comunales, eran postes tallados que mostraban rasgos estilizados de animales, tal vez considerados como protectores. Un excelente paseo para aprender historia de sus propias fuentes.
¿Conocían la historia de las tribus primitivas de Alaska? ¿Visitarían Sitka y Tanu?